Al amanecer

El portal que encuentro y siempre miro cuando saco a mi perro a caminar antes del amanecer. Me gusta mucho este portal, se aprecia menos en foto.

Tiene una penunmbra especial. Y en La Habana no ha amanecido casi, porque salgo a eso de las 6:30, y camino como media hora, pero este lugar siempre me detiene un poco. He visto tantas cosas lindas, sobre todo antiguas: los arcos sobre las puertas, las cerraduras, las celosías, los escalones de mármol antiguo, los pisos, los espacios. No sabía que me gustaría tanto. Hay algo de extraño en todo esto, como si fuera parte de mí, pero de un «mí» que no reconozco.

Mi padre tenía dos agencias de ventas de autos aquí en el Vedado, una se llamaba Ambar Motors y la otra Presidential. Solo veníamos a esta ciudad para visitarlo y recordarle que era su deber enviarnos algo de dinero, mi madre era maestra, y no alcanzaba su salario para dos hijas, una casa, etc. Y mi padre era un hombre de mucho dinero.

Entonces no nos lo enviaba, claro, y de vez en cuando venía mi madre con nosotras niñas a recordárselo. Mi madre, tomadas a sus hijas cada una con una mano. Mi padre entonces nos llevaba a restaurantes de lujo, y a pasear en su carro. Era importador de Chevrolet y Cadillac a Cuba. Pero nosotras no vimos nunca parte de ese dinero, ni me importa, por supuesto. Tuvimos todo lo necesario y más: amor en nuestro hogar en Pinar del Río, educación, una familia linda, donde todos nos sentábamos a la mesa a almorzar y a comer. Entonces había esa práctica, que todavía existe.

Recuerdo aquellos viajes a la capital. Venía por la antigua carretera central que era mi gozo total. Grandes tramos de carretera cubierta como con un techo de ramas tupidas de árboles.

Pero cuando llegaba aquí me gustaba también, porque era el olor a transporte, y veía a mi padre, tan elegante siempre, y nos montábamos en su lujoso auto.

Miro atrás, inevitablemente y me doy cuenta de la tragedia que aquello significaba, tragedia que se vive día a día en Estados Unidos y se llama alimony? Que los padres se niegan a dar su parte de la manutención de sus hijos cuando abandonan a su mujer y su propia descendencia. Qué indecencia.

No sé dónde viviría mi padre, nunca nos llevó a su casa, estaría con su otra mujer. Que fueron muchas. Eso sí, comíamos cosas muy distintas en aquellos restaurantes y aquellas tardes lujosas que duraban solo un día.

Regresábamos a Pinar del Río asegurada mi madre, por lo menos, de que tendríamos zapatos para estrenar en el nuevo curso escolar. En nuestro hogar, donde habitaban solo mujeres, comida no faltó. Amor tampoco. Pero el abandono deja un pozo profundo vacío, no se llena. El abandono, cualquier abandono de un ser humano a otro es horrible. Comprendo que no siempre es culpable quien abandona. Hay muchas razones, es complicado.

Pero en el caso del divorcio de mi madre y mi padre sí fue culpa de él, que no le importaba nada ni nadie. Solo él, y su dinero.

Confieso algo: cuando murió, que fui a Miami para el velorio (vivíamos entonces en Puerto Rico), mi madrastra me dijo aparte que me quedara porque tenía unos papeles para mí, mi padre aparentemente me había dejado dinero, parte de una herencia supongo, no pregunté qué papeles eran. Me fui del cementerio directo al aeropuerto. La herencia completa la cogió mi medio hermano (cuando mi padre murió él tenía tres años), que vive en Sunny Isles. Y cuando creció, siendo un adulto casado, estando yo de visita en su casa, me dijo: «Tengo tanto, pero tanto real state». Que le vaya bien, y que disfrute lo más que pueda su vida.

Querido Peter, te deseo salud y amor. No sé por qué me viene esto a la mente ahora.

A de ser porque me encuentro en un área algo conocida a la que venía de niña. Ahora soy vieja, y no me interesa nada más que vivir el momento feliz, como decía el Benny. Sabes, Peter, quién es Benny Moré? Supongo que no, eres americano, naciste en Nueva York y no hablas español.

Cosas de la diáspora cubana.

Conexiones

En uno de los comodísimos sofás del lobby del hotel Habana Libre me hallo sentada. A mi lado mi laptop y mi iPhone, mis tarjetas de wifi y pasando o sentados cerca, turistas que observo por breves momentos. El lobby es grande, acogedor, y a unos pasos está la cafetería La Rampa, donde me tomé un cortadito coronado de espuma exquisito. No me puedo quejar. La Habana me acoge y se empeña en enseñarme siempre algún callejón, verja, ventanas, celosías, puertas, casas, edificios que me pillan y embelesan por antiguos y a la vez novedosos a mis ojos curiosos ante absolutamente todo.

A la espera del que quiera verla, está ella, para sentirla, saborearla con espíritu de apertura y también de acogida, acoger con amor La Habana, incluso sus ruinas, que las hay, pero las he visto tantas veces en la TV y vídeos en Miami, que nunca pensé hallar tanta belleza construida, en buen estado, reconstruyéndose, recién pintada o sencillamente siendo lo que es, una ciudad en la que no todo es escombros. La capital cubana es muy hermosa y me gustaría no haberme ido nunca de este país. Vivir ahora aquí. Que sea parte de mí y yo parte de ella.

En este mismo hotel donde me encuentro ahora estuve una imborrable noche del 1 de abril de 1962. Esa noche nos quedamos a cenar y dormir aquí mi madre, mi hermana y algunos otros miembros de mi familia que habían venido a despedirnos. Al otro día, 2 de abril a las 11 de la mañana salía el vuelo de Pan American que nos llevaría a mi hermana y a mí a Miami.

Esa noche, todos bajaron de sus habitaciones, incluyendo mi hermana que era mayor de edad, tenía 19 años a festejar en un cabaret del hotel. Yo me quedé en el cuarto, alfombrado, lujoso, frío. Recuerdo poco, pero ese poco fue y sigue siendo muy poderoso. Cuando fui a descorrer las cortinas y vi ante mi ojos el Malecón, el mar. Y empecé a llorar por primera vez desde que nos había llegado el telegrama de salida. Fui de los amplios cristales que daban al Malecón y me senté en el borde de la cama, y sollocé mucho, con un nudo que se me hizo en la garganta que bien recuerdo, casi no podía tragar. Yo nunca había llorado así. De pronto adquirí cierta consciencia de que me iba y de todo lo que se quedaba. Que mi vida se estaba partiendo en dos. Algo muy decisivo y definitorio se estaba muriendo dentro de mí. Y en efecto, murió, pero lo vine a saber, a comprender en toda su terrible hondura muchos años después.

Pensé en mi abuela, mi madrina, que era como mi madre, y vivíamos todas juntas en un hogar feliz que nunca olvidé. Me vino a la mente mi escuela, mis primas y primos y amigos, todo como una sola y múltiple imagen al mismo tiempo, no hubo secuencia, no lo creo, fue muy raro.

Sentí la soledad por primera vez esa noche, mientras mi familia celebraba. Pero yo sé que mi madre no celebraba nada. Estaba más destrozada que yo, más que nadie. Lo pude ver al otro día, temprano en la llamada “pecera» en el aeropuerto, un gran salón de cristal donde estaban dentro todos los que se iban para Miami y afuera sus familiares. Quién olvida ese instante? Quién ha podido?

Lloraban, se besaban los de adentro y los de afuera con el cristal de por medio. Manos y labios se grababan empañando el enemigo cristal. Se decían adiós mil veces con las manos. Se miraban sin abrir la boca. Vi a un señor abrazar a su mujer que tenía parece un ataque de nervios llorando y fuera de sí mientras su hijo, un muchacho adolescente miraba el cuadro aquel encerrado en la pecera serio, sin llorar, solo los miraba.

Yo miraba a mi madre y ella a nosotras dos. Lloraba también. Pero vi que quería aparentar ante nosotras que estaba bien. Después supe que cuando el avión se elevó ella se echó a correr por el parqueo del aeropuerto gritando “Mis hijas, mis hijas!”

No cuento más de mi llegada a Miami y el resto.  

Han pasado muchos años de aquel 2 de abril de 1962. Hoy es 7 de octubre de 2019. Estoy en el mismo hotel, Habana Libre. Mirando a mi alrededor, sola, como aquella noche, la primera vez que me sentí sola en la vida, pero no supe descifrar el sentimiento de la soledad. Ahora lo conozco muy bien, tan bien que es como parte de mí. Casi no la siento. Pero a veces se hace presente, demoledoramente.

Ahora estoy contenta, digamos. Me gusta donde me hallo. Por días fui a uno de los mejores puntos de wifi de la ciudad que es la heladería Coppelia. Pero es muy incómodo, muchos muros que hacen de asientos sin espaldar, donde una se sienta con su celular o tableta o laptop y se conecta y conversa. Decenas de personas en lo mismo. Los que tenemos suerte nos sentamos debajo a la sombra de unos grandes árboles. El resto, al sol. Pero al rato, mi espalda se queja, lanza punzadas hasta que si persisto en quedarme en esa posición horripilante, tengo que levantar la tienda de campaña y regresar a casa. Ya para entonces me duele la rodilla, la espalda y la caminata es larga.

Aquí en el Habana Libre, aunque es más caro (cuesta dos CUC la hora de conexión), estoy inmensamente a gusto y además no sufro dolor alguno. Son mullidos los cojines grandes que abrazan mi pobre espalda, recostada estoy y conectada.

Afortunada la mañana, sin tristezas, sin soledades, solo interrumpió o fue parte del proceso, la conexión que hice de aquella noche de hace 57 años y la que hago ahora, con mis amigos de Miami y de Cuba a través de Facebook, y me entero de las últimas noticias por Twitter, leo cosas que me interesan en la prensa, y paso el rato enterada, acompañada en estos inciertos días.

Por qué inciertos? A medida que voy conociendo la ciudad, más me gusta, más la quiero, pero es un gusto muy particular. No es como París o Venecia o Madrid, o Barcelona o Roma o Jerusalén (mis dos ciudades más queridas, las que más me atraen, tanto que hubiera querido vivir en ellas, sobre todo Jerusalén, mi favorita entre las favoitas), para mencionar algunos de los lugares en que he estado mientras ha durado esta larga diáspora. La Habana es única, impar. Pero tengo que volver a Miami en unos meses.

Regresaré a La Habana para siempre, como ha sido y sigue siendo mi deseo? Llegué muy tarde, vieja ya. Pero llegué y cada día salgo temprano a andar La Habana, adónde me lleven mis sentidos, la historia, mis pies, los taxis, los transportes llamados Taxis ruteros. Y quién puede asegurar nada del mañana? Cuento con el ahora y me basta.

Buscando transporte, buscando comida

Salgo temprano de donde me estoy hospedando en el Vedado para la Calzada del Cerro y Boyeros, donde vive mi familia. Ni soñar con coger una guagua aunque vivo al lado de una importante parada en G y 23 donde se detienen varias rutas. La falta de petróleo ha hecho muy difícil el transporte en Cuba, pero más que una frase harto repetida y supongo causante de satisfacción en ámbitos cubanoamericanos de Miami, hay que vivirlo para como lo vivo yo aquí para saber lo que es. Circulan además de las guaguas, los abundantes vanes amarillos estatales, los taxis particulares, los boteros o almendrones particulares o del Estado, y claro siempre se ve por ahí algún medio de transporte improvisado que ayuda. Entre las medidas tomadas por el gobierno para palear la grave crisis, el presidente Miguel Díaz-Canel ordenó que todo carro que lleve chapa con la letra B, que quiere decir que es del Estado, está obligado a parar para recoger a todos los que quepan que vayan para algún lugar que coincida con la ruta del chofer. Yo tuve que esperar más de una hora para tomar un taxi que me llevó lo más cerca posible de dónde iba. Le pagué cinco pesos cubanos. Me bajé en un complicado cruce de avenidas amplias con bastante tráfico y empecé a buscar para donde caminar que me llevara a dónde vive mi prima. Llegué, y la alegría de volver a verlos, todos muy bien, cambió enseguida mi estado de ánimo, de cierto temor que tenía por andar sola por primera vez en La Habana a la seguridad de estar en casa familiar.

Al rato salí con Roly, mi primo, incansable trabajador, generoso y un pícaro insuperable a la hora de llevar a cabo la labor más ardua y requerida de astucia en Cuba: “resolver”. Salimos a buscar ciertos alimentos que necesitaba y que por donde él vive se encuentran. No en el elegante Vedado, donde no hay ni un solo supermercado adónde se pueda ir a pie.

Empezamos por un CUPET, lugares en los que se vende petróleo que cuentan con un mercadito de algunos alimentos y otros artículo básicos, poquísimos en general, los conozco de antes. Después de una cola de más de una hora bajo el sol al fin pudimos entrar (el local no permite más de dos a la vez) para no encontrar nada. Neveritas, estantes, vitrinas vacías, solo vi muy pocas cosas y todas innecesarias.

Seguimos para un supermercado nuevo, muy bueno y surtido, me dijo, que queda en 51 y 26. Partimos para allá a pie, naturalmente. Mi primo, habanero de pura cepa, cuando le preguntaba que a qué distancia quedaba del lugar me decía “Ahí, al doblar de la esquina”. Comprendí que esa frase significaba cinco o seis cuadras más. Después de llegar de la larga caminata y hacer otra cola, sorpresa:  el gran local tenía todos los anaqueles vacíos, no había nada qué comprar. Yo no salía de mi asombro. No lo podía creer, si apenas era la una de la tarde. Una de las empleadas me dijo que se había acabado todo desde temprano. Arrasaron. Conste, se paga en divisa, CUC. Lo único que encontramos fueron unas galleticas, algunos paquetes de bolitas de chocolate, leche evaporada cubana, que abunda por todos lados y líquidos de limpieza. Punto. Solo compré los chocolates y galleticas para mi prima, ya bastante mayor, que tiene delirio con dulces y chocolates.

Por fin entramos a un llamado “agro” en plena ciudad. Allí sí pudimos encontrar algo: viandas, cebollas diminutas (no hay cebollas grandes en Cuba), del tamaño de un ajo. Las frutabombas hermosas y grandes, pero podridas, melones, vegetales para ensaladas. Nada más. Al doblar hallamos un puesto de venta de cerdo trozado fresco, sin grasa. Nos llevamos todo el que había para casa de mi primo y para la mía, bistecs de puerco, ya eso era algo.

En todos lados busqué jugos, algún refresco, agua. No había. En ningún lado que paramos había refrescos o jugos. Y como había pasado una semana con un grave problema estomacal ni pensar en tomar agua ni coctel de frutas picaditas naturales, que vendían en los puestos que se hallaban. Mi primo se dio gusto. En su casa están inmunes a todo, hasta el agua la toman sin hervir. A nadie le ha caído mal nunca. Yo pude comprobar que aun hervida y pasada por un filtro, como se hace por rutina donde vivo, me hizo daño, lo cual causó el desajuste de me duró cinco días. Entonces decidí hacer lo que vi donde me quedé en Pinar del Río: hierves bien el agua y después la cuelas poniendo sobre el colador un pañuelo fino o varias capas de gaza, estos bien limpios, previamente hervidos también. Resolví el problema con eso y mis botellas de Ciego Montero, agua de manantial que se consiguen. Pero este sábado fatal no la había en ningún lugar.

La sed, el cansancio, el dolor de espalda y de rodilla, el calor, la frustración por no encontrar nada en varios supermercados y centros más pequeños de alimentos, me hicieron rogarle a Roly que nos fuéramos, mi cuerpo no daba más.

Nos paramos junto a un grupo de personas en una avenida de bastante tráfico, no recuerdo su nombre. Pasaban autobuses, minivans, carros particulares y estatales, algunos vacíos, otros apiñados. Los taxis no paraban, estaban todos ocupados. A medida que fue pasando el tiempo, la gente se iba amontonando y colocándose más a la izquierda, para poder tomar un taxi o lo que fuera antes que los que quedábamos a la derecha. El molote se hizo impresionante.

Entonces llegó una perseguidora con dos policías. Salieron de la patrulla, y colocándose casi en medio de la avenida empezaron a detener a todo auto que podían. En menos de una hora (ya llevábamos más de media en la parada, uno de los policías detuvo otro de los muchos carros que tuvieron que parar para montar a la gente y llevarla, y al fin nos tocó a nosotros, se detuvo un señor que venía en esta dirección con el carro vacío. Se lo llenamos en un instante. No cobró nada.

Y fue así que entrando en mi lugar alquilado, pasé veloz a la ducha empapada de sudor, muerta del cansancio, desfallecida por el dolor de espalda. El agua casi fría por largo rato bajándome desde la cabeza a los pies (boca cerrada, es agua de pila) me reavivó algo, pero tuve que lanzarme sobre la cama desnuda, el ventilador del techo a máxima velocidad. Cerré los ojos, recorrí brevemente el día, eran pasadas las seis de la tarde. Yo misma me pregunté por qué me sentía complacida después de semejante ordalía. Había sido parte legítima de la vida cotidiana de este pueblo sobreviviente. Había sido parte de una Cuba que no conocía, la real, la que duele, la que padecen los cubanos.

Hay inmensos errores que ha cometido el gobierno comunista y parte de este martirio se debe a ellos. Sin embargo afirmo sin albergar una sola duda de que el causante principal es el bloqueo de Estados Unidos contra este país. Y lo más trágico y detestable de todo es que hace muchos años los máximos culpables del sufrimiento del pueblo cubano son sus hermanos cubanoamericanos que ejercen el repugnante cargo de congresistas que definen la política criminal sobre Cuba. Lo he denunciado mucho en la prensa y donde quiera que he podido, lo hice siempre por razones éticas, humanas, de solidaridad porque ha sido siempre claro para mí y la mayoría de los cubanos en Miami y los estadounidenses (más de un 65 por ciento apoya el levantamiento del embargo) que el bloqueo a quien castiga y hace padecer duramente es a este pueblo, no a los dirigentes, a los que gobiernan. Es inhumano lo que hacen estos legisladores de ascendencia cubana de derecha, aunque el demócrata Mel Martínez, para no desentonar, siendo demócrata también lo apoya. Vergüenza debía darte, Mel.

Ya no les doy el beneficio de la duda a ninguno de ellos de que no saben en realidad el daño que le han hecho y le hacen a los ciudadanos cubanos que alegan defender. El hambre, la miseria, las muertes que ha causado su tan manipulado y obsesivo embargo es una prueba de que carecen de compasión, ni de amor a Cuba. Todo es mentira, todo es politiquería para supuestamente ganar votos.

Hoy, viviendo aquí, siendo parte integral del cubano de a pie, padeciendo lo que padecen ellos, aunque cuento con el privilegio de tener moneda convertible, CUC, que tampoco sirve para nada dado el cerco de muerte tendido por el presidente de Estados Unidos, el delincuente Donald Trump, guiado por el senador Marco Rubio, a cargo de la política hacia Cuba, reafirmo más que nunca mi cercanía y solidaridad con el pueblo cubano y mi rechazo y condena a la política de los congresistas cubanoamericanos y la administración corrupta, brutal y fascista que defienden como cómplices del presidente que espero sea juzgado y hallado culpable de múltiples crímenes ya evidenciados.

La Habana y la fe poética

Dijo Coleridge que la fe poética es una voluntaria suspensión de la incredulidad. Eso permite, por ejemplo, abandonarse a un texto digamos voluntariamente visionario como La Divina Comedia de Dante, y leerlo con fe poética. Borges, que leyó la obra maestra del gran poeta florentino muchas veces y todas las interpretaciones y comentarios sobre la obra que hallaba, aseveró que “No creo que Dante fue un visionario. Una visión es breve. Es imposible una visión tan larga como la Comedia. La visión fue voluntaria. Debemos abandonarnos a ella y leerla con fe poética”. (Peregrinaje de Borges por los laberintos de Dante, pag. 18. Arassay Carralero, Ed. Letras Cubanas, 2016).

A mí me parece extraordinario eso de que un ateo, agnóstico, escéptico o increyente, como quiera llamarse a sí mismo un lector que no cree en Dios, por amor a la literatura y el arte, decida abandonarse al placer inmenso que puede dar una obra religiosa o espiritual, dejándose llevar por la belleza del texto para poder apreciar un poema, un ensayo, una novela cuyo tema central es la fe, que es siempre un misterio, como la poesía. Y eso precisamente le pido yo al lector de esta reflexión que intenta narrar brevemente, cómo los renglones torcidos de Dios, que escribe recto, me trajeron al lugar que más he soñado desde que me fui de él hace más de cinco décadas: La Habana, Cuba. Ha terminado mi diáspora?

Llegó la hora que en la historia de mi vida quería el Creador. Vuelve a zarandearme el Señor de las Sorpresas para quien el tiempo ni el espacio existen, para Dios un día es como mil años y mil años es como un día.

La magnífica ciudad se presenta ante mis ojos inadvertidos como el hallazgo de un caudal en el que confluyen belleza e historia, persistente y agotada supervivencia y la vida normal del ajetreado ir y venir de trabajadores, niños, estudiantes, gente, la mayoría a pie que va de un lado para el otro, parada a la espera de autobuses llenos, pero con suficientes taxis de variados tipos y muchos más carros de los que antes había visto por las calles en mis anteriores viajes de pasada por esta ciudad en la que nunca me había quedado, siempre iba del aeropuesto a mi provincia. Nunca había sido mi destino. Hasta ahora. La Habana está llena de vida e invita con su agitación cotidiana a ser parte de ella.  

No puedo describir, nombrar lo que está siendo y haciendo en mí esta ciudad que me seduce. Voy caminando por sus avenidas y sus calles, y pienso que la brisa de la tarde o de la noche que me acaricia cuando doy mis paseos por el centro de la Avenida de los Presidentes, Calle G del Vedado, donde resido, es la misma o similar brisa que refrescaba a otros cubanos de pasadas e incluso remotas generaciones, que como estos de hoy están sentados conversando, riendo, , discutiendo acaloradamente, gesticulando como hacen los cubanos. Cuántas cosas ha visto y vivido esta Habana que está por cumplir sus 500 años de fundada. La Habana enamora, la frase es una realidad que compruebo cada día, a veces cada hora. Y ahora llego con 71 años, con la determinación e inmensa ilusión de conocerla, vivirla, sufrirla, amarla toda.

Tarde te conocí, Habana de mis lecturas literarias e históricas. No me fui de aquí con la amargura que muchos partieron y conservan. Yo era una niña. Y si no me hubieran enviado a Estados Unidos nunca? Cómo habría sido mi vida en mi país? No sé, pero sí sé que jamás montaría en un avión a una niña sola, sin su madre a un país extraño sin saber si la volvería a ver. Era 1962, mi pasaporte de entonces que aún guardo, está sellado: salida definitiva, sin regreso. Dios mío, y lo hicieron, con su mejor intención! “Para salvarnos”, qué error tan caro, qué error!

Por qué ahora, cuando no tengo las fuerzas que necesito para recorrer y cantar La Habana? Para amar y ser amada ahora, aquí, entregándome sin temor, con total arrojo a la pasión y la imprudencia que me darían 30, 20 años menos? Sé que puedo amar y la amo, a esta ciudad sin que tenga que ir acompañado o compartido por otro que contenga al importuno Eros. Pero es que en mi inconsciente a través de los años fuera de mi país, de esta tierra donde he sido feliz, en mi infancia y pubertad me adentré en los juegos y retozos propios de esa etapa, yo fui construyendo ─y lo vine a descubrir hace poco─ la imprecisa idea o la visión de que era en Cuba, solo en Cuba, donde de verdad el placer del amor humano, carnal, el que se da y se recibe con el alma y el ardiente sexo, es donde se podría alcanzar la unión con lo divino, ese amor total al que solo se podría llegar, digamos, en un éxtasis supremo, bestial o místico. Por supuesto que estaba equivocada, fue parte de la nostalgia, de la utopía. Ya pasó.

Llegué vieja a La Habana y con un largo y doloroso pasado. Sí, también tengo memoria de los instantes en que la alegría lo llenaba todo, y la consciencia de que eso no vuelve. La melancolía, las heridas, el luto interior que no muere de tus seres queridos idos para siempre. Vivir desterrada anhelando siempre el regreso, eso son pocos los que lo sienten hasta casi morir en el deseo. Relaciones amorosas dichosas y fracasadas, una vida profesional dedicada al periodismo puro y duro que me trajo triunfos y premios vacuos, críticas y condenas a veces peligrosas ─en Miami ser mujer homosexual, católica, demócrata liberal y periodista comprometida con la verdad puede ser letal emocional y físicamente─, el estrés acumulado deja huellas y se las cobra, todo eso lo traigo en mi ligero equipaje, que se resume en una sola frase: No he sido feliz.

Ante esta incertidumbre a la que no le falta la terca esperanza, aunque esté frágil ─camino despacio e insegura─, cargada de dolores, sin porvenir, me viene a la memoria uno de los pasajes bíblicos más significativos y hermosos: el llamado de Dios a Abram:

       “Yahvé dijo a Abram: “Deja tu país, a los de tu raza y a la familia de tu padre, y anda a la tierra que yo te mostraré… Partió Abram, tal como se lo había dicho Yahvé, y Lot se fue también con él. Abram tenía 75 años de edad cuando salió de Jarán”. (Génesis, 12, 1-5).

Abraham, que fue el nuevo nombre que Dios le dio al padre de la fe de las tres religiones monoteístas ─judía, cristiana y musulmana─ fundó el pueblo de los creyentes en Dios. Su mujer Sara se creía estéril y era una anciana cuando Dios le anunció a Abraham la Tierra Prometida y que Sara tendría un hijo. Y así fue, la vieja Sara dio a luz a Isaac.

Yo no fundaré nada, no daré a luz, pero eso sí, he llegado a mi Canaán.

Estoy consciente, no obstante, de lo asombrosos que son los designios de Dios y sé que es posible que me suceda como a Moisés, que divisó la Tierra Prometida, pero no pudo morar en ella.

Aunque ahora esté en La Habana, en una mañana gloriosa del 1 de octubre de 2019. Y por esto, nada más que por esto, doy gracias infinitas a Dios.