Salgo temprano de donde me estoy hospedando en el Vedado
para la Calzada del Cerro y Boyeros, donde vive mi familia. Ni soñar con coger
una guagua aunque vivo al lado de una importante parada en G y 23 donde se
detienen varias rutas. La falta de petróleo ha hecho muy difícil el transporte
en Cuba, pero más que una frase harto repetida y supongo causante de
satisfacción en ámbitos cubanoamericanos de Miami, hay que vivirlo para como lo
vivo yo aquí para saber lo que es. Circulan además de las guaguas, los
abundantes vanes amarillos estatales, los taxis particulares, los boteros o
almendrones particulares o del Estado, y claro siempre se ve por ahí algún
medio de transporte improvisado que ayuda. Entre las medidas tomadas por el
gobierno para palear la grave crisis, el presidente Miguel Díaz-Canel ordenó que
todo carro que lleve chapa con la letra B, que quiere decir que es del Estado,
está obligado a parar para recoger a todos los que quepan que vayan para algún
lugar que coincida con la ruta del chofer. Yo tuve que esperar más de una hora para
tomar un taxi que me llevó lo más cerca posible de dónde iba. Le pagué cinco
pesos cubanos. Me bajé en un complicado cruce de avenidas amplias con bastante
tráfico y empecé a buscar para donde caminar que me llevara a dónde vive mi
prima. Llegué, y la alegría de volver a verlos, todos muy bien, cambió
enseguida mi estado de ánimo, de cierto temor que tenía por andar sola por
primera vez en La Habana a la seguridad de estar en casa familiar.
Al rato salí con Roly, mi primo, incansable trabajador, generoso
y un pícaro insuperable a la hora de llevar a cabo la labor más ardua y
requerida de astucia en Cuba: “resolver”. Salimos a buscar ciertos alimentos
que necesitaba y que por donde él vive se encuentran. No en el elegante Vedado,
donde no hay ni un solo supermercado adónde se pueda ir a pie.
Empezamos por un CUPET, lugares en los que se vende
petróleo que cuentan con un mercadito de algunos alimentos y otros artículo básicos,
poquísimos en general, los conozco de antes. Después de una cola de más de una
hora bajo el sol al fin pudimos entrar (el local no permite más de dos a la
vez) para no encontrar nada. Neveritas, estantes, vitrinas vacías, solo vi muy
pocas cosas y todas innecesarias.
Seguimos para un supermercado nuevo, muy bueno y surtido,
me dijo, que queda en 51 y 26. Partimos para allá a pie, naturalmente. Mi
primo, habanero de pura cepa, cuando le preguntaba que a qué distancia quedaba
del lugar me decía “Ahí, al doblar de la esquina”. Comprendí que esa frase
significaba cinco o seis cuadras más. Después de llegar de la larga caminata y hacer
otra cola, sorpresa: el gran local tenía
todos los anaqueles vacíos, no había nada qué comprar. Yo no salía de mi
asombro. No lo podía creer, si apenas era la una de la tarde. Una de las
empleadas me dijo que se había acabado todo desde temprano. Arrasaron. Conste,
se paga en divisa, CUC. Lo único que encontramos fueron unas galleticas, algunos
paquetes de bolitas de chocolate, leche evaporada cubana, que abunda por todos
lados y líquidos de limpieza. Punto. Solo compré los chocolates y galleticas para
mi prima, ya bastante mayor, que tiene delirio con dulces y chocolates.
Por fin entramos a un llamado “agro” en plena ciudad.
Allí sí pudimos encontrar algo: viandas, cebollas diminutas (no hay cebollas
grandes en Cuba), del tamaño de un ajo. Las frutabombas hermosas y grandes,
pero podridas, melones, vegetales para ensaladas. Nada más. Al doblar hallamos
un puesto de venta de cerdo trozado fresco, sin grasa. Nos llevamos todo el que
había para casa de mi primo y para la mía, bistecs de puerco, ya eso era algo.
En todos lados busqué jugos, algún refresco, agua. No
había. En ningún lado que paramos había refrescos o jugos. Y como había pasado
una semana con un grave problema estomacal ni pensar en tomar agua ni coctel de
frutas picaditas naturales, que vendían en los puestos que se hallaban. Mi
primo se dio gusto. En su casa están inmunes a todo, hasta el agua la toman sin
hervir. A nadie le ha caído mal nunca. Yo pude comprobar que aun hervida y
pasada por un filtro, como se hace por rutina donde vivo, me hizo daño, lo cual
causó el desajuste de me duró cinco días. Entonces decidí hacer lo que vi donde
me quedé en Pinar del Río: hierves bien el agua y después la cuelas poniendo
sobre el colador un pañuelo fino o varias capas de gaza, estos bien limpios,
previamente hervidos también. Resolví el problema con eso y mis botellas de
Ciego Montero, agua de manantial que se consiguen. Pero este sábado fatal no la
había en ningún lugar.
La sed, el cansancio, el dolor de espalda y de rodilla,
el calor, la frustración por no encontrar nada en varios supermercados y
centros más pequeños de alimentos, me hicieron rogarle a Roly que nos fuéramos,
mi cuerpo no daba más.
Nos paramos junto a un grupo de personas en una avenida
de bastante tráfico, no recuerdo su nombre. Pasaban autobuses, minivans, carros
particulares y estatales, algunos vacíos, otros apiñados. Los taxis no paraban,
estaban todos ocupados. A medida que fue pasando el tiempo, la gente se iba
amontonando y colocándose más a la izquierda, para poder tomar un taxi o lo que
fuera antes que los que quedábamos a la derecha. El molote se hizo
impresionante.
Entonces llegó una perseguidora con dos policías.
Salieron de la patrulla, y colocándose casi en medio de la avenida empezaron a
detener a todo auto que podían. En menos de una hora (ya llevábamos más de media
en la parada, uno de los policías detuvo otro de los muchos carros que tuvieron
que parar para montar a la gente y llevarla, y al fin nos tocó a nosotros, se
detuvo un señor que venía en esta dirección con el carro vacío. Se lo llenamos
en un instante. No cobró nada.
Y fue así que entrando en mi lugar alquilado, pasé veloz
a la ducha empapada de sudor, muerta del cansancio, desfallecida por el dolor
de espalda. El agua casi fría por largo rato bajándome desde la cabeza a los
pies (boca cerrada, es agua de pila) me reavivó algo, pero tuve que lanzarme
sobre la cama desnuda, el ventilador del techo a máxima velocidad. Cerré los
ojos, recorrí brevemente el día, eran pasadas las seis de la tarde. Yo misma me
pregunté por qué me sentía complacida después de semejante ordalía. Había sido
parte legítima de la vida cotidiana de este pueblo sobreviviente. Había sido
parte de una Cuba que no conocía, la real, la que duele, la que padecen los
cubanos.
Hay inmensos errores que ha cometido el gobierno comunista
y parte de este martirio se debe a ellos. Sin embargo afirmo sin albergar una
sola duda de que el causante principal es el bloqueo de Estados Unidos contra
este país. Y lo más trágico y detestable de todo es que hace muchos años los
máximos culpables del sufrimiento del pueblo cubano son sus hermanos
cubanoamericanos que ejercen el repugnante cargo de congresistas que definen la
política criminal sobre Cuba. Lo he denunciado mucho en la prensa y donde
quiera que he podido, lo hice siempre por razones éticas, humanas, de
solidaridad porque ha sido siempre claro para mí y la mayoría de los cubanos en
Miami y los estadounidenses (más de un 65 por ciento apoya el levantamiento del
embargo) que el bloqueo a quien castiga y hace padecer duramente es a este
pueblo, no a los dirigentes, a los que gobiernan. Es inhumano lo que hacen
estos legisladores de ascendencia cubana de derecha, aunque el demócrata Mel
Martínez, para no desentonar, siendo demócrata también lo apoya. Vergüenza
debía darte, Mel.
Ya no les doy el beneficio de la duda a ninguno de ellos
de que no saben en realidad el daño que le han hecho y le hacen a los
ciudadanos cubanos que alegan defender. El hambre, la miseria, las muertes que
ha causado su tan manipulado y obsesivo embargo es una prueba de que carecen de
compasión, ni de amor a Cuba. Todo es mentira, todo es politiquería para
supuestamente ganar votos.
Hoy, viviendo aquí, siendo parte integral del cubano de a
pie, padeciendo lo que padecen ellos, aunque cuento con el privilegio de tener
moneda convertible, CUC, que tampoco sirve para nada dado el cerco de muerte
tendido por el presidente de Estados Unidos, el delincuente Donald Trump,
guiado por el senador Marco Rubio, a cargo de la política hacia Cuba, reafirmo
más que nunca mi cercanía y solidaridad con el pueblo cubano y mi rechazo y
condena a la política de los congresistas cubanoamericanos y la administración
corrupta, brutal y fascista que defienden como cómplices del presidente que
espero sea juzgado y hallado culpable de múltiples crímenes ya evidenciados.
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