El Cristo Cósmico

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Telescopio espacial Spitzer/NASAImage Credit: NASA/JPL-Caltech.
Aug 7, 2017 Editor: Administrador de contenido del la NASA.

Del Jesús histórico al Cristo Cósmico

La mayoría de la gente cree en un Jesús histórico, pero no en un Cristo Cósmico como la encarnación de la historia de todo el Universo. (Puede leer Apocalipsis 21, 6: «Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Al que tuviere sed, yo le daré gratuitamente de la fuente del agua de la vida.«

La ciencia de hoy le llama Big Bang. Los cristianos creemos que en ese momento nace el Cristo Cósmico, cuando Dios decide mostrarse a sí mismo a través de la creación. De eso hace casi 14 mil millones de años y desde entonces, Cristo estaba, existía desde el principio. Ese Cristo se hace hombre, Jesús, hace más de 2,000 años, y es el que conocemos a través de los evangelios y de las cartas de Pablo y los apóstoles y el Apocalipsis.  Es el Cristo que resucita.

En el espacio, a través de los telescopios, lo que vemos es mucho más que estrellas, polvo y nebulosas, gases y huecos negro. Las galaxias nos revelan a veces una cruz –como la imagen, que parece en llamas, arriba– el símbolo supremo del amor de Cristo. Ese eterno “darse” misericordiosamente por cada uno de nosotros para redimirnos, para mostrarnos el rostro de Dios. Reconocer ese amor que se nos da, saberlo, es imprescindible para comprender el alcance del Cristo Cósmico, del cual somos parte vital, como todo el misterio de la creación.

Pobres de los que no ven en las estrellas, el mar, los árboles, las altas montañas, los valles, el ser humano, todo el cosmos, la energía vital de la vida, Dios.

Porque en él vivimos, en él  nos movemos y en él somos. Y la fuerza que mueve el cosmos es el amor. Los textos citados arriba son los que nos muestran a un Cristo que existía antes de la misma creación, junto a Dios. Él se hizo carne como la nuestra, hombre igual a nosotros excepto que no cometió pecado. Ya resucitado, nos atrae hacia él como al resto del universo.

El Cristo Cósmico eterno es Dios revelado a través de cada aspecto de la Creación. Esto aparece muy claro en las Sagradas Escrituras:

Evangelio de Juan 1, 1-8

«Al principio existía la Palabra,
y la Palabra estaba junto a Dios,
y la Palabra era Dios

Al principio estaba junto a Dios.

Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra
y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe.

En ella estaba la vida,
y la vida era la luz de los hombres
La luz brilla en las tinieblas,
y las tinieblas no la percibieron.
Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan.
Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él.
El no era luz, sino el testigo de la luz».

Primera Carta de Pablo a los Corintios 8,6

«Para nosotros no hay más que un solo Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas y para el cual existimos, y un solo Señor, Jesucristo, por quien existen todas las cosas, y nosotros por él».

Carta de Pablo a los Colosenses 1, 15-20

«El es Imagen de Dios invisible, Primogénito de toda la creación,

porque en él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles, los Tronos, las Dominaciones, los Principados, las Potestades: todo fue creado por él y para él,

 él existe con anterioridad a todo, y todo tiene en él su consistencia.

 El es también la Cabeza del Cuerpo, de la Iglesia: El es el Principio, el Primogénito de entre los muertos, para que sea él el primero en todo,

pues Dios tuvo a bien hacer residir en él toda la Plenitud,

y reconciliar por él y para él todas las cosas, pacificando, mediante la sangre de su cruz, lo que hay en la tierra y en los cielos».

Carta de Pablo a los Efesios 1, 3-14

«Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo;

por cuanto nos ha elegido en él antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor;

eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad,

para alabanza de la gloria de su gracia con la que nos agració en el Amado.

En él tenemos por medio de su sangre la redención, el perdón de los delitos, según la riqueza de su gracia

que ha prodigado sobre nosotros en toda sabiduría e inteligencia,

 dándonos a conocer el Misterio de su voluntad según el benévolo designio que en él se propuso de antemano,

para realizarlo en la plenitud de los tiempos: hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra.

A él, por quien entramos en herencia, elegidos de antemano según el previo designio del que realiza todo conforme a la decisión de su voluntad,

para ser nosotros alabanza de su gloria, los que ya antes esperábamos en Cristo.

En él también vosotros, tras haber oído la Palabra de la verdad, el Evangelio de vuestra salvación, y creído también en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la Promesa,

que es prenda de nuestra herencia, para redención del Pueblo de su posesión, para alabanza de su gloria».

Primera Carta de Juan 1, 3

«Lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo.

Os escribimos esto para que nuestro gozo sea completo».

Hebreos 1, 1-3

«Muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los Profetas;

en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo a quien instituyó heredero de todo, por quien también hizo los mundos;

el cual, siendo resplandor de su gloria e impronta de su sustancia, y el que sostiene todo con su palabra poderosa, después de llevar a cabo la purificación de los pecados, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas».

La muerte de mi madre

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Foto de mi madre que estuvo colgada en la sala de mi casa desde que nos fuimos de Cuba hace 54 años. Cuando fui ahora, en diciembre, al salir la descolgué y la traje conmigo para Miami. Era lo último y único entrañable que quedaba en aquella casa a la que no volveré. Mi madre, Zoraida Morales, murió en 1991, habría cumplido 100 años en 2017.

29 de abril de 2010

Hoy hace 19 años que murió mi madre.
Parte de este artículo, titulado originalmente «Corazón abierto», fue publicado el 30 de septiembre de 1991 en El Nuevo Herald a pocos meses de la muerte de mima. Bastante hice. No podía en aquel entonces asimilar, mucho menos expresar el horror, la infamia de cierta clase médica y del sistema de servicios de salud totalmente carente de ética de Estados Unidos (hospitales, seguros médicos, las farmacéuticas –Big Pharma–, etcétera). Ahora puedo, ahora sé, pero no deja de estremecer o paralizar la capacidad de mal que tiene el ser humano.

No me canso de repetirlo, el mal tiene nombres y rostros, en este caso administradores de hospitales, médicos, ejecutivos y juntas directivas de grandes corporaciones formadas por hombres y mujeres sentados alrededor de una mesa tomando decisiones cuyo único fin es cómo obtener la mayor ganancia económica posible de un paciente. Exprimir sus posibilidades al máximo y por tanto, como fue el caso de mi madre, mantenerlo vivo artificialmente si es bueno el seguro, casi siempre Medicare, que es el que cubre a la población mayor de 65 años. Yo le vi la cara a la maldad humana como nunca antes en el hospital donde murió mi madre: El Kendall Regional Hospital.

Ahora piense también que a mi madre le había llegado la hora sencillamente. Hora que se prolongó demasiado, cierto. Hoy no sé qué hubiese sido mejor si su muerte súbita o la larga agonía de estar entubada a un ventilador de respiración artificial con una parálisis muscular inducida. Su cuerpo estaba totalmente paralizado, pero no su mente. De eso me di cuenta: lo escuchaba todo porque los monitores se alteraban cuando yo o mi hermana o algún familiar cercano entraba al cuarto de cuidado intensivo. Un día le insistí al oído, muy bajito, como solía repetirle que la quería, que si me oía que moviera su mano que yo tenía agarrada. La observé bien. Después de unos minutos la movió rápido a la vez que de su boca cerrada salió como un quejido. Me pareció que había hecho mucho esfuerzo, un esfuerzo casi sobrenatural para poder mover un poquito la mano. Quería que supiera que me había escuchado. Yo no sabía que estaba medicada con un paralizante del cuerpo. Creía que estaba en estado de coma. ¿Lo estaba? Yo le pregunté al médico si estaba sufriendo, mi única obsesión era que no sufriera, me dijo que no: estaba fuera. Le he añadido al escrito que sigue algunos hechos, algunas experiencias. Pensaba que me iba a hacer daño pero todo lo contrario, me ha ayudado ahora, al cabo de 19 años releer esto y tratar de explicar –mejor, explicarme– algunas cosas.

Corazón abierto

La muerte revoloteaba por el aire, pero yo no la veía. Ese domingo mi madre estaba sana, la sentía vital, como de costumbre. ¿Quién iba a imaginar el golpe que rondaba?Todavía me parece estar viéndola entrar aquel día en la cocina, con su ramo de florecitas lilas y amarillas en la mano que acababa de recoger del patio, como hacía con los jazmines al atardecer.

Fue un día feliz, de familia reunida alrededor de la mesa, reino gozoso de fuentes y platos, vino y conversación. Después, un café de prolongada sobremesa. Alegría de un almuerzo memorable en un Domingo de Ramos (Yo no sabía que era Domingo de Ramos, lo supe tiempo después).

Al caer la noche, ya en mi apartamento, recibí la llamada: tenía un dolor muy raro en el pecho y sentía el brazo izquierdo caído, también le dolía. No perdí tiempo, le envié la ambulancia y salí rápida. Todavía estaba el rescue en su casa cuando llegué. Tendida en la camilla del vehículo, con la cámara de oxígeno puesta, mi madre temblaba. Estaba muy nerviosa, tan extrañada de lo que ocurría como yo.

Qué iba a saber yo el vértigo que me aguardaba tras las paredes del hospital.

Fiel a la costumbre de este país, el medico de guardia de Emergencia lo dijo todo delante de ella: el infarto era inminente. Había que ponerle una inyección para disolver el coágulo que tenía alojado muy cerca del corazón, pero podía morir en el proceso por una hemorragia. La inyección era muy efectiva, pero también peligrosa. No nos dio ninguna esperanza, podía pasar una cosa o la otra. ¿Firmábamos o no los papeles?

Mi hermana y yo los firmamos.

Mi madre se salvó. Una vez pasado el peligro –fueron solo minutos de espera, creo, pero en ese instante infinito queda abolida la concepción del tiempo–, me acerqué a su cama y le sonreí para darle seguridad de que todo lo malo había pasado ¡La vi tan pequeñita e indefensa! Como nunca la había visto. Ella me sonrió también, pero las dos sabíamos.

Había que operarla del corazón, nos dijeron al otro día, cuando le hicieron todas las pruebas. Tenía bloqueada la arteria principal y era urgente implantarle varios bypasses.

Y llegó el día. La noche antes vimos un poco de televisión, conversamos sobre cosas algo triviales, las dos tratando de restarle importancia al asunto. En un momento dado me pidió el teléfono para llamar a amistades y familiares en Nueva York y Puerto Rico, con las que había hablado antes. Pero observé que quería llamarlos uno a uno. No me di cuenta de que se estaba despidiendo.

La oí bromear, y a alguien hacerle un recuento rápido, pero muy preciso, de nuestra vida en el exilio: los días duros del refugio; la relocalización para Boston –era principios de los 60, fuimos parte de miles de cubanos enviados a otros estados–, la nieve, el inglés, las factorías, los trenes, la extrañeza inenarrable. Por fin, en el año 65, la mudada a Puerto Rico, donde volvió a ejercer como maestra, su profesión.

Cuando colgó el teléfono me acerqué a su cama y le di un beso, era hora de dormir. Aunque yo tenía el temor que inspira toda cirugía mayor, estaba confiada en que mi madre saldría de allí bien, como tantas otras personas que han pasado por eso.

Al otro día de operada la sentaron en la butaca, se veía bien, todo iba de maravilla. Recuerdo cuando el cirujano entró al cuarto, miró al monitor y dijo: «Un corazón de 15 años, mira eso». Yo había pedido vacaciones del trabajo para ayudarla en la recuperación durante dos o tres semanas en la casa.

Cuando las cosas se empezaron a complicar fue a al otro día. Tenía los pulmones congestionados y sentada en la cama hablaba disparates. Después supe que eso le pasa a los pacientes en la sala de cuidados intensivos. Pierden la noción de todo, enloquecen un poco por un tiempo. Pero yo estaba desesperada, ¿qué pasaba? «Me quitaron a mis hijas», dijo mirando la nada, un lugar del cuarto vacío. Empezó a regañarnos a mi hermana y a mí como si fuéramos niñas. «Zory, niña suelta eso que te vas a dar un golpe». «Dory, ¿quién te juntó los dientes? ¿No vas a ser ninguna Juana de Arco». (Todavía hoy me pregunto por qué dijo eso, yo no recuerdo haberle dicho que había tenido un sueño muy marcante en mi vida con Juana de Arco, eso no lo dije nunca, pero sí siempre me decía que acabara de olvidarme de Cuba y de la lucha que siempre tenía. También que me iba a ver alguna vez con un libro y un disco cubriéndome mis genitales y mi trasero, porque todo me lo gastaba en libros y discos. Me criticaba cariñosamente por mi idealismo y mi obsesión con la libertad de Cuba.

Lo que más me impresionó de ese momento de alucinaciones que me pareció eterno –estaba yo sola con ella en el cuarto– fue cuando de pronto la vi con la mirada perdida diciendo «Se acabó la fiesta». Y después un gesto en la boca, una mueca que es común al que quiere expresar sin palabras «¿Es esto todo? En su caso supe que se preguntaba en silencio «¿Esta es la vida? ¿Así se acaba todo? ¿Qué mierda». Ya estaba cuerda.

Me mudé para el hospital, y entraba a su cuarto cada vez que podía. El médico de ella el cirujano hablaron conmigo, la complicación postoperatoria era grande. Mi madre tuvo más de 20 días de agonía. Los médicos sabían, a las 72 horas de operada, que no sobreviviría. Salió bien de la operación, pero la atacó una pneumonía fulminante a las 48 horas. La bacteria se llama pseudomona y se coge en los hospitales, muy posiblemente en el tubo del ventilador de respiración artificial. Murió de septicemia, infección en la sangre. Ella fumaba, incluso cuando su médico le ordenó que dejara el cigarro lo siguió haciendo a escondidas. Y padecía de enfisema. Fue la combinación de ambas cosas: la bacteria intrahospitalaria oportunista y su condición de fumadora desde joven en Cuba.

¿Por qué le prolongaron la vida artificialmente por tanto tiempo? ¿Creían de verdad que se iba a salvar? Ellos sabían que no. Cierto, el cirujano y su médico hablaron con mi hermana y conmigo (mi padrastro casi no existía, lo único que hacía era llorar) y nos dijeron que tenía muy pocas posibilidades de vida por la pneumonía invasiva. Le pregunté cuántas. Uno por ciento. Un uno por ciento es una cifra que da espacio para un milagro.

Pero esto nos lo dijeron cuando ya estaba entubada. Es decir, la pneumonía ya la había adquirido. Recuerdo perfectamente cuando ella misma ayudó al pulmonólogo insertarle el tubo por la boca. Estaba consciente. El momento de desatino había pasado. Todo fue tan rápido, tan inesperado, tan horrible, que se me unen los acontecimientos.

Un pulmón colapsó, le hicieron una incisión por la espalda para sacarle flemas, al rato vi horrorizada cómo uno de sus senos se inflamaban, porque el aire que entraba por el ventilador no llegaba al pulmón que no existía. Lo atravesaba. Estaban desbaratados. Para intentar eliminar la sepsis empezaron a darle diálisis, no le funcionaban los riñones.

Ya mima no era un cuerpo, sino partes de un cuerpo en una cama y cada especialista quería dirigir lo que se debería de hacer. Su médico personal habló con el encargado de la diálisis y el especialista en riñones para que pararan eso.

La tarde que siguió a las instrucciones del médico para que detuvieran las diálisis vi que no estaba en su cama, pregunté: la habían llevado a darse diálisis. Corrí. Abrí la puerta de aquel monstruoso lugar lleno de máquinas. Mima estaba conectada a los aparatos que le sacaban toda la sangre, se la purificaban y se la volvían a inyectar en las arterias. Había un viejito sentado, que me miró con tristeza, vigilaba los aparatos, y un médico de pie. Entré. Pregunté que por qué estaban haciendo eso, ya se había decidido no darle más diálisis. Estas fueron las palabras de aquel médico cubano alto y autoritario: «Yo soy el que manda en este departamento, y no le voy a suspender la diálisis. Si quieres, ven, desconéctala tú». Lo miré un rato en silencio, quien habitaba en mí no era yo, quizá era un cadáver. Salí y oí la puerta cerrarse detrás de mí.Llamé a su médico y se suspendió la diálisis. Esta experiencia me marcó de una manera especial. Empezaba a comprender que había algo más que interés por salvarle la vida. Las cuentas del hospital que llegaron después de su muerte ascendían a casi $300,000. Medicare y su seguro suplementario pagaron todo.

Infinidad de personas no van a sufrir más por abusos inhumanos del sistema de salud de este país que hasta ahora ha sido neoliberal. Más de 40,000 personas mueren al año por no tener seguro médico, incontables ancianos se mueren en hospitales donde le prolongan la vida innecesariamente para ganar dinero. Estoy en contra de la eutanasia por supuesto, pero la muerte tiene un curso normal, que llega y punto, sobre todo si se es anciano. Es un escándalo, un crimen contra la humanidad lo que se ha practicado aquí hasta ahora. Pero eso es otro tema, un tema de ética médica que hay que tratar a fondo.

Ahora, después de 20 años de aquel crimen contra mi madre, se están cambiando los procedimientos, porque cada vez son más los ancianos que prefieren morir en su hogar rodeados de su familia sin tanto aparato conectado a él y tanto procedimiento abusivo. Y los hospitales se están dando cuenta de que en los salones de cuidados intensivos se debe dar servicios paliativos a los ancianos, no una batalla inhumana por salvarse la vida a alguien que ya tiene 87 años y está muy enfermo.

Retomo la narración de la muerte de mi madre. Afuera, en la sala de espera del hospital muy al principio de todo, conocí a una monja, Hija de la Caridad, que tenía a su hermana también en estado grave. Había venido de Cuba para cuidarla. Yo no tenía contacto con nadie religioso hacía décadas. No iba a la iglesia, aunque siempre tuve fe. Me gustaba ir a la Ermita de la Caridad a veces, de hecho, iba bastante, pero a sentarme en los bancos en silencio, cuando estaba casi vacía. O me iba al muro frente al mar. Yo hoy no puedo entender bien qué fe básica tenía, sin ninguna formación religiosa, pero dondequiera que me mudaba ponía una estampita de Cristo detrás, encima de la puerta, como se hacía en Cuba. Todo esto sin ningún cumplimiento ni compromiso católico ni sentido de culpa, mucho menos de la libertad ni el alcance de la verdad ni del verdadero sentido del amor incondicional de Dios por mí. Todo lo que hacía era creo, como una realidad arquetípica a la que obedecía. Mucho más se estaba gestando, yo diría que desde el vientre materno. Dios puso allí a aquella monja cubana. Yo andaba con una pequeña Biblia de Jerusalén como si fuera una tabla de salvación en medio de un naufragio caminando por los pasillos del hospital. Había estudiado la Biblia en mis clases de literatura comparada. Dostoyevsky, Kafka sin Job, ni pensarlo. Me maravillaba tenerla, regalarla. Recomendaba diletante el Libro de los Proverbios, ¡El Cantar de los Cantares! Eclesiastés:Palabras de Cohélet, hijo de David, rey en Jerusalén.
¡Vanidad, pura vanidad!, dice Cohélet.
¡Vanidad, pura vanidad! ¡Nada más que vanidad!
¿Qué provecho saca el hombre
de todo el esfuerzo que realiza bajo el sol? Nada nuevo bajo el sol
Una generación se va y la otra viene,
y la tierra siempre permanece.
El sol sale y se pone,
y se dirige afanosamente hacia el lugar
de donde saldrá otra vez.
El viento va hacia el sur
y gira hacia el norte;
va dando vueltas y vueltas,
y retorna sobre su curso.
Todos los ríos van al mar
y el mar nunca se llena;
al mismo lugar donde van los ríos,
allí vuelven a ir.
Todas las cosas están gastadas,
más de lo que se puede expresar.
¿No se sacia el ojo de ver
y el oído no se cansa de escuchar?
Lo que fue, eso mismo será;
lo que se hizo, eso mismo se hará:
¡no hay nada nuevo bajo el sol!
Si hay algo de lo que dicen:
«Mira, esto sí que es algo nuevo»,
en realidad, eso mismo ya existió
muchísimo antes que nosotros.
No queda el recuerdo de las cosas pasadas,
ni quedará el recuerdo de las futuras
en aquellos que vendrán después.

Siempre creí en Dios. Pero no consideraba en lo absoluto el pecado, esa palabra no tenía significado para mí. Vivía la plenitud del hedonismo, el placer, la lectura, la gratificación instantánea. El estudio, sí, la música, sí, el cine, sí, ¡y Cuba y el anhelo del regreso. Y mi pasión por el trabajo, y la búsqueda de la justicia! El sexo sí, sí, aun sin amor, sí, ¿por qué no? Eros me poseía. Luchábamos, jugábamos, saciada e insaciable. Era la razón de ser: hacer el amor. Cómo se confunde el amor con el sexo, yo buscaba amar, ser amada, pero primaba el deseo desorientado y por supuesto, los conflictos posesivos que surgían de la posesión de un cuerpo. En fin, ya todo eso pasó, gracias a Dios.

Una noche, en la sala de espera, la monja sentada a mi lado me dijo: cierra los ojos e imagínate un arcoiris. Y entonces me empezó a hablar de cada color y no sé cuántas cosas más espirituales, campos magnéticos, de energía, de amor, que me calmaron mucho. Al otro día me preguntó si yo iba a misa. Le dije que no. Me dijo que si quería ir con ella ese día, un domingo.

Me atraía mucho un árbol que había afuera del hospital. Donde único me sentía protegida era debajo de él. No sé que tendrían las ramas y el tronco, al que me recostaba. Me paraba allí debajo largo rato y alguna cosa parecida a la paz se me acercaba. Después, mucho después, comprendí que era el árbol de la vida y también el madero de la cruz.El colmo de mi ignorancia o de mi indiferencia religiosa es que no sabía ni siquiera la importancia de la unción de los enfermos. Por supuesto, todo esto viene también de una educación carente de práctica religiosa. Mi madre creía en Dios y tenía devoción a la Virgen de la Caridad. Pero no íbamos a misa ni a retiros, nada de eso. Creo que ella iba a misa de difuntos, más bien por asuntos sociales, de familia, yo no. Mi hermana mucho menos hasta el día de hoy. Jamás entra a una iglesia, no le agradan los curas ni las monjas y ni siquiera aceptó ir a las misas de difuntos que le di a mima.

Fui a la Santa Eucaristía, que significa celebración, con Sor Mercedes aquel domingo. Lloré mucho, sollocé por primera vez sin poder parar delante de la imagen de la Virgen de la Caridad del Cobre más bella que hay en Miami, que está en la iglesia St. Kirian, en la Calle 40 (Bird Road) y la Avenida 128, cerca del hospital.

A partir de ese momento todo comenzó a cambiar. La consagración del pan y del vino, el sacerdote que celebró la misa fue a darle la unción de los enfermos a mima; la inteligencia, la sensibilidad de aquella cubana religiosa, que me dijo: «Vamos a comulgar», y comulgué como lo más natural del mundo sin confesarme, ¡qué libertad! La esperanza la encontré en los sacramentos, en el altar. No sé cómo pasó. Todo sucedía simultáneamente.

Y llegó el 29 de abril en que escuché decir a un médico que desconectaran a mima o hablaría. Le pregunté a la enfermera. Me dijo la verdad: si le quitamos este suero se muere hoy. Era para mantenerle la presión. Yo no entendía todavía, estaba devastada, como una autómata. Entonces llegó mi hermana. Hablamos. Mi padrastro estaba algo mejor. Nos miramos los tres. Dimos la orden: quítenselo. En efecto, pasaron algunas horas. La línea verde que registra la presión en el monitor, los latidos del corazón, que siempre está en curvas altas y bajas comenzó a estabilizarse. La presión seguía bajando. Hasta que la línea verde no subió ni bajó más: una recta final, literalmente y el sonido del beep se extendió como la línea. Me pareció un tren que salía. Mima se iba a algún lugar, no moría, se iba.

Todo el día estuvimos cerca de ella, al lado de la cama. Hasta que su ángel llegó.

Muchas veces la he sentido cerca, se ha comunicado conmigo a través de algo, lo sé. Y con mi hermana, lo hemos hablado. Mima está en el cielo. Creo en la vida eterna y sé que me reuniré con ella cuando llegue mi hora. Y Jesús me abrace y me conduzca al paraíso, la casa del Padre donde no habrá más dolor ni llanto ni muerte, sólo paz y felicidad.

El Nuevo Testamento afirma que el amor terrenal, incluso el carnal es sólo una sombría e insignificante chispa del amor que experimentaremos sin cesar, para siempre junto a Dios. El único deseo que siempre tendremos y que será satisfecho eternamente es estar junto a Él. Ahí comienza la fiesta, el banquete de bodas infinito.

Mi Padre y mi padre

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El regreso del hijo pródigo. Rembrandt Harmenszoon Van Rijn

Mirando este cuadro de Rembrandt, El regreso del hijo pródigo, escribiré sobre mi padre.

Si yo fui una hija pródiga, si mi Padre en el cielo me acogió y me perdonó después de una vida de pecado, si mi Padre amado, que me amó primero que yo a él me redimió y alzó sobre del fango, y me bañó con la sangre de su Hijo amado, Jesús crucificado, y me limpió de toda inmundicia; si mi Padre, el Padre que me vino a mostrar Jesús, me llevó a él, y transformó mi vida para siempre, llenándola del gozo de saberme así amada, incondicionalmente, apasionadamente, con la esperanza inmensa y recia de la vida eterna que nos vino a dar Cristo, nuestro Salvador, que vino a anunciarnos el Reino. ¿Por qué yo no fui como el padre de la parábola del Evangelio, y abracé a mi padre biológico y lo amé, y lo perdoné, y lo tuve para siempre? ¿Por qué? El quiso volver, he ahí mi pecado. No tuve misericordia ni caridad. Poco antes de morir en 1969, mi padre llamó para pedirnos volver con nosotras. Mi madre me preguntó, y yo dije: no. Qué lejos estaba de la conversión. Cierto que no se portó nada bien cuando nos abandonó allá en 1950, cuando no se acordaba de nosotras por muchos años, y quería volver ahora, cansado y enfermo del  corazón.

Pero voy a escribir de mi amor por él, estoy sanada, lo perdoné.

Por muchos años me vi a mí misma como el hijo pródigo. (Lucas 15, 1-3.11-32.) La parábola magnífica ilustra a las mil maravillas cómo es Dios con nosotros. Me tomó mucho tiempo sentirme amada por Dios, pero llegó un día, un instante en que se abrió el cielo dentro de mí, y experimenté ese amor. Saberme hija de Dios, saber que Dios es mi Padre, un Padre todo bondad, todo amor y ternura cambió mi vida para siempre. A ese cambio me condujo Jesucristo.Yo considero que uno de los momentos más hondos y radicales de mi conversión fue cuando me di cuenta de que yo no había sido con mi padre, el terrenal, Pedro Amador, como mi Padre celestial había sido conmigo.

Sucedió así: Estaba yo sentada en la capilla del convento donde viven las religiosas ancianas o enfermas, que está dentro del campus de la Universidad del Sagrado Corazón, en San Juan, Puerto Rico. La universidad fue fundada por las Religiosas del Sagrado Corazón, con quien estaba conviviendo en 1999. La capilla estaba sola, y vi pasar a una de las monjas, me levanté y le pregunté que si en la misa que iba a empezar dentro de poco podría añadir el nombre de mi mamá junto al resto de los difuntos que se mencionarían en las peticiones. Ella me dijo que claro, que sí. Y después de un breve silencio me dijo, y a tu papá también lo podemos poner. «¿No vas a poner el nombre de tu papá?» Me quedé como helada. ¿El nombre de mi padre en el altar, en una misa? Jamás se me había ocurrido, aunque llevaba muerto muchos años más que mi madre (él en 1969, ella en 1991). Por pena más que otra cosa le dije que sí.

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Mi padre, Pedro Amador, finales de los años 50.

Cuando escuché su nombre sobre el altar, en la misa, todos pidiendo por él, o por ambos, mi madre y mi padre, como se pedía por los otros fallecidos, sucedió algo que solo puedo describir al cabo de 11 años como maravilloso. Algo terminó y otra cosa comenzó allí mismo, en un instante, y todo pasaba dentro de mí. Me quedé impresionada el resto del día. Pensé muchas cosas, ¿por qué no había pedido nunca una misa por mi padre? Parece que en mi subconsciente estaba la idea de que no se lo merecía. ¿Rezar por él? No se me había ocurrido.

Este acto, inducido por una religiosa, que a su vez fue movida por el Espíritu Santo, no tengo duda hoy, dio un giro radical a mi actitud para con mi padre. No sé que día fue después de esto, pero recuerdo haber visto la carátula del libro de Henri Nouwen El regreso del hijo pródigo, que es el cuadro de Rembrandt, que yo había leído ya, y de pronto me situé, en lugar de donde está el joven de rodillas abrazando a su padre y siendo abrazado por él, en el lugar del padre y mi padre en lugar del joven. ¡Feliz día en que sucedió esto!

Cerré los ojos y abracé a mi padre, y lo perdoné, y lo acogí llena de amor y le pedí perdón muchas veces por no haberlo perdonado antes. Fue una experiencia que no olvido, porque comenzó así un gran proceso de curación interior. Una herida infestada, dolorosa que no sanaba nunca de pronto era milagrosamente curada. ¡Qué bueno es perdonar! ¡Cómo nos limpia el corazón, nos purifica el alma!

Le doy gracias a mi Padre celestial porque me acercó a mi padre, me enseñó el verdadero sentido del amor, me dio la libertad. Yo estaba atada a recuerdos malos, a la experiencia vital de la falta de un padre en el hogar, pero no sólo eso, de un padre despreciable, porque había abusado de mí sexualmente. No me violó, conste. Pero me tocó el sexo por encima de mi panty,  y vi su excitación súbita, su erección. No quiero hablar de esto, de lo que sentí, del miedo. Esto lo conté en detalle en una columna que apareció en El Nuevo Herald, no recuerdo su nombre.

Pero ahora mi Padre celestial me abría las puertas de la libertad, purificó mi memoria.

Y eso no quiere decir que olvide las cosas dolorosas –el abandono familiar, la falta de amor y de cuidado por nosotras, lo que hizo sufrir a mi madre, siéndole infiel y marcándola para toda la vida, de una muchacha inocente enamorada pasó a ser una mujer divorciada, infeliz, y que para colmo nunca lo dejó de amar, aunque creo que al final de su vida sí. Mi padre, su obsesivo endiosamiento del sexo y el dinero, su promiscuidad patológica, no, no fue un monstruo ni mereció el juicio terrible que sobre él se hizo, las críticas, el rencor que guardé tantos años en el corazón. No.

Yo te bendigo Padre, y te alabo, bendice a Pedro Amador, que es también tu hijo, como yo, y abrázalo y perdónalo. Pero qué digo, si fuiste tú, Padre mío, quien me condujo a él, fuiste tú con tu inmenso amor quien me enseñó con suavidad y delicadeza que no hay verdadera conversión del corazón si no se perdona. Si yo contara aquí las veces que te me has hecho presente para transformarme interiormente no podría.

Me quedan cosas por decir, lo sé. Será otro día. Conste que mi padre me quiso. Cuando mi madre llegó al exilio y le dije que me iba con ella, me suplicó que me quedara con él. Entonces me dijo que me pagaría la carrera de psiquiatra. Pobrecito. Habíamos estado una noche de visita en una casa y la señora me preguntó que yo quería estudiar (yo tendría 15 años) y no sé por qué le dije que psiquiatra. Y mi papá de inmediato dijo: «Las niñas no estudian eso, estudian mecanografía y taquigrafía». Yo no dije nada, por supuesto.

También me visitó en Miami después, y un día se apareció con una manilla de oro con mi nombre así: Dorita. Y ese día me dio una foto dedicada por él hacia mí, que decía que no me olvidaba. Era mi foto favorita de él. Fumando pipa, con un pie elevado, puesto en la base de un farol y la expresión en el rostro que mejor lo retrataba, todo trajeado y guapo. Mi padre. Esa foto la perdí, la he buscado por todas partes, pero no aparece.

Uno de los días más alegres de mi infancia fue cuando llegó de visita a nuestra casa y me trajo una bicicleta, era azul. Me puse muy contenta. Cuando le dio el primer infarto, en 1968, recibí una llamada de mi madrastra para que fuera de inmediato para Miami –yo vivía en Puerto Rico–. Cuando llegué al hospital, estaba acostado y me habló. Me dijo que todo lo había puesto a mi nombre, y que había un seguro de vida también a mi nombre. A mí eso no me importó en lo absoluto. Regresé a San Juan al otro día.

La próxima llamada fue la que ya conté aquí. Fue mi madre la que contestó el teléfono. Quería mudarse con nostras, preguntaba si podía volver. Supongo ahora que quería pasar sus últimos momentos con nosotras. Pero estaba casado, ¿iba a dejar su esposa, mi madrastra? No supe nunca nada de eso, porque sencillamente le dije a mima, «dile que no».

Supongo que hice bien después de todo, sabe Dios cómo hubiera sido nuestra vida juntos. Ya yo tenía 21 años, trabajaba y estudiaba de noche, tenía una vida muy independiente. En esa rebeldía de mi juventud, ¿hubiera accedido a su paternalismo autoritario? Jamás, hubiera sido un desastre, porque yo no lo quería cerca. Lo que siempre me ha asombrado un poco fue la reacción de mi madre, creo que hubiera aceptado volver con él. Aunque no hablamos nunca más de eso. Era un tema tabú. ¿Hubiera sido ella feliz con él? Yo no lo sé. Ella se casó en 1974  y puedo decir que sí lo fue hasta su muerte con un hombre bueno, que la quiso mucho, mi segundo padrastro. Él, mi padre, tendría dentro de poco, en 1968, otro hijo con su esposa. Así que fue muy extraña su llamada. Mi conclusión: quería morir junto a nosotras, dejando de nuevo atrás a una esposa y a un hijo muy pequeño. Tenía dos hermanos de dos madres distintas. Uno murió hace poco, el otro, el último y heredero, no quiere saber nada de mí. Que la misericordia sea más poderosa que la justicia, Padre, sé que así será.

No sé por qué recuerdo ahora que en mi fiesta de 15, cuando todavía vivía con mi padre, quiso que bailáramos Petit Fleur, la canción favorita de mi madre y él. Estoy convencida que la amó, pero no pudo serle fiel, ni a ella ni a ninguna. Pobre padre mío. Rezo por él, y le pido siempre a Dios que lo tenga a su lado en la paz y el amor que nunca conoció.

Pipo
Mi padre en su yate favorito, el «Monterrey». Tenía mucho dinero en Cuba, era en parte dueño de la agencia de carros Ambar Motors. Pero nosotras, mi madre, mi hermana y yo apenas recibíamos nada de él. Teníamos que ir a verlo y recordarle, como le decía mi madre: «Las niñas necesitan zapatos para la escuela…. » Entonces nos daba unos 30 pesos cubanos, de vez en cuando. Él era millonario.

Adel me condujo

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Martes, 31 de mayo de 2011

Vivo a diario mi vocación de servicio, eso es un regalo de Dios, lo sé, y le doy gracias porque puedo hacerlo con ánimo e intentando animar a mis hermanas, que mucho lo necesitan. Desde el 30 de abril estoy viviendo en casa de ellas, aquí en Hollywood. Un nuevo capítulo en el padecer sin término de mi gran amiga del alma, Adelaida. El día 4 de mayo la operaron del pie para reconstruírselo porque de lo contrario ya no podría caminar, tan deforme estaba, tendría que limitarse a una silla de ruedas. En octubre pasado se operó la rodilla, y quedó muy bien: fue un reemplazo total de la rodilla, se la pusieron de titanio. Y se sentía como una nueva mujer: iba a hacer los ejercicios de terapia después de pasar las semanas requeridas inmovilizada. Fueron duras, porque le dolió mucho, en el interín, Zoila que iba a ayudar en todo el proceso de recuperación tuvo grave problemas del corazón y tuve que hacerme cargo yo de todo lo que conlleva hacerse cargo de una operada de rodilla a tiempo completo y alguien que padece del corazón, pero al final valió la pena tanta preocupación y trabajo. Pero quién se iba a imaginar que a los pocos meses el médico ortopédico le diría que necesitaba operarse el pie de inmediato. Lo que habíamos vivido era el preludio de una desesperante recuperación de la reconstrucción de un pie que duraría dos años.

Adel, en las montañas de New Hampshire. La foto me gusta porque siimboliza mi visión de ella como mi guía y compañera de viaje, que me enseñaría una nueva   forma de amar.
Adel, en las montañas de New Hampshire. La foto me gusta porque siimboliza mi visión de ella como mi guía y compañera de viaje, que me enseñaría una nueva forma de amar.

Mi amiga tiene una enfermedad autoinmune –el sistema inmunológico ataca las células del propio organismo– que se llama artritis reumática o reumatoide, que provoca la inflamación crónica de las articulaciones y su degeneración progresiva. Este padecimiento da mucho dolor, que solo se alivia con fuertes medicamentos. Durante más de 20 años estuvo tomando cortisona, pero cuando a finales de los años 90 comenzaron a aparecer pastillas fuertes para este tipo de dolor intenso al fin pudo dejar la cortisona –medicamento de terribles daños colaterales– y empezó a tomar, por ejemplo, Darvocet, una pastilla que ahora, súbitamente, han prohibido vender, porque se ha descubierto que afecta el corazón. Pues en efecto, en ella se dio el caso. Ahora padece de arritmia cardíaca, una llamada fibrilación atrial y la otra «fluttering», que quiere decir «aleteo», que aplicado al corazón significa que el órgano empieza a aletear descontroladamente, si no se trata de inmediato puede venir el paro cardíaco. La fibrilación atrial o auricular es un desorden en el ritmo cardiaco que produce latidos irregulares y rápidos. Las cámaras superiores del corazón se contraen en forma rápida y desorganizada. Esto no es como el fluttering o aleteo, en el que todo el corazón se mueve como las alas de un pájaro que no está volando, sino tratando de emprender o detener el vuelo. Como metáfora espiritual o romántica es hermosa, pero como enfermedad no lo es. Sobre todo cuando ambas suceden a la vez, y eso fue lo que le sucedió a Adelaida en el hospital en la sala de recuperación después de la cirugía. Ahora que está en la casa todo está controlado con pastillas nuevas para el corazón, mientras permanece con la pierna en alto –tiene que estar así por tres meses– y le cambian el yeso cada tres semanas.

Los días pasan lentos, y se desespera, porque no puede hacer nada, tampoco concentrarse en la lectura, mucho menos escribir.

Resulta que Adel no sospechaba que tenía el don de la escritura, yo vi su talento y la animé mucho, pidiéndole primero que colaborara con una columna mensual para el periódico que dirigí por unos años, La Voz Católica. Y así es que hoy, nueve años después es una de las mejores escritoras católicas y teólogas con que cuenta Orbis, una editorial católica excelente, que le publica su obra. Tiene varios que han sido muy bien acogidos, sobre la espiritualidad comunitaria, sobre la Biblia, el perdón, etc. Este último, La vida es dura, pero Dios es bueno. Una indagación sobre el sufrimiento, es el mejor libro de ella: no se trata de desentrañar el misterio del mal, en este caso el sufrimiento personal, se trata de algo distinto, superior. Es un libro lleno de dolor y a la vez de una gran esperanza, la que ella misma vive. Cristo la acompaña, se le revela.

Le estoy muy agradecida, fue quien me introdujo a la comunidad franciscana a la que desde hace 10 años pertenezco, ya eso lo dije en alguna parte de este diario. ¡Que momento tan inspirado el que me condujo a ella en aquel entonces, enero de 2001! Acababa de llegar de Chile, después de tres años de intensa vida religiosa en ese país y Puerto Rico. Experiencia que me cambió para siempre, para mi bien, si la tuviera que repetir mil veces lo haría, a pesar del dolor que significó para mí dejar la congregación que tanto amé, la Sociedad del Sagrado Corazón de Jesús.

Miércoles 1 de junio de 2011

Conocí a Adel el 8 de enero de 2001. Iba recomendada por una amiga mutua. Fui a su oficina con una cita previa y después de una conversación larga, en la que me contó sobre ella, y muy interesantemente que había sido monja por siete años, algo que desconocía –perteneció a las Hermanas de San Felipe Neri– accedió a ser mi directora espiritual. Pienso que fue Dios, qué duda cabe, fue el que la impulsó a salir del convento para una vida distinta, pero más rica, nada más hay que ver su obra en la Arquidiócesis de Miami, su reconocimiento a nivel nacional, ahora sus libros, que es a lo que se dedica, ya que no puede viajar más a dictar conferencias ni hacer retiros en otros estados.

Vi los cielos abiertos. Alguien que entendía perfectamente cómo me sentía al salir del convento y reincorporarme a la vida social, del mundo «sin ser del mundo» laica sin protección alguna de una estructura. Menuda tarea para comprender y compartir. Yo no concebía mi trabajo sino dentro de la Iglesia, mi sentido o vocación misionera no había cambiado, sentía la misma necesidad de entrega por completo a seguir a Jesús todo el tiempo de mi vida, cumpliendo su voluntad, pero, ¿cuál era la voluntad de Dios para mí? Yo estaba convencida que era entrar en la vida religiosa e irme a Cuba para siempre para allá ser el corazón de Cristo en el corazón de Cuba. Y resulta que no, no era esa la voluntad de Dios, obviamente, estaba de nuevo en Miami, sin trabajo, sin casa, sin nada. Qué aventura. Mi hermana y mis primas no me conocían, se miraban unas a otras, como si yo estuviera loca, a nadie se le ocurre hacer lo que yo había hecho, y ahora, ¿qué iba a ser de mí?»

«… Mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dice Yahvé. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos». (Isaías 55, 8-9)

Amén. Qué pequeños mis pensamientos, qué limitada mi mente, pero que profunda mi fe. Yo sé que Dios no abandona jamás, y a él me confié por completo. Mi vida se enriqueció de manera inesperada y extraordinaria al conocer a Adelaida. En febrero de 2001, al mes de estar compartiendo con ella mis experiencias, fui a un retiro de espiritualidad franciscana que estaba dando en el SEPI, y esa fue la puerta que se abrió. ¡Francisco me esperaba revelándome un camino nuevo, laical!

1. «A aquel que (…) ha hecho de nosotros un reino de sacerdotes para su Dios y Padre, a él la gloria y el poder por los siglos de los siglos» (Apocalipsis 1, 5-6).

«Ha hecho de nosotros un reino de sacerdotes». Entendemos esta expresión en dos niveles. El primero, como recuerda también el concilio Vaticano II, con referencia a todos los bautizados, que «son consagrados como casa espiritual y sacerdocio santo para que ofrezcan, a través de las obras propias del cristiano, sacrificios espirituales» (Lumen gentium, 10). Todo cristiano es sacerdote. Se trata aquí del sacerdocio llamado «común», que compromete a los bautizados a vivir su oblación a Dios mediante la participación en la Eucaristía y en los sacramentos, en el testimonio de una vida santa, en la abnegación y en la caridad activa.
(Juan Pablo II, Homilía de la Misa Crismal de Jueves Santo, 20 de abril 2000)

Los bautizados, en efecto, son consagrados por la regeneración y la unción del Espíritu Santo como casa espiritual y sacerdocio santo. Vaticano II, Lumen Gentium, Nº 10

Me uní a la comunidad franciscana y así empezamos este caminar juntas que ya va para 11 años de una amistad entrañable. Fue uno de los regalos que me tenía Dios en Miami. Hoy me pregunto qué hubiera sido de mí si no la hubiera encontrado a ella, que me guió por el nuevo camino, me invitó a vivir en Peace House, su casa, donde compartí techo también con Sister Ann, la religiosa franciscana que vive entre nosotras. (El convento de las demás monjas, llamado Santa Slara, está cerca y compartimos todas a menudo). Ann se tiene que ir para Nueva York, a la casa madre, en Stella Niagara. Después de casi 20 años de misión aquí vuelve a su lugar de origen. Todo cambia. Presiento transformaciones inminentes en mi entorno.

Mañana continuaré. Ahora voy a descansar, ha sido un día de mucho ajetreo, tuvimos que ir al cardiólogo, que le informó en detalle lo que había pasado en el hospital. El episodio de su corazón. Tiene miedo por primera vez, me lo ha dicho y yo lo sé, es alguien que ha pasado mucho físicamente. Una vez me comentó que ella había sentido mucho dolor siempre, pero que no había sufrido. Cierto, hay diferencia entre dolor y sufrimiento. Ha sido una persona feliz en mucho otros aspectos de la vida: familiar, profesional, de relaciones humanas, espiritual, pero físicamente ha sido atroz el padecimiento, sin embargo nada la detuvo en su andadura interior de crecimiento en su relación con Dios. Pero ahora sé que se siente muy frágil. En el hospital sucedió algo también que no hemos podido descifrar. Se siente rodeada de sus seres queridos que han muerto: su mamá, su tía, su abuela. Y hoy me habló de su exnovio, que murió en Cuba y a quien dejó enamorado. Adel sintió que Jesús la llamaba, y quería ser solo de él. Me dijo que sentía la necesidad de pedirle perdón, de eso hace tantos años. A mí no me cabe duda alguna que Jesús la llamó, y de que ella lo siguió fielmente.

Jueves 2 de junio de 2011

En esta casa, que llamamos Peace House, vive también Zoila, otra amiga. A ella la conozco antes que a Adel. La vi por primera vez en un retiro de Oración Centrante (Contemplativa Outreach) que dio en la Casa Manresa por cuatro días, creo que fue a mediados de los 90. Zoila fue también religiosa por nueve años en la misma congregación, Hermanas de San Felipe Neri. Salió del convento porque debía ocuparte de sus padres que estaban ya mayores, pero además se dio cuenta de que la vida consagrada –con votos canónicos, porque vida consagrada y religiosa la tenemos todas las que así optamos siendo laicas– no era para ella. Se dedicó a estudiar y fue profesora por años, incluso de los dos seminarios de la Florida, el St. John Viannney y el Mayor en Boynton Beach. Ella y Adel fueron las fundadoras de la comunidad religiosa franciscana de Peace House, en Hollywood, hace más de 20 años. Y sigue creciendo, ahora acabo de saber que hay cinco personas de la parroquia que quieren unirse a nosotras. Se lo dijeron a Sister María Elena, la única cubana religiosa de la congregación a la que estamos asociadas: Sisters of St. Francis of Penance and Christian Charity. María Elena vive cerca, con otras dos monjas: Claudia y Caroline. La casa se llama Santa Clara y tienen varios grupos de oración y formación con los asociados.

Zoila tiene una atracción especial por la narrativa de San Francisco y el lobo de Gubbio. Y la santa con quien más se identifica, a quien siente más cerca de sí es a Santa Clara de Asís.

Francisco acaricia al lobo de Gubio
Francisco acaricia al lobo de Gubio

Santa Clara de Asís.
Santa Clara de Asís.

Y aquí estoy, acompañando a mis hermanas mientras dure este hoy. Es un tiempo difícil, como dije, pero lleno de la presencia de Dios. Por la mañana a las 8 siempre vemos la misa en vivo por televisión y comulgamos. Las hostias las trae todos los domingos Sister Ann cuando sale de la iglesia. Para estar junto a ellas no he ido a la parroquia, sino que ahondo la comunión en que vivimos compartiendo la eucaristía diaria.

Asociados a la orden de las religiosas Franciscanas de la Penitencia y la Caridad Cristianas
Asociados a la orden de las religiosas Franciscanas de la Penitencia y la Caridad Cristianas

Las Hnas. María Elena Larrea, cubana, y Ann McDermott.
Las Hnas. María Elena Larrea, cubana, y Ann McDermott.

Adel y Toti, mi perrita.
Adel y Toti, mi perrita.

Cementerios

Viernes 29 de abril de 2011  

Image

“El único suelo firme es el suelo en que se nació. 

José Martí

Llegará la noche en que esté muerta y brillará una luna así, iluminando el cementerio donde estarán mis cenizas en una pequeña urna que ya me espera en la capilla del Mercy, en Miami. No muy lejos de allí están enterrados mi madre y mi padrasto; mi hermana y su esposo estarán también cerca. Abuela está en el cementerio de Pinar del Río, junto a mi abuelo y mis tíos y primos que quedaron allá y han muerto, todos mis ancestros. Y Mime –mi madrina querida– está en otro cementerio, en el sur de Miami, junto a su hija Oilda, que hoy tiene 69 años y es uno de los pocos familiares que me quedan vivos con quien tengo una relación cariñosa y unida. Mi padre está enterrado desde 1969 en otro de Miami, en

Hoy mi madre cumple 20 años de muerta, dentro de pocas horas voy a la misa que pedí en su nombre y en el de estas otras dos viejitas que amo, que aparecen con ella en la foto, y que fueron también madres para mí. Después voy al cementerio a ponerle flores, allí estaré un rato, siempre mirando el lago y los árboles, la lápida, la hierba, mientras la recuerdo viva o la imagino en la Casa del Padre, donde me aguarda Cristo para la vida eterna.

Mima, abuela y mime (mi madrina de bautizo y tía abuela, la consideré siempre una segunda madre, y lo fue)
Mima, abuela y mime (mi madrina de bautizo y tía abuela, la consideré siempre una segunda madre, y lo fue)

Dedicatoria por detrás de la foto que me enviaron mis tres viejas queridas, estando yo ya en el exilio, lamentablemente la corté en algún momento, parece que para que cupiera en un marquito más pequeño, sin fijarme o no dándole tanto valor –así es la inconciencia juvenil– a lo escrito: "Son las tres personas que más te quieren y que por estar tan lejos de ti te añoran constantemente..." No recuerdo que más decía.  Año: 1962. Yo estaba ya en Miami
Dedicatoria por detrás de la foto que me enviaron mis tres viejas queridas, estando yo ya en el exilio, lamentablemente la corté en algún momento, parece que para que cupiera en un marquito más pequeño, sin fijarme o no dándole tanto valor –así es la inconciencia juvenil– a lo escrito: «Son las tres personas que más te quieren y que por estar tan lejos de ti te añoran constantemente…» No recuerdo que más decía.
Año: 1962. Yo estaba ya en Miami

Teología feminista

Mujeres campesinas. Kasimir Malevich (1878-1914)
Mujeres campesinas. Kasimir Malevich (1878-1914)

Una de las cosas que lamento en mi vida es no haber estudiado teología,  espiritualidad y obtener un doctorado en Sagradas Escrituras. Por tanto, después de graduarme amando mis estudios superiores en Literatura Comparada, me he convertido en una autodidacta a tiempo completo y leo lo más que puedo sobre esas materias. El único curso que tomé de la Biblia caía dentro de mis clases de literatura: los diferentes géneros –poético, narrativa, historia, epistolar, sapiensal o sabiduría, profético– , la enorme influencia que ha ejercido en cientos de escritores: Thomas Mann, Dostoyevsky, Kafka, un largo etc.

Entre las variadas formas que voy rellenando las lagunas del saber en esta disciplina, además de libros, conferencias, retiros, me he suscrito a una revista: Selecciones de teología, que elige y condensa los mejores artículos de teología publicados en las revistas de todo el mundo. Su administración y redacción radican en Barcelona y tiene delegaciones en Argentina, Brasil, Colombia, Chile y México.

Este último número que acabo de recibir, como todos, es de no perderse. Hay un ensayo en particular que considero vital en el estudio actual de esta materia, titulado La teología feminista: Dios ya no habla sólo en masculino, de Carme Soto VarelaEl texto apareció originalmente en la revista Encrucillada, XXXIII (2009) 246-263, con el título A teoloxia feminsita: Cando Deus deixa de falar só en masculino.

Por supuesto, ya a estas alturas he leído a algunas de las teólogas feministas más reconocidas en Estados Unidos, entre ellas Elizabeth Johnson y Elisabeth Schüssler Fiorenza, las españolas y alemanas, obras fascinantes de las que otro día hablaré. Pero me hallo con lagunas enormes, entre tantas cosas que a una le ocupan el día, cada vez más corto y con tanto que leer y hacer. Por ejemplo, el fenómeno histórico que se da en Alemania en este campo, en España, en America Latina y Francia, conozco poco de eso, se imaginarán mi ignorancia. Es una de mis tareas pendientes, ahora que me retiro dentro de poco. 

He aquí un texto censurado y recientemente descubierto que aparecía en Camino de perfección de Santa Teresa de Jesús:

«No aborrecisteis, Señor, de mi alma, cuando andabais por el mundo, a las mujeres, antes las favorecisteis siempre con mucha piedad y hallasteis tanto amor y más fe que en los hombres… No basta, Señor, que nos tiene el mundo acorraladas… que no hagamos cosa que valga nada por Vos en público, ni que osemos hablar algunas verdades que lloramos en secreto, sino que no nos habías de oír petición tan justa. No lo creo yo, Señor, de vuestra bondad y  justicia, que sois justo juez y no como los jueces del mundo, que –como son hijos de Adán, y en fin, todos varones– no hay virtud de mujer que no tengan por sospechosa. Sí, que algún día ha de haber, Rey mío, que se conozcan todos. No hablo por mí, que ya tiene conocido el mundo mi ruindad y yo holgado que sea pública; sino porque veo los tiempos de manera que no es razón desechar ánimos virtuosos y fuertes, aunque sean de mujeres».

Ya sabíamos que la Biblia fue escrita por hombres, con una visión masculina, sin duda inspirados por Dios, pero no podemos ignorar el contexto histórico en el que fue escrito, y eso es precisamente en lo que han estado diligentemente trabajando estas teólogas que hoy ya tienen obras clásicas que se estudian en seminarios. Recapturar la perspectiva de género, releer a las mujeres de la Biblia. Contextualizar, como dice la autora, la revelación del discurso creyente, las maneras de percibir a Dios y qué decir de cambiar el orden simbólico y las formulaciones sexistas.

Hace mucho tiempo que me interesa, pero debo decir que marginalmente, este tema. Me recurre, y para que vean, estos son algunos párrafos de un artículo mío publicado en 1997 en El Nuevo Herald:  Jesús y las mujeres:

El Liberador

«Jesús, el gran liberador, vino también a liberar a las mujeres del yugo patriarcal y deshumanizante. Los Evangelios no dejan lugar a dudas, pero los intérpretes oficiales de las Sagradas Escrituras y los que han ostentado el poder en la Iglesia desde que se fundó, se encargaron muy bien de que la actitud y el mensaje de Cristo en lo tocante a las mujeres se ocultara.

Tres discípulas

«Propongo releer y meditar los pasajes de los Evangelios donde aparecen tres mujeres claves: la samaritana, María Magdalena, y María, la hermana de Lázaro. Propongo que nos hagamos estas preguntas: ¿No fue la samaritana en el pozo la primera persona en reconocer a Jesús como el Mesías y la primera persona encargada por él de proclamar la buena nueva al pueblo entero de Samaria? ¿No fue entonces la samaritana una apóstol?

«Cuando Jesús llega a casa de Marta y María, ¿no le reprocha a Marta su queja de que su hermana no la ayuda en la cocina, y elogia la actitud de María, que optó «por la mejor parte», al sentarse a los pies del Maestro y escucharlo atentamente como uno de sus discípulos? ¿No fue María una discípula de Jesús? ¿No fue a una mujer, María Magdalena, a quien primero se le aparece Cristo resucitado, y no es a ella a quien le pide que vaya a decirle a los apóstoles lo que ha visto? Ella fue, corriendo y se los dijo «He visto al Señor, ha resucitado» Pero los hombre «no le creyeron».

María Magdalena, «la apóstol de los apóstoles'», identificada siempre con una prostituta. ¿Por qué? ¿Por qué si son dos mujeres distintas las que aparecen en Lucas 7 –una mujer «de la calle», a quien el evangelista no llama por su nombre– y Lucas 8 –María Magdalena, de quien sí nos da su nombre y detalles de su persona– ha perdurado la visión de que es la misma? ¿No es ella quien estuvo junto a la Virgen al pie de la cruz, cuando todos los hombres menos Juan, habían huido?»

Mucho se ha escrito sobre esto. Y ya al fin, después de un rechazo visceral por parte del clero oficial, se impuso en las universidades del mundo el estudio de la teología feminista, ya el lenguaje bíblico es inclusivo y leemos en otra clave lo que sabemos se escribió en un contexto histórico ya superado.

Aunque sin duda la hermenéutica bíblica ha quedado liberada, queda mucho por hacer en nuestra Iglesia. Cada vez que se celebra un cónclave o un concilio en la Capilla Sixtina u otro lugar del Vaticano, solo formado por hombres, me espanto. Ni una sola mujer. La mitad de la humanidad no está representada en esas reuniones vaticanas. ¿No es inhumano, un fallo enorme a corregir?

Considero desde hace tiempo que ha llegado la hora de que la Iglesia católica ordene a mujeres sacerdotes, y que el celibato sea opcional. ¡Cómo cambiarían las cosas para el bien común de la Iglesia!

Pero ya llegará el día. Los cambios, aunque lentos, llegan. Miren el ejemplo de la inmortal Teresa de Jesús, a quien casi condenan en la Inquisición española: hace mucho tiempo ya fue declarada doctora de la Iglesia, título que no se le ha dado a cualquiera en estos más de 2,000 años de tinieblas e iluminaciones. Ella sufrió, pero logró lo que quiso, por lo que rezaba, y en su lecho de muerte lo repitió feliz: «Morí en La Iglesia».

Dios quiera que yo también.