El comienzo de una nueva y anhelada etapa

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En el ensayo del gran maestro de espiritualidad y meditación, Laurence Freeman, OSB, The Ego of Spirituality, están descritas la visión y la misión de la publicación que edité del 2005 hasta hace unos días, Palabra. Porque nació y vivió con el propósito único de divulgar la Palabra de Dios, el Reino que ha llegado a nosotros, y que tantas personas no conocen en toda su significación. Freeman es director del World Community of Christian Meditation –a la que pertenezco– es un monje benedictino, sucesor espiritual de John Main  quien fue fundador de esta Comunidad de Meditación Cristiana esparcida hoy por todo el mundo.

Soy católica cubanoamericana, pero creo firmemente en la necesidad, urgencia y grandeza del ecumenismo. Estoy asimismo, comprometida con el diálogo interreligioso, (Ver también Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso) tan necesario.  Ha llegado la hora de la unión de los cristianos y de establecer relaciones amistosas, respetuosas, sólidas con las otras religiones. A eso iintenté contribuir en la pequeña medida de mis esfuerzos, de mi trabajo diario en la edición de Palabra, y es un tema recurrente en mis artículos semanales publicados en El Nuevo Herald.

En el magnífico análisis de la contemplación, de la vida interior, de la búsqueda del verdadero yo,  de Freeman, que mencioné –The Ego of our Spiritual Journey–, está también revelado mi viaje espiritual. En las liberadoras palabras de Freeman encontré finalmente de qué se trata la integración del yo, el dejar ir  el ego y todo lo que no sea necesario para alcanzar en ese viaje que no termina mientras dure este hoy, la unión con Dios. Para lograrlo hay también que acoger con misericordia nuestra terrible sombra. No digo más, les pido que lean a Freeman, discípulo no solo de Main, también de otros grandes de la espiritualidad contemporánea, no solo cristiana.

Descubrir lo cansada que estoy, física y mentalmente, y que no tengo tiempo para dedicarle lo que quiero me hizo concientizar que debo dejar ir algo, no puedo hacer tanto. Así que, le digo adiós a Palabra, que edito desde 2005, hace 10 años, no puedo más. Siento que Dios me llama a estar con él mucho más tiempo, en oración, en meditación, atendiendo más a las lecturas que quiero dedicarme de lleno, como la que publicó recientemente N.T. Wright,  Paul and the Faithfulness of God. Una obra maestra de cuatro volúmenes que necesito leer, me interesa, me fascina el tema y, como antes, ya no puedo decir, «la dejaré para cuando me retire»,  porque me retiré hace cinco años y resulta que he seguido trabajando sin parar. Me niego. No puedo dejarme arrastrar por la tentación del exceso de activismo, que el Papa Pío XII definió como “herejía de la acción”, y el escritor chileno Segundo Galilea: «los demonios del apostolado» en su libro Tentación y discernimiento.  Bien claro lo dejó dicho el poeta místico San Juan de la Cruz:

“Adviertan, pues, aquí los que son muy activos, que piensan ceñir al mundo con sus predicaciones y obras exteriores, que mucho más progreso harían […] dejando aparte el buen ejemplo que de sí darían, si gastasen siquiera la mitad de este tiempo en estarse con Dios en oración… Cierto entonces harían más y con menos trabajo con una hora que con mil, mereciéndolo su oración, y habiendo cobrado fuerzas espirituales con ella; porque de otra manera, todo es martillar y hacer poco más que nada, y a veces nada, y aun a veces daño”.

San Juan de la Cruz (1542-1591)

Lo que supera todo conocimiento

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Entré en la oficina del oncólogo en calma y preparada para escuchar el diagnóstico. Pero mi abdomen no acompañó en mi paz. Después de estar sentada en la sala llena de pacientes de cáncer, en minutos tuve que ir al baño apurada porque me atacó una necesidad incontenible. Cuando por fin salí del baño, me encuentro con la asistenta del médico que me buscaba para pincharme el dedo y tomar otra muestra de sangre. Necesitaba muy poca, y esa poca cayó por un tubito que ella se llevó.

¿Hasta cuándo? ¿Por qué tantas placas, MRIs, CT Scans, tubos de sangre en varias ocasiones pidiendo investigar diferentes cosas, y la tarde anterior, me habían introducido por la uretra un instrumento que tenía una cámara en la punta para observar mi vejiga, lo que se proyectaba en una pantalla que el urólogo miraba.

Yo sé que la sospecha del mal era una realidad para varios médicos. Había coincidido una fuerte infección en la orina, durante la cual salió sangre varias veces, con un MRI de la espalda, en la que sufro fuertes dolores, que mostraba algo raro, que podría ser peligroso en mi médula ósea. Que es de donde nace la sangre. Aun después de terminar los antibióticos y había terminado la infección, seguía saliendo sangre en mi orina, yo no la veía ya, pero mi doctora primaria y el urólogo, que me hicieron pruebas, confirmaron que microscópicamente había sangre.

Fueron dos semanas agobiantes de citas y visitas a médicos y a laboratorios, centros de tomas de imágenes y rayos X, que culminaban ese día. El martes 21 de abril era mi última cita con un médico, el oncólogo.

Al fin terminó la espera, me llamaron y entré. Llegó el médico, me saludó y se sentó a leer el montón de resultados que habían en papeles y en su computadora, los miraba mientras conversaba conmigo de cosas triviales. Yo lo miraba a él fijamente.

Y como el que había dado por sentado algo previamente, me dijo muy casualmente encogiéndose de hombros: “Aquí yo no veo nada, tu no tienes nada”.

“Doctor, ¿usted quiere decir que no tengo cáncer?”, le pregunté.

“No tienes cáncer, todo está bien”. Y sonriéndose me dijo “Yo lo huelo. Yo huelo de lejos cuando alguien tiene cáncer”. Por supuesto hablaba figurativamente, por la experiencia que tenía en el tratamiento de esa enfermedad y a las muchas personas que conocía con ella.

Nos dimos la mano y me fui sintiéndome liberada de un gran peso. Pude ver a la salida la sala todavía llena de jóvenes y hombres y mujeres de toda edad, la mayoría adultos, pero pocos ancianos. El cáncer es una plaga. Sabemos que lo causa la contaminación ambiental, fumar, los alimentos procesados y transgénicos, entre otras cosas, pero estas son las principales. Puede ser el exceso de estrés, que considero un padecimiento crónico que la gente sigue ignorando hasta que no aguanta más y cae. Yo he caído por el precipicio del estrés.

Le doy gracias a Dios que estoy bien, y cumpliré mi compromiso –aunque siempre lo hago desde hace tiempo– de darle gracias por un nuevo día. Sé que a partir del diagnóstico del martes, está siendo diferente. Nada lo puede describir mejor que estas palabras de la Carta a los Efesios. Les ruego que la lean detenidamente, tratando de entender lo que ahí se nos dice. Va dirigida a ustedes:

“Por eso doblo mis rodillas delante del Padre, de quien procede toda paternidad en el cielo y en la tierra. Que él se digne fortificarlos por medio de su Espíritu, conforme a la riqueza de su gloria, para que crezca en ustedes el hombre interior. Que Cristo habite en sus corazones por la fe, y sean arraigados y edificados en el amor. Así podrán comprender, con todos los creyentes, cuál es la anchura y la longitud, la altura y la profundidad, y conocer el amor de Cristo, que supera todo conocimiento, para que sean colmados por la plenitud de Dios”. (Efesios 3,14-19)

Después de este triste paréntesis de salud, sigo con mis planes, ahora más convencida que nunca, de volver a Cuba. Y será, si Dios quiere, en septiembre. Quiero estar con Francisco en la tierra en la que nací. Quiero ir a la Plaza Cívica de La Habana a celebrar misa con el Papa latinoamericano y mis hermanos.

A la espera de otro diagnóstico

EDVARD MUNCH (1863-1944) The Women and the Skeleton
EDVARD MUNCH (1863-1944)
The Women and the Skeleton

Hace tiempo escribí sobre lo mal que me sentía por mi gordura, que había logrado la espantosa calificación de «obesidad mórbida». Sé que tuve razones irracionales para llegar a eso y es por mi ansiedad, que a veces se extrema cuando la existencia se carga de tensiones, el estrés insoportable o preocupaciones que hacen crisis. A mí me dio por comer dulces. Otra persona puede caer en una enfermedad diferente cuando le atacan las mismas vicisitudes existenciales: anorexia nervosa.

Decidí hacerme la cirugía bariátrica. Hoy, al cabo de seis meses, he bajado 50 libras, me falta muy poco para llegar a mi peso deseado.

Lo cierto es que, en los últimos tres o cuatro años he pasado por indecibles altibajos. Un psiquiatra me diagnósticó bipolar, algo que me sorprendió, pues jamás he estado hospitalizada por problemas mentales ni he sufrido de depresión profunda, ni varias otras cosas que caracizan a los que sufren ese terrible trastorno, y con quienes me solidarizo; sé que muchos son sumamente inteligentes y creativos –la lista de artistas que padecen esta enfermedad es numerosa y fascinante–; hago todo lo que puedo por ayudar a la creciente cantidad de personas que se tartan de eliminar el estigma que acompaña –y tanto hace sufrir– a los bipolares, esquizofrénicos, autistas, etc. y sus familiares.

No quiero hablar más de la experiencia que pasé habiendo sido diagnosticada bipolar sin serlo, conocí la discriminación y el miedo que provoca cuando una lo dice, y yo no lo oculté. Eso sin contar con que dos de los medicamentos que me dieron durante el periodo interminable de probar pastillas para ver cuál era la que me iba, que ninguna me fue, por poco me matan.

Escribí no hace mucho un artículo, El loco estado de la psiquiatría, título que tomé de un brillante ensayo de 2013 de Marcia Angell, extraordinaria psiquiatra, por el cual ganó el premio a uno de los mejores ensayos estadounidenses de ese año, publicado en la antología anual que se hace de ellos. The New York Review of Books publicó también un compendio de estudios muy buenos sobre este tema, titulado The Epidemic of Mental Illness.

En asunto que planteo es que la profesión psiquiátrica está siendo analizada muy severamente por la cantidad de errores que se cometen en los diagnósticos. La crisis hizo explosión el año pasado cuando la Asociación Americana de Psiquiatría presentó su Manual Diagnóstico y Estadístico de Enfermedades Mentales, DSM-5 durante su Congreso Anual que se celebró en San Francisco del 3 al 7 de mayo de 2014. Para qué decir, unas 900 páginas, más de 300 enfermedades mentales que provoca un exceso de diagnósticos, y a veces equivocados el tratamiento farmacológico de conductas normales y el abuso de la prescripción de medicamentos.

Creo que un magnífico ejemplo de lo que digo es que tuve que dejar al psiquiatra que me había tratado, Fernando Matta, cuando caí en el hueco negro de los que carecen de seguro médico en este país. En ese hueco negro apareció súbitamente mi supuesta bipolaridad, determinada por un pseudopsiquiatra que tiene una página en Face Book en la cual jamás habla de psiquiatría, sino de obras narrativas y poesía, críticas literarias y la promoción de su libro de cuentos, el único que ha escrito. Obviamente equivocó su carrera, le hubiera ido mejor y sería más feliz de narrador de ficción. No tiene consulta personal sino que está empleado en una inmensa coyuntura gubernamental que trata a los pobres desajustados de esta tierra.

Bien, pues pues al llegar el Medicare, tuve la opción de elegir un buen psiquiatra. Lo hice de inmediato. Fue la descripción que la doctora da de su profesión, en su página web, con un concepto integrador (holistic) del paciente, lo que me hizo elegirla. No me equivoque. La psiquiatra Diane Glaccum, coincidió con mi primer médico, Matta: padezco de ansiedad generalizada.

Ahora, después del sospechoso resultado de un MRI ordenado por mi médico del dolor (pain manager), Ramón Chao, mi doctora primaria, Barbara Muina, ordenó una serie de exámenes –más MRI, un CT Scan, varios análisis de sangre y de orina, la visita a un urólogo y un hematólogo–, estoy a la espera de otro diagnóstico. “Podría ser cancer”, me dijo mi doctora, en quien tengo gran confianza y seguridad.

La semana que viene les contaré. No creo que habrá equivocación esta vez.

Siento a Dios a mi lado, lo que el Señor quiera, será. El me dio la vida, mi gratitud por ella, por lo vivido, por la hermosura de la creación y el cosmos, que está dentro de Cristo, infinito. Con él me iré.