Fidel Castro y el sacerdote jesuita Armando Llorente., su maestro en el Colegio Belén.
Lo que me alteró fue darme cuenta de que Francisco cree que hay redención para Fidel Castro, que el líder de la revolución cubana puede convertirse, arrepentirse de los graves pecados que ha cometido contra su pueblo y salvarse, pidiéndole humildemente perdón a los cubanos y darles la libertad.
Ese fue el motivo de sus regalos a Fidel Castro: un libro y dos CDs del jesuita Armando Llorente con homilías y reflexiones y al parecer también canciones. Su antiguo maestro del colegio de Belén sin duda habita en el corazón de Fidel, porque lo menciona a menudo, incluso no lo deja fuera de su autobiografía –que le regaló a Su Santidad– porque las palabras de Llorente siempre tuvieron un efecto bueno y fuerte en él. Aunque después, en la Sierra, cuando Llorente lo fue a ver, le dijo que había perdido la fe.
Los otros regalos del Papa a Fidel no son menos significativos: dos libros del P. Alessandro Pronzato: Evangelios incómodos y La boca se nos llenó de risas. Sentido del humory fe. Y dos obras maestras de Francisco que he leído y volveré a leer, las considero clásicas en el Magisterio de la Iglesia católica:Evangelii gaudium y Laudato si.
Este papa me ha cambiado, me ha convertido más profundamente al cristianismo en su viaje a Cuba y ahora a Estados Unidos. Desde que tomó los remos y las redes de la barca de Pedro y decidió, como le ordenó Jesús a Pedro, “remar más adentro”, lo he seguido muy de cerca, sin perderme sus pronunciamientos, su quehacer, su Revolución de la Misericordia que solo ahora, bogando mar adentro como estoy donde no doy pie, pero crece mi fe, llego a captar en toda su hondura y grandeza.
Sí, Fidel y Raúl Castro se pueden salvar, tienen el inmenso poder que solo da Dios, pero si lo quieren: redimirse, y nosotros, los cubanos tenemos que perdonarlos para que Dios nos perdone a nosotros. ¿No repetimos eso diariamente en el Padre Nuestro?
En 2007, el padre Llorente dijo que viajaría “inmediatamente” a Cuba si el expresidente cubano lo llamaba. “Lo primero que haríamos sería darnos un abrazo tremendo, reírnos recordando las aventuras que tuvimos juntos, que fueron innumerables y muy bonitas”, dijo el jesuita. Y después de eso, hablaría de “la verdad” con Castro. Llorente confesó que su mayor anhelo espiritual era “absolver” a su exalumno, siempre y cuando éste pida disculpas públicas “porque sus pecados no son sólo personales”.
Me llamó mucho la atención cuando, caminando juntos, Raúl tomó del brazo al Papa como apoyándose en él, pero no por fragilidad física, sino como lo haría un hijo con un padre. Así caminaron unos minutos, y Francisco se dejó agarrar del brazo por Raúl.
Queridos lectores, el Papa no es comunista, es un seguidor fiel de la Doctrina Social de la Iglesia. ¿Quiénes de ustedes, sobre todo los católicos, han leído el “Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia?” Estas son algunas opiniones del Santo Padre sobre el comunismo, que aparecen en su libro Diálogos entre Juan Pablo II y Fidel Castro, cuando era arzobispo de Buenos Aires:
“No se trata de lograr una conversación entre actores políticos, sino una ‘revisión deprincipios de todos aquellos que de algún modo tienen la responsabilidad de gobernar o marcar el rumbo de los pueblos’, pues ya ‘sea que compartan la alegría de la cristiandad o no, participan de este pedido de conversión del corazón en pos de alcanzar el bien común’, que es el desarrollo pleno de todo el hombre y de todos los hombres… El socialismo ha cometido un error antropológico al considerar al hombre solo en su rol de parte en el entramado del cuerpo social, donde el bien de la persona queda subordinado al funcionamiento del mecanismo económico-social, perdiendo su opción autónoma’.
“De este criterio derivan dos críticas. Una, a la política cubana cuya ideología ‘niega, mutila y oculta derechos fundamentales al pueblo’. Otra, al sistema económico neoliberal que se encuentra ‘en las antípodas del evangelio’porque persigue sólo el lucro económico ‘marginando fríamente a los sobrantes y preocupándose sólo por números que cierren’.
Bergoglio asume el criterio moral de la “primacía de la persona” sobre la economía y el mercado, sosteniendo que ‘el fracaso de las soluciones marxistas y colectivistas no autoriza al sistema capitalista a comportarse como le venga en gana’…
“La Iglesia no viene al pueblo cubano a enarbolar una ideología. Ella viene a ofrecer un camino de paz, justicia y libertad verdaderas” porque ‘cada nación es hacedora y protagonista de su propia historia, cultura y religiosidad’. Por ello, la Iglesia, a través de su pastoral y diplomacia, promoverá la libertad de conciencia y ‘alzará su voz para que el reclamo de los que sufren sea oído’.
Ya han sido publicados todos los discursos y homilías de Francisco en Cuba. Léanlas y por Dios, dejen ya el cansado tema de que “no se reunió con la oposición”. Hizo mucho más por nuestra liberación.
En su reflexión conclusiva sobre el matrimonio y la familia, tema que ha tratado en sus últimas catequesis de los miércoles en preparación para el Encuentro Mundial de la Familias en Filadelfia y del Sínodo de la Familia en Roma, Francisco nos ha recordado que estamos ante eventos que requieren empeño y compromiso humanos que corresponden a la dimension universal del cristianismo.
En la civilización actual, dijo el 16 de septiembre, “la subordinación de la ética a la lógica de la ganancia tiene grandes recursos y goza de un apoyo mediático enorme. Se hace cada vez más necesaria una nueva alianza entre el hombre y la mujer, que libere a los pueblos de la colonización del dinero y de las colonizaciones ideológicas y que oriente la política, la economía y la convivencia, para que la tierra sea un lugar habitable, donde se transmita la vida y se perpetúen los vínculos entre la memoria y la esperanza”.
Estas palabras son para leerlas varias veces, y con la apertura de corazón y de entendimiento de que nos haga capaces Dios, elevar nuestra conciencia para valorar a qué nos está convocando quien llega a tierra cubana mañana.
Pienso como un desafío serio e íntimo, ¿cómo hacer posible que no se rompan los vínculos de la memoria y la esperanza, cuando esa memoria ha sido herida, destrozada casi por sucesos históricos y familiares –pensemos en la Revolución cubana que eliminó los lazos filiales, y en mi caso el divorcio de mis padres siendo una niña que no comprendería hasta mucho tiempo después lo que significaría esa ruptura vinculante con el amor, el hogar, una familia? ¿A qué esperanza se puede una asir si ese suceso totalitario, ateo, infrahumano que se empeñó en extirpar la dignidad de la persona sigue en el poder después de más de medio siglo? ¿Si el divorcio, la violencia doméstica, la promiscuidad, el hedonismo, el abuso infantil, las migraciones, las guerras se empeñan en convencernos de que todo está perdido, que triunfó el mal?
Yo tengo la respuesta, es la fe. Sé, a pesar de lo sufrido, que Dios no nos abandona, su misericordia nos protege. ¿Cómo lo sé? Porque estoy viva, y aquello que nos dijo alguna vez Bergoglio de que el hombre y la mujer deben mirar el pasado con gratitud, el presente con ánimo y el futuro con esperanza se ha hecho realidad, vive en mí. No es una teoría o un deseo fuerte que me salve de la muerte: lo experimento.
Este hombre que me llena de alegría tiene 78 años, los cumplió el 17 de diciembre de 2014, fecha histórica para los cubanos. El miércoles, antes de emprender su viaje a Cuba y Estados Unidos, del 19 al 28 de septiembre, le pidió a todos que lo acompañen con la oración, invocando la luz y la fuerza del Espíritu Santo, junto a la intercesión de María, Patrona de Cuba como Virgen de la Caridad del Cobre, y Patrona de Estados Unidos como Inmaculada Concepción.
“Será un viaje muy complejo”, dijo Federico Lombardi, portavoz del Vaticano.
Francisco es el primer papa en visitar y hablar ante el Congreso de Estados Unidos. Comparecerá ante Naciones Unidas en celebración de su 70 aniversario, otra alocución que genera gran expectativa.
El secretario de Estado del Vaticano, el cardenal Pietro Parolin, acompañará al papa “debido a la importancia de la política exterior de las visitas a Cuba, Estados Unidos y Naciones Unidas. El ministro de Relaciones Exteriores del Vaticano, Paul R. Gallagher, también lo acompaña.
Francisco del siglo XXI: Nueve días, 26 discursos, esperanza que no defrauda.
Añado aquí algunas de las opiniones de Bergoglio sobre el régimen de Cuba, que acabo de leer en Aleteia, citando su libro «Diálogos entre Juan Pabl II y Fidel Castro»:
Frente «al laicismo y el marxismo que impusieron un dogmatismo que privilegia al Estado como supremo valor de la vida», la Iglesia cree que «el hombre es el camino primero y fundamental» en torno al cual debe girar una acción pastoral y diplomática que procure el bien común.
De este criterio derivan dos críticas. Una, a la política cubana cuya ideología «niega, mutila y oculta derechos fundamentales al pueblo». Otra, al sistema económico neoliberal que se encuentra «en las antípodas del evangelio» porque persigue sólo el lucro económico «marginando fríamente a los sobrantes y preocupándose sólo por números que cierren».
Bergoglio asume el criterio moral de la «primacía de la persona» sobre la economía y el mercado, sosteniendo que «el fracaso de las soluciones marxistas y colectivistas no autoriza al sistema capitalista a comportarse como le venga en gana».
Tampoco consiente a los neopopulismos socialistas porque «el socialismo ha cometido un error antropológico al considerar al hombre solo en su rol de parte en el entramado del cuerpo social, donde el bien de la persona queda subordinado al funcionamiento del mecanismo económico-social, perdiendo su opción autónoma».
A partir de esta visión «la preocupación de la Iglesia —en Cuba— a través de su doctrina, está dirigida especialmente a los problemas que emergen de la convivencia humana, vivida en una coyuntura social donde las soluciones propuestas vienen, sea desde el ateísmo que priva al hombre de una parte esencial, la espiritual, como desde otros sectores consumistas».
Culmina así Bergoglio afirmando que «la Iglesia no viene al pueblo cubano a enarbolar una ideología. Ella viene a ofrecer un camino de paz, justicia y libertad verdaderas» porque «cada nación es hacedora y protagonista de su propia historia, cultura y religiosidad». Por ello, la Iglesia, a través de su pastoral y diplomacia, promoverá la libertad de conciencia y «alzará su voz para que el reclamo de los que sufren sea oído».
Esto me va a costar mucho, me va a causar no pocas veces dolor, porque la memoria tiene infinidad de espejos, de trampas y tablas de salvación, de heridas y glorias, de banalidades, de hechos que no te perdonas, de pérdidas y errores que se ven sólo cuando te despojas de tu falso yo. Confrontar la propia sombra e integrarla con piedad.
El Señor de las sorpresas me hizo ver que acaso no haya mejor vehículo de anunciar el Reino de Dios que la propia experiencia vivida. Cada cual carga su cruz. Quiero gritar a todo el que quiera oír, el cambio radical que conlleva el encuentro con Jesús, el Cristo. Pero quitar las capas falsas que ocultan mi verdadero yo, my true self, es parte integral e indispensable del vivir con una nueva conciencia, liberada, limpia, y escribir lo vivido.
El pasado público, no menos intenso que el privado, ha ido quedando plasmado en mi obra periodística, principalmente en El Nuevo Herald, que podríamos llamar incluso Memorias, en la medida en que ha sido mi modo de interpretar la realidad histórica que me ha tocado vivir y cómo me han interpretado a mí muchos lectores, algunos poseídos de un fanatismo político en el que predominó por muchos años una especie de terrorismo verbal –del cual fui víctima por escribir lo que pensaba–, que se alimentaba de la calumnia y el ataque. Los tiempos han cambiado y porque sé lo que ha costado, pero sobre todo por amor a la verdad, reclamo mi pequeña parte de responsabilidad en que este exilio sea mucho más tolerante y plural. Puedo decir sin exagerar que me apedrearon verbalmente en la radio muchas veces, pero nada me calló. El lector podrá comprobarlo en los escritos hechos al fragor de batallas que con el pasar de los años y los desencantos he querido abandonar. Pero no puedo, Cuba es algo incomprensible en mi vida, una monja me dijo que tenía que purificar ese deseo. Creo que la comprendo, pero no lo puedo «purificar», me sigue obsesionando.
Sin embargo, este acontecer doloroso y a la vez admirable, ilusionado y fracasado que hemos vivido los cubanos en Miami y del que he ido dejando testimonio por más de 20 años en El Nuevo Herald, no debe ignorarlo el historiador o la historiadora de una Cuba futura y libre. Sé lo que digo, nuestra historia, la de la isla, reescrita allá a partir de 1959 está llena de mentiras. El periodismo isleño de estos 50 años ha sido uno de los más censurados y falseados del mundo. Pero tiempo habrá y por tanto perspectiva para que se escriba la verdadera historia de Cuba y de la diáspora a partir de 1959. Son dos volúmenes de una misma historia. Me consuela pensar que mis columnas, mis reportajes, mis documentales sobre Cuba y los cubanos, sirvan como una de las fuentes de esa historia que está por escribirse. Los documentales, uno transmitido por el Canal 51 –El exilio cubano, del trauma al triunfo, 1989–, y otros dos por el Canal 23 –El archivo del exilio, 1985 y La Crisis de Octubre: 25 años después, 1987–, los podrá ver el interesado en la Cuban Heritage Collection, en la Biblioteca de la Universidad de Miami.
En este blog aparecen todas mis columnas publicadas en El Nuevo Herald desde 1988 hasta el presente. También lo publicado en La Voz Católica mientras fui directora de ese periódico de la Arquidiócesis de Miami –desde diciembre de 2001 a noviembre de 2004– y en Palabra.
La verdad conlleva riesgos muy altos, Jesús es la prueba mayor. Si me propongo hacer este camino del pasado y del momento presente es principalmente porque creo que puede servir como testimonio de una conversión religiosa al catolicismo que transformó mi vida para siempre. En Cristo encontré el sentido, el amor, la verdad, que había buscado toda mi vida. Él, que me conoce mejor que yo a mí misma, que me ama incondicionalmente y me redimió para siempre, me tomó de la mano, me cargó lleno de ternura estando yo al borde del abismo. En Dios hallé todo, nada me falta.
Dios nos crea por amor para el amor, para que unidos a Cristo seamos parte del proyecto del Reino de Dios. Por eso nací, pero tardé en descubrir la verdadera razón de mi ser
Desde hacía años había empezado a sentir una necesidad muy grande de buscar a Dios. Me sentía infeliz, como si un gran vacío se hubiera apoderado de mí. Comencé a ver un sinsentido creciente en mi vida, la vida de los otros, y el mundo que me rodeaba. El matrimonio no me interesó nunca. Y aunque mi familia – mi madre, mi hermana, mi padrastro, tíos y primos- compartía con relativa frecuencia, y éramos más o menos felices en el exilio (tengo más familia en Cuba), yo me sentía sin razón de ser, sin meta ni fin.
Desde mi época de estudiante en Ponce, no había vuelto a la iglesia, a no ser para la celebración de una boda o un bautizo en la familia. Pero aunque no participaba en nada religioso, desde que cumplí los 35 años, más o menos, comencé a visitar templos católicos cuando estaban vacios, y a sentarme un rato allí para orar. Orar a mi manera, que a veces no era nada, sólo estar en aquel silencio y aquella paz que siempre encontraba. Por otro lado, retomé la lectura de una Biblia de Jerusalén que había tenido guardada desde mi época de estudiante de Literatura. Ahora la leía desde otra óptica, que no era literaria. Una fe grande iba surgiendo, producto de mis súplicas a Dios. Yo buscaba al Señor, sin saber que El me buscaba también a mí.
No sé por qué todo comenzó a coincidir. Pero a medida que decrecía mi interés en el periodismo de denuncia política y social, crecía, sin yo saber cómo, la necesidad apremiante de escribir sobre temas de espiritualidad, del mundo interior, la Iglesia, Dios. Entonces pude apreciar la hostilidad que reina en la prensa secular hacia los temas de contenido religioso y los creyentes.
Leyendo en estos días la revista católica española Vida Nueva (mayo de 1999), me encontré con un excelente artículo titulado «Responsabilidad evangelizadora en la sociedad de la informática». Cito del artículo: «Existe la convicción generalizada de que los grandes medios de prensa de Europa y América, impregnados de un liberalismo relativista y permisivo de proporciones preocupantes, oscila, como dice el director de La Croix, entre una hostilidad abierta-hacia la Iglesia católica y los creyentes- y una indiferencia, que rozan con frecuencia el sarcasmo y la caricatura.»
Yo viví en el monstruo y le conozco bien las entrañas.
Aunque no sabría precisar el momento exacto, mi crisis existencial coincidió con esa búsqueda intensa de Dios de la cual hablé. Pero era una búsqueda un poco a ciegas, que se fue haciendo luz lentamente. Cuando vine a ver, mi vida había dado un giro radical, se había operado en mí una profunda conversión.
Creo firmemente que la muerte súbita de mi madre en 1991 precipitó lo que ya hacía años se estaba gestando en mi interior. Verla morir, enfrentarme con la muerte de mi ser más querido, tuvo en mí un impacto de inmensa magnitud. Sólo aquella pequeña Biblia que sostenía en mis manos en el hospital durante los 21 días que duró su agonía, y una monja que conocí allí, me ayudaron a soportar un dolor tan profundo. Fue esa religiosa, Hija de la Caridad, la que me llevó de nuevo a misa a los pocos días de haber llegado al hospital. Y ya no volví a faltar un domingo a la Eucaristía, que me iba devolviendo a la vida.
A la muerte de mi madre, me quedé viviendo con mi padrastro, a quien he tomado un cariño muy grande. Hoy es para mí un ser entrañable, casi como un padre, tiene en la actualidad 85 años. (Mi padre murió en 1969 en Miami).
Hoy miro atrás y no puedo dejar de ver el paso de Dios por mi vida, está tan claro, cómo me salvó en los momentos más desesperantes de la tristeza, de la angustia, de la pérdida de sentido; cómo me fue llevando de la mano cuando estaba ciega; cómo perdonó mis pecados y me aguardaba anhelante para demostrarme su amor incondicional.
Pero necesito ahora narrar brevemente cómo fue que sucedió esto, porque aunque ahora lo veo claro, me tomó un tiempo descubrir su presencia sobrecogedora en mi vida; darme cuenta, cobrar conciencia de la verdadera vocación de mi vida. Claro que esto es sólo un intento racional de trazar el proceso que me ha llevado a renunciar a todo para entrar en la vida religiosa, sólo un intento, porque el hecho me sobrepasa. La llamada es un misterio, como lo es la respuesta apasionada, ese «sí» incondicional que damos, y la fuerza que nos impulsa a dejarlo todo para seguir a Jesús.
En 1994, ya integrada por completo a una vida comunitaria de parroquia, grupos de oración y lo que consideré mi apostolado en la prensa -la evangelización a través de los medios- comencé a ir a retiros espirituales. Recuerdo mi primer retiro en silencio, con dirección espiritual, durante la Semana Santa. Fue en un Centro Espiritual Católico en las colinas de Kentucky, una experiencia fuerte y transformante, en donde Dios me hablaba a través de todo, incluso la naturaleza, en plena primavera, se me reveló como algo nuevo y maravilloso, como nunca la había visto. Es difícil de describir. Después hubo otros, pero fueron los Ejercicios Espirituales de Ignacio de Loyola que tomé por 30 días en noviembre-diciembre de 1995, con el jesuita peruano Ricardo Antoncich, lo que marcó el cambio radical de mi vida. Nada se puede comparar con la felicidad, la alegría, el gozo aquel. Había por fin descubierto la perla de la cual nos hablan los evangelios. A partir de ese momento ya no viví sino sólo para buscar la forma de entregarme por completo a Dios, de darme como una ofrenda, y glorificar su nombre por medio de mi vida. Había hallado mi verdadera vocación.
Se intensificó entonces mi lectura de libros religiosos, de vida de santos y santas, de espiritualidad, oración y lo que me atrajera de todo lo religioso. Entre los santos -canonizados o no- que más influencia han tenido en mí, cito primero que nada a Thomas Merton. Su influencia ha sido tal que al principio pensé entrar en un monasterio para llevar una vida contemplativa. Fui a retiros en un monasterio trapense y a otro benedictino, donde pude compartir la Liturgia de las Horas con monjas y monjes, una experiencia muy hermosa. Pero este amor por la mística y la contemplación iban unidas a mi atracción hacia la vida y la obra de Ignacio de Loyola. Recuerdo que al finalizar el retiro ignaciano, Antoncich me había hablado de la Sociedad del Sagrado Corazón como una congregación de mujeres con espiritualidad bastante ignaciana. Pero en aquel momento no consideré establecer contacto con las RSCJ.
Fue una mañana temprano orando en mi cuarto, que me vino a la mente una amiga religiosa que vive en Barcelona. Y decidí llamarla para pedirle opinión. Me habló de las RSCJ, y muy especialmente me recomendó la obra de Dolores Aleixandre, y me envió dos pequeños libros de ella, que me leí enseguida y me gustaron mucho. En esos mismos días se hallaba de paso por Miami el padre José Conrado Rodríguez. Conversamos, le manifesté mi deseo de entrar en una orden religiosa, pero que sentía un fuerte llamado a servir en Cuba, y fue él quien por primera vez me habló de la Sociedad del Sagrado Corazón en Cuba. Me dio el teléfono de Carmen Comella, a quien llamé de inmediato. Es curioso cómo todo coincidía de nuevo.
Carmen me sugirió que hiciera contacto con Ellen Colesano, RSCJ de Miami. Lo cual hice. También llamé por teléfono a las religiosas en Puerto Rico. Andaba buscando cómo conocerlas más de cerca y hacer las gestiones para entrar. Pero siempre en lo más profundo de mí había la esperanza de que pudiera trabajar en Cuba, vivir aquella pobreza, compartir aquel destino, encarnarme en mi pueblo, y allí dar a conocer a Jesús. Evangelizar. Las palabras del papa durante su visita a la isla, la urgencia de su llamado, me llegaron muy profundo. Cito de mi último artículo publicado en El Nuevo Herald, donde hablo de mi renuncia: «El papa nos dijo que el futuro de Cuba depende sólo de nosotros, los cubanos; de cómo vivamos nuestra voluntad de compromiso en la transformación de la realidad nacional. Que hay que afrontar con fortaleza y prudencia los grandes desafíos del momento presente, porque sólo en nuestras manos está construir un futuro cada vez más digno y más libre. Y la responsabilidad, dijo, forma parte de la libertad. Y no hay verdadero compromiso responsable con la fe cristiana y la patria sin una presencia activa y audaz en todos los ambientes de la sociedad en los que Cristo y la Iglesia se encarnan.»
Pero mi hora de viajar a mi país no había llegado. Y seguí visitando y compartiendo con las RSCJ de Miami. Le pedí a Rosemary Bears, una de las religiosas de la casa de Coconut Grove, que fuera mi directora espiritual, y le doy gracias al Señor por aquel año en que me estuvo acompañando, fue una gran ayuda y guía.
Finalmente pude viajar a Cuba en mayo de 1998 y conocer a Carmen Comella. El día de Santa Magdalena Sofía Barat, 25 de mayo, lo pasé completo con las Hermanas en la parroquia del Rosario. Día hermoso de oración, Eucaristía y vivencia compartidas. Esta visita cambió mi vida por completo. Recuerdo muy vivamente cuando le hablé a Carmen de mi deseo. Y me viene a la mente aquello de que Dios es como la fuente que sale al encuentro del sediento. Me tomó de sorpresa su acogida tan natural, su pregunta: «Muy bien, ¿tú quieres venir a hacer el noviciado en Cuba?» Y mi «si’, que salió rápido y espontáneo. No sólo se me abrían las puertas, la posibilidad real de entrar en la Sociedad del Sagrado Corazón, se me invitaba a hacerlo en Cuba. A partir de ese momento, no hubo mujer más feliz que yo.
Cuando regresé a Miami el 26 de mayo empecé a prepararlo todo para mi renuncia al periódico en septiembre, fecha en que habíamos acordado Carmen y yo que vendría para la Provincia de Puerto Rico a convivir con las RSCJ por un período de unos 6 meses. Y en efecto, así fue, mi última columna en el diario la escribí, cómo olvidarlo, el 8 de septiembre, día de la Virgen de Caridad; mi último día en el trabajo fue el 11 de ese mes. Vine para Puerto Rico el 20 de septiembre, un día antes del huracán Georges.
Han pasado casi nueve meses de mi presencia en esta isla amada. He convivido con las Hermanas en todas las comunidades de la Provincia: Patillas, Barranquitas, Santurce, Aguas Buenas y ahora en mi destino final antes de ir para Cuba: Ponce, donde haré el postulantado y el noviciado si antes no me llega la visa de Cuba. ¿No es una coincidencia feliz que haya vuelto a Ponce, precisamente como religiosa aquí, donde por vez primera sentí el llamado?
A los 51 años de edad soy postulante de la Sociedad del Sagrado Corazón, y ya no me lamento ni pregunto por qué el Señor no me llamó antes a la vida religiosa. Acojo con felicidad el presente, y pienso que a lo mejor yo le estaba sirviendo de otra manera. Ahora estoy a la espera de la visa cubana para regresar a la patria, y hacer el noviciado allá; allá ser esa obrera de la mies evangélica; allá entregarme sin medida a la obra de Santa Magdalena Sofía Barat, y como un sólo corazón y una sola alma, unida a mis hermanas, transmitir el amor del Corazón de Jesús. Si el gobierno cubano no me permite entrar a Cuba, aquí estaré, en Puerto Rico, hasta que el Señor quiera, feliz también porque estoy en sus manos, rodeada de hermanas que han sido muy generosas y me han acogido con mucho cariño.
La Sociedad del Sagrado Corazón en Puerto Rico me ha pedido que escriba esta autobiografía. Quisiera terminar aclarando, una vez más, que si no soy aceptada y tengo que regresar a la vida secular, lo haré ciertamente con asombro y tristeza, porque mi mayor anhelo, mi deseo más grande es vivir la vida consagrada para siempre, y creo que para eso he sido llamada por Dios. Pero de no poder entrar por la razón que sea, aceptaré lo que el Señor quiera para mí, que no sé lo que será, pero este paso no habrá sido en vano.
Que el Espíritu de Dios me dé entonces la lucidez para discernir Su voluntad, y hacerla sin vacilar, ésa es y será mi felicidad. Porque yo digo con San Pablo que ya nada ni nadie me puede apartar del amor de Cristo.