Transiciones, pasado y presente

Tema de la exitosa y revolucionaria serie de televisión The L Word (L por lesbiana) que transmitió Showtime del 2004 al 2009. Yo la acabo de ver en Netflix. No la conocía. Ha tenido un efecto positivo y liberador en mí: lo que en algún artículo reciente catalogué correctamente como la repulsiva promiscuidad del homosexualismo sale aquí en toda su magnitud, y desastre emocional para ellos, digamos aquí ellas. Hay un diagrama dibujado por uno de los personajes que va empatando con líneas sobre quién tiene una relación sexual con quién, y así se va viendo que casi todas se acuestan con todas. O casi todas. Pero sucede algo, y es que para mí inesperadamente surgió ante mis ojos una de las mejores obras de arte vistas en la televisión. Esto es literatura llevada a la pequeña pantalla, lo mejor después del séptimo arte, llamémosle entonces el octavo, televisión at its best. No se pierdan esta serie –sin anuncios–, la pueden ver , además de en Netflix, en Amazon (The L Word, The Complete Series), http://sharetv.com, http://watchseries.lt/season-1/l_word, http://www.imdb.com/ o e ITunes!

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Ayer a la una de la tarde tuve la tercera cita con la sicóloga para mi terapia semanal, se llama Lynn M. Spinner. Me la recomendó mi psiquiatra, Dr. Diana Glaccum,  que mencionó el nombre de otra, pero me dijo que Lynn «me retaría más», y por supuesto la elegí a ella. Y es cierto, escucha con mucha atención y de pronto hace preguntas agudas, que sin duda te «retan» a buscar una respuesta que no te has dado, aunque la pregunta ya había rondado mi cabeza o mi corazón antes de que ella la hiciera.

Con ésta son dos veces que he estado en psicoterapia. Siempre, con cada una de ellas he sacado provecho, he salido como sanada de algo descubierto en mis adentros, en algún lugar oculto, pero listo a salir. Y a cada una de ellas he ido con issues emergentes distintos, para los cuales pienso que necesito ayuda, orientación. Pero siempre salen a flote las heridas del pasado, que son como el eje torcido alrededor del que gira todo.

Inevitable que se empeñe en salir la niñez: el abandono, el abuso, la búsqueda de amor, cierta desolación. Gracias a Dios ya gran parte de eso está curado, pero los recuerdos viven, y cuando estoy con una psicóloga no sé por qué es lo primero que hablo, pero no duelen como antes y sobre todo, los reconozco. Hace tiempo, estaban bloqueados, lo cual era la peor de las situaciones y yo las desconocía. Se fueron abriendo clósets, empecé a ver esqueletos horrendos, o cadáveres insepultos en mi subconsciente, la sombra de la cual nos habló Jung, y que grabé en mi mente. La reconozco, mi sombra me acompañará siempre. La abrazo. Eso es un gran paso en la búsqueda de la curación.

Esta terapia que comencé hace tres semanas me está haciendo bien, me siento libre, acogida sin que la sicóloga me juzgue, sin juicios ni prejuicios. Con ella he establecido ya una relación de confianza. Hay química. Le cuento todo, no retengo nada. Una conversación semanal que dura una hora. Ella escucha, yo hablo y hablo y hablo. Pocas veces me interrumpe, siempre con alguna pregunta sobre lo que estoy diciendo.

Al fraile dominico Eduardo también lo veo todos os meses, a quien yo misma le pedí que fuera mi director espiritual, después de haberle escuchado sus homilías en las misas, de haberlo observado mucho. Me pareció, y es, un joven ardiente en su misión evangelizadora, apasionado por Jesús y la propagación de la Palabra. ¡Qué bien lo hace! Contagia su fe, su alegría, su juventud, su ardor.  Y mi fe no es menor, pero siento que empecé a atravesar la Noche Oscura del Alma de la que poéticamente nos advirtió que hay que atravesar San Juan de la Cruz. Es por eso que estoy yendo a misa más y mi oración la hago más larga, hoy recé incluso la Liturgia de las Horas y continué con la práctica de la meditación a veces con mantras y música Zen, budista, otras cristianas, pero debo de meditar dos veces todos los días. Por la noche, cuando me acuesto, enredo el rosario en mi mano, pero no lo rezo, porque me quedo dormida. Duermo en paz toda la noche.

El padre Eduardo se ha quedado un poco asombrado de que sólo lo haya ido a ver una vez, en junio fue. No sé qué me ha pasado, pero conozco muy bien la doctrina y el juicio católico sobre los actos. También conozco la compasión, la comprensión de un guía espiritual como Eduardo.  Le confesé no sólo mis pecados sino mis dudas, mis tentaciones sexuales tan fuertes. A esta edad, Dios mío. Estaba muerta y desperté como si fuera una adolescente que de pronto descubre el placer erótico.

Me trato de aplicar  la frase:  «You may have feelings, but you don’t have to act on them».

No sé qué saldrá de esta nueva edición de terapia y mis visitas a la psiquiatra, pero ésta es solo para recetas. Los medicamentos para la ansiedad y la depresión me tienen bien controlada. Ambas doctoras me ayudan en esta situación tan difícil que atravieso: Adel en el hospital hoy, mañana, si todo sale bien, la llevan en ambulancia para su nuevo hogar, un Assisted Living Facility donde supuestamente pasará el resto de sus días. Su casa, preciosa, amorosa, acogedora, hogar, en la que viví mis últimos 14 años está ya vacío. Todo lo ha regalado, y muchos amigos han llegado a buscar algo. La mudada es hoy, pero ella va para allá mañana, donde estaré yo esperándola con su silla de ruedas eléctrica cuando llegue la ambulancia. Me quedaré allá hasta el domingo, ayudando a que se acostumbre a su nuevo hogar, acompañándola en este nuevo tránsito de la vida, uno de los últimos. Me lo pidió: no estar sola cuando llegue. Y no lo estará.

«I just feel like when you fall in love you can’t help who you fall in love with. You love who you love; it just is what it is». Laurel Holloman (Tina, The L Word))