Gratitud

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Cuando sobre mi cuerpo (y aun más sobre mi espíritu) empieza a señalarse el desgaste de la edad; cuando caiga sobre mí desde fuera, o nazca en mí por dentro, el mal que empequeñece o que nos lleva; en el minuto doloroso en que me dé cuenta, repentinamente, de que estoy enfermo y me hago viejo; sobre todo en ese momento en que sienta que escapo de mí mismo, absolutamente pasivo en manos de las grandes fuerzas desconocidas que me han formado; Señor, en todas estas horas sombrías, hazme comprender que eres Tú (y sea mi fe lo bastante grande) el que dolorosamente separa las fibras de mí ser para penetrar hasta la médula de mi sustancia y exaltarme en Ti.

«El medio divino», Pierre Teilhard de Chardin

Horas de llanto anhelando tu presencia, sólo verte con vida, verte y saber que vives aunque ambas también sepamos que queda poco. ¿No vivimos siempre así? De enfermedad en enfermedad, el dolor constante, y tu alegría inocente cuando veías a tus niños. Eras parte de esa inocencia, de esa belleza donde Dios lo envuelve todo. Pura pureza. Yo no sabía en realidad lo que era un ser humano verdaderamente puro. Tú. Y ahora digo, después de horas, noches enteras y días recordando vivencias compartidas, tus enseñanzas cotidianas, tu ser derramándose de amor hacia todos, ahora, solo ahora comprendí que mi amor por ti fue tan grande, tan inmensamente transformador porque Cristo vivía en ti. En ti amé a Cristo, porque al fin comprendí que era Cristo quien vivia en ti

. He sido testigo de un calvario, de tu Pasión y muerte. Tu largo y doloroso calvario, de tu crucifixión. Cuando puse mi mano sobre tu rostro muerto y hermosísimo, aún caliente, pero ya con un súbito color de muerte, cuando mi mano rozó tu frente y te miré, te habías transfigurado en la belleza. Lo supe, ibas al encuentro con La Belleza misma, con el Amor, el Cristo que te aguardaba y que al fin te recibía. Libre, no más sufrimientos, no más impotencia, no más esperar la muerte, había llegado, al fin.

Criatura de Dios a quien le entregaste toda tu vida, todo tu ser, todas tus fuerzas, toda tu alma, hermosa alma que amé, como jamás había amado. Porque estaba amando a Dios, no a ti. Todo, absolutamente todo lo que amé y amo de ti ahora sé que era y es la Presencia que te habitaba y más que nunca te habita, porque ahora son ya en verdad un solo corazón y una sola alma: tú y Dios, en la danza eterna de la felicidad. «God overshadow my being», tu oración o mantra que brotaba de tu alma casi como un gemido: Dios siempre eclipsó tu ser. Lo que cobró más intensidad con los años y sobre todo cuando tu aniquilación, tu disminución física y mental iba llegando a su límite que fue la muerte. Yo confío y ruego porque esa Unión con Dios que tanto anhelaste y para la cual tenías que vivir el total desasimiento de tu ser, tu absoluta destrucción, se haya dado. Ya sea. Yo confío en el Jesús histórico, en el Cristo eterno que junto al Padre y al Espíritu Santo han existido desde siempre y para siempre.

Eres parte de esa comunidad trinitaria del Amor y en la comunidad de los santos, donde ya estabas en vida,  ahora –así lo siento–tienes una asistencia más fuerte, casi te toco. He sentido signos de tu presencia desde que te fuiste, y me han hecho tanto bien.

El año pasado a esta hora, más o menos, habíamos terminado de comer. Era Thanksgiving, y estabas ya muy mal, pero nos sentamos todos a la mesa del Assisted Living Facility donde vivías, lugar triste, lleno de gente vieja y enferma. Pero el comedor, elegante y la cena fue bella y sabrosa, y sobre todo, familiar. Tu rostro, sin embargo reflejaba lo mal que estabas, y así sacaste fuerza para vestirte elegante y bajar en tu silla de ruedas. Tú, tu hermano amado, su esposa, Zoila y yo.Nuestra cena almuerzo de Acción de Gracias, y apenas podías mantener una conversación, apenas comiste.

Es egoísta, injusto, lo sé, pero te confieso que quisiera que fuera hoy aquel día para estar vivas, juntas, esperando subir y compartir aquel espacio que era tu cuarto, tan lindo decorado de Navidad. Pero no, en verdad prefiero que sea este hoy. Estás en la Jerusalén celeste,  yo todavía aquí, a la espera la esa vida eterna en la que me fundiré en el corazón del Amor, Cristo, y volveré a estar con mis seres más queridos. ¡Dios! ¡Qué bueno eres! Qué ternura tan grande nos das en medio de la desolación y la tristeza de esta Tierra. Llegas para llenarnos del gozo de saber que eres, que fuiste y serás,  que nos amas, que no nos abandonas nunca, ¡nunca!

Te doy gracias, Señor, por todo lo que me has dado, porque la conocí cuando más necesitaba de ti, y llegaste y me tomaste de la mano con su mano y me llevaste a su casa, que era la tuya.

Contracorriente

En la homilía de Florencia, el Papa exhortó a la Iglesia a «ir contracorriente y a mantener un sano contacto con la realidad y la vida cotidiana»