El nombre y el rostro del Mal

El hombre es malvado, mucho más de lo que hemos podido comprobar hasta ahora. Como evidencia, baste citar las siguientes medidas que han sido ordenadas por él: más de 100,000 niños inmigrantes permanecen en centros de detención en todo el país después de haber sido separados de sus padres en la frontera, según un estudio de Naciones Unidas dado a conocer el martes 19 de noviembre de 2019; otros miles de inmigrantes adultos continúan asinados en casas de campañas y en jaulas como animales; la privatización de las cárceles y centros de detención ha aumentado como nunca antes, por tanto, a más presos y detenidos, más ganancia económica para los dueños las cárceles, casi todos seguidores de Trump; se ha tolerado y promovido el activismo criminal de los supremacistas nacionalistas y de los nazis; el equipo de campaña presidencial, dirigido tras bastidores por Trump, conspiró con una potencia extranjera enemiga, en este caso Rusia, para obtener información sucia sobre la opositora Hillary Clinton y así, lograr que Donad Trump, el favorito de Putin, ganara las elecciones; intentó sobornar y extorsionar el presidente de Ucrania, Volodymyr Zelensky, reteniendo la ayuda económica y militar que necesitaba con urgencia para defenderse de la intervención militar rusa hasta que no investigara y le suministrara información dañina del candidato a la presidencia, Joe Biden y su hijo, Hunter, razón esta por la que el presidente está siendo investigado por el Comité Judicial de la Cámara de Representantes para destituirlo de su cargo, es un crimen constitucional; ha lavado millones de dólares de la droga vendiendo apartamentos del Trump Tower de Panamá; ha cometido el crimen constitucional de obstrucción de justicia al despedir de sus cargos al exdirector del FBI, James Comey y otros conocedores de sus intenciones de impedir que se investigara la trama rusa; ha abusado, violado y acosado sexualmente a más de 14 mujeres que han dado sus testimonios creíbles de lo que fueron víctimas; se retiró del Acuerdo de París, lo cual demuestra que no leinteresa el calentamiento global  ni la terrible crisis medioambiental que nos acecha, aunque el gobierno cuenta con amplia evidencia científica de que el peligro inminente que corre el planeta es causado por el ser humano; intentó por todos los medios enemistarse con los grandes aliados de Estados Unidos que forman  la OTAN, para complacer a Vladimir Putin, su héroe y para quien se sospecha que trabaja como agente; utilizó millones de dólares de la Fundación Trump, una organización caritativa creada por él, a la que personas y entidades privadas donaban su dinero, pero que Trump lo utilizaba para pagar cuentas personales, mandarse a hacer retratos al óleo;  no ha pagado impuestos sobre los ingresos por años; desfalcó a cientos de estudiantes que se matricularon en una farsa llamada Universidad Trump; no le ha pagado el salario  a cientos de empleados en sus casinos y hoteles. Por varios de estos escándalos financieros ha sido demandado ante cortes judiciales y hay casos están pendientes, pero por algunos en que fue hallado cupable,  ha tenido que pagar millones de dólares, como es el caso de la universidad falsa y de los salarios de los empleados de los casinos.

Creo que podría continuar añadiendo crímenes cometidos por el actual presidente de Estados Unidos –antes y después de ocupar el cargo–-,  pero se ha hecho larga la lista y quiero detenerme en los que ha llevado a cabo en las últimas semanas. Son de una crueldad tan inmensa que puedo citar con absoluta certeza la frase del papa Juan Pablo II –”El Mal siempre tiene un nombre y un rostro”– que encarna a la perfección Donald Trump. Porque el Mal, así, con mayúscula, que proviene del Maligno, no es una abstracción que no sabemos bien cómo definir o si en realidad existe. Sí, existe, y en este, como en muchos otros casos en la historia, vive dentro de un hombre o una mujer que se dedica a hacer daño, mucho daño,  a herir, a destruir, a  que sucumbamos ante la indignidad.

Uno de los actos más miserables cometidos por el presidente fue traicionar –algo que hace con prácticamente todo el mundo, aun los spuestos amigos– a los kurdos, que fueron los mejores y más efectivos aliados de Estados Undos en la epopéyica lucha por derrotar a los terroristas de ISIS, cuyo poder invasor y actos de terror, incluyendo la masacre de miles de personas, fue de tal magnitud que llegaon a fundar el Califato Islámico. En su máxima expansión territorial controló gran parte de Irak y Siria, y ciudades tan importantes históricamente como Mosul. 

Sin el arriesgado, arduo e incesante combate militar de los kurdos, que formaban parte vital de las Fuerzas de Liberación de Siria, el Califato quizá no habría sido desmembrado todavía y los terroristas de ISIS probablemente no habrían sido derrotados.

Lo que ha hecho el presidente no es solo un acto de traición, es poner en alto peligro la seguridad nacional. De acuerdo con un informe del Pentágono de este martes 19 de noviembre, la orden de Trump de retirar las tropas estadounidenses de Siria en octubre proporcionó al Estado Islámico (ISIS) una oportunidad para reconstruirse, dándole al grupo terrorista “tiempo y espacio” para atacar a Occidente.

La Agencia de Inteligencia de Defensa le dijo al inspector general del Pentágono que ISIS ha aprovechado la retirada de Estados Unidos y la posterior incursión de Turquía en Siria. La decisión de Trump provocó fuertes críticas bipartidistas por eliminar la presión militar sobre el Estado Islámico y abandonar a las fuerzas kurdas que habían trabajado con las tropas estadounidenses para revertir las ganancias logradas por los terroristas. Hoy la población kurda que vivía en la parte de su país que tiene frontera con Turquía, desapareció y está siendo asesinada mientras intentan huir adentrándose en otras partes de su territorio.

El informe detalla las consecuencias de la decisión de Trump del 6 de octubre cuando permitió que las fuerzas turcas y los grupos paramilitares ocuparan partes de Siria que habían sido patrulladas conjuntamente por las fuerzas estadounidenses y las fuerzas democráticas sirias dominadas por los kurdos. Turquía quería con la invasión a Siria eliminar  a la población kurda. Punto.  El presidente estadounidense, gran admirador de algunos dictadores enemigos de EE. UU., le dejó el campo abierto a los turcos para la invasión y la matanza de kurdos, después de que, como dije, fueron los que además de derribar el Califato,  apresar cientos de terrorisas islámicos, eliminar a la inmensa mayoría de los teroristas, y algo sumamente importante: darle las pistas a los bombarderos estadounidenses para que localizaran y pudieran matar al líder máximo de ISIS, Abu Bakr al-Baghdadi hace tres semanas. 

Esta traición abominable de Trump tiene consecuencias devastadoras. “ISIS explotó la incursión turca y la posterior retirada de las tropas estadounidenses para reconstituir capacidades y recursos dentro de Siria y fortalecer su capacidad para planificar ataques en el extranjero”, dijo el inspector general del Pentágono en el informe dado a conocer.

La semana pasada, el presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdoğan, estuvo en la Casa Blanca para una reunión con Trump. Turquía, bajo su gobierno dictatorial, es uno de los países más corruptos del Medio Oriente, no es de extrañar que Trump le rinda pleitesia admirado, ese es el tipo de gobernante que él ha querido ser desde que asumió la presidencia, pero aunque casi lo logra, no pudo. Los republicanos se han hecho cómplices de Trump, la mayoría por dinero, por supuesto, un magnífico ejemplo es el líder del Senado, Mitch McConnell, difícil hallar un reptil tan venenoso como él en el Congreso. Su fortuna ha aumentado en más de $30 mllones en pocos años y es defensor de las causas más inmundas que se legislan en ese lugar que se supone sea el segundo poder de los tres poderes separados, pilaes de la democracia: el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial. El Partido Republicano se convirtió en el Partido de Trump, de ahí que podemos confirmar que ese segundo poder ya está bajo el total dominio del aspirante a autócrata que ocupa la Casa Blanca.

El Poder Judicial, que dirige el otro corrupto y vendido al presidente, William Barr, fiscal general de Estados Unidos, también está subordinado al Poder Ejecutivo. Ha mentido al presentar el informe preparado por el investigador especial Robert Mueller, sobre la intervención rusa en las elecciones, en su mentirosa confesión de que no sabía nada de la trama de Ucrania, etc. En otras palabras la separación de poderes de una república democrática que llama a contar a alguno de los otros poderes por desmanes, delitos por cometer o cometidos, no lo ha hecho, pero sí se han convertido en astutos cómplices los tres, lo apoyan y mienten sin temor alguno, al creerse con poderes casi omnímodos.

Pero en ese Poder Legislativo se encuentran los demócratas, y estos han actuado como corresponde: son servidores públicos que juraron por la Constitución defender a esta nación no a un presidente, que se cree por encima de la ley. Los republicanos juraron, pero defienden sus bolsillos y sus intereses propios.

Así las cosas, entonces todavía tenemos esperanza de salvar esta democracia (lo que queda de ella, pues se ha ido convirtiendo en una deshumanizante plutocracia desde la década de los 70) gracias a la brillante y gigantesca obra que han llevado a cabo los demócratas en el Congreso, dirigidos por Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes, y Adam Schiff, presidente del Comité Judicial de la Cámara de Representntes,  que está dirigiendo el proceso de investigación para la destitución del presidente. Y aunque desde hace años han recibido amenazas e intimidaciones del mismo presidente o llamadas advertencias de republicanos trumpistas, no se han dejado amedrentar. Aplaudo con orgullo de ciudadana que ama esta nación, que lucha por la justicia y la paz y la libertad, a los demócratas del Congreso que no descansan en su esfuerzo titánico por salvar a Estados Unidos y la democracia.

Pero un aparte de trascendencia inédita hay que hacer en esta convulsa era que nos ha tocado vvir, para mencionar –merece un artículo aparte que me comprometo con gusto a escribir en los próximos días– a la excepcional obra que ha llevado a cabo la prensa estadounidense. Me atrevo a decir que gracias a los periodistas que han estado investigado a fondo,  revelado sin o con miedo por sus vidas los horrores de este gobierno no sé si ya no hubiésemos caído bajo una dictadura por primera vez, organizada y dirigida por Vladimir Putin a través de su marioneta, Donald Trump.

Pero pasemos a otra decisión de política exterior tan detestable como peligrosa para la seguridad nacional que acaba de anunciar el secretario de Estado, Mike Pompeo, por órdenes del presidente Trump.

El secretario de Estado anunció el lunes que Estados Unidos ya no consideraría los asentamientos israelíes en Cisjordania ocupada como “incompatibles con el derecho internacional”. Esto marca una clara desviación de décadas de las políticas de las administraciones anteriores y una propuesta legal del Departamento de Estado de 1978 emitida bajo la administración del ex presidente Jimmy Carter. Los asentamientos israelíes se encuentran entre los temas más candentes en asuntos exteriores, y este cambio podría descarrilar cualquier esperanza de paz y la solución al conflicto entre Palestina e Israel y la creación de dos estados, lo que queremos todos, menos la ultraderecha judía liderada por Benjamín Netanyahu.

Y hoy, miércoles 20 de noviembre, se acaba de saber que el secretario de Defensa, Mike Pompeo, va a renunciar a su puesto “porque el presidente está dañando mi reputación”, dijo. Y me pregunto, cómo verá el mundo lo que está sucediendo en Estados Unidos en estos precisos momentos?

Nos hallamos al borde de un abismo. Lo único que nos puede salvar es la destitución del presidente lo antes posible, antes que siga implementando medidas con la única intención de destruir a este país y si puede, al mundo. Que saquen al mentiroso patológico, al hombre que da fuertes indicios de padecer algún tipo de demencia, además de una maldad incalculable. Y que sea antes de las elecciones en noviembre del 2020, porque lo que más me ha asombrado de este país, lo que me ha dado un pavor inusitado es la cantidad de ciudadanos republicanos que todavía creen y siguen al actual presidente y confiesan que votarán por él. Cómo pueden? Qué habita en su cerebro?

Cierto, no debería sorprenderme, ahí tenemos el casos de la culta Alemania: la mayoría de la población admiró y respaldó a Adolfo Hitler hasta la II Guerra Mundial.

Cierto también que los demócratas están ganando en todas las elecciones a la gobernación de varios estados y a puestos legislativos estatales que se han estado realizando. Y todas las encuestas indican que la mayoría de la población en estos momentos votará demócrata. Pero esos eran los resultados de las encuestas en las eleccones de 2016. Hillary Clinton sería la presidenta. En cuestión de una hora o quizá menos, la nación tuvo un inesperado cambio, una convulsión, una conmoción. Todo cambió súbitamente de rumbo y aquí estamos en esta tragedia nacional.

El Califato Islámico en el momento de su mayor expansión en febrero de 2015.

Miami o La Habana?

Miami.

Regresé a Miami el 20 de octubre, vuelvo a La Habana dentro de unos meses cuando me recupere de una operación de la rodilla programada para enero de 2020, no puede ser antes. Tenía muy pocos deseos de venir. La Habana me secuestró el corazón, me enamoré de ella. Algo que nunca he sentido por Miami, aunque me gusta la ciudad y la he llegado a querer. Qué dos situaciones existenciales tan diferentes. Me he estado preguntando en cuál de las dos me quedaría a vivir para siempre, es decir, hasta mi muerte. El tiempo se acaba, estoy vieja. Pero me siento bien a pesar de los dolores y cierta fragilidad normales de mi edad. Sin embargo, cuento con energías internas, salud, ánimo y deseos fuertes de vivir los años que me queden dándome a la experiencia de cada día prestándole atención, conciencia del valor del momento presente. Los momentos son todo lo que tengo, el futuro es ahora y estoy implicada (a estas alturas todavía) en una tarea fuerte pero fecunda, porque voy viendo resultados: que el pasado interfiera lo menos posible en el presente. Bastante daño me ha hecho. El pasado hay que dejarlo ir y seguir el camino día a día sin mirar atrás. Es muy peligroso, se corre el riesto de morir convertida en una estatua de sal, como le pasó a la mujer de Lot, o perder el Reino de Dios, como nos advirtió Jesús: «Quien toma el arado y mira hacia atrás no es digno del Reino de los Cielos».

Tan grave y peligroso es vivir aferrada a un pasado, lejano por nostalgia o cercano por algo que ha terminado, se ha ido, ha muerto, digamos una relación amorosa. Dejar ir las horas como si no tuvieran fin, como si esta corta vida fuera eterna, malgastando el ahora en recuerdos dolorosos o hermosos, que no vuelven por más que queramos. Nada vuelve. Todo pasa. Lo descubrí tarde, ha sido una desgracia vivir de nostalgia en nostalgia, se achicaba una se agrandaba otra, la evocación, la angustia casi perennes. Cierto, la muerte de los familiares y amigos más amados, que tu existencia sea la de una desterrada, lo digo con el peso de la palabra, fuera de tu tierra, que no hayas crecido, estudiado, hecho tu vida, vivir dentro de tu cultura, tu patria, en la que te sientes a plenitud con tu identidad; un amor no correspondido, otra relación que termina, las decepciones en la vida profesional, los momentos felices que se terminan y lo sabes mientras los estás viviendo, y ahora darle la cara y el alma a la vejez, a la disminución, a la invisibilidad. Todo esto es ineludible, acuden a la memoria súbitos flashbacks o un recuerdo que nace espontáneamente por algo que lo trae a la mente, una melodía, una fragancia, tantas cosas. Cómo borrarlo? No se puede, pero sí se puede con voluntad, disciplina y sobre todo la oración, irlos dejando atrás, hasta dejarlos ir. Let go.

Nunca es del todo tarde si contamos con la gracia de Dios. Compruebo que voy logrando vivir el aquí y el ahora sin mirar atrás por largas horas y aun días. En lograr esa victoria contra lo que fue es también vital lo poderosas que pueden ser las experiencias que se van teniendo. Como por ejemplo, mi descubrimiento de La Habana en estos meses de septiembre y octubre. Fue una epifanía que no acababa, un milagro que me hizo renacer porque todo me hablala de mi pertenencia identitaria a esa ciudad, que me sedujo de tal manera que no hubo espacio ni tiempo en mi corazón, mis ojos, mis sentimientos para recuerdos ni nostalgias. Nostalgia de qué, si estaba allí? De pronto el entorno completo se volvió presente en una maravillosa sensación de identidad y ser recuperados. Un renacer a la verdadera persona que soy, que fui, que seré. No hay vuelta atrás. Y no voy a hablar ahora de la belleza de la ciudad. He viajado, he visto muchas, La Habana es la más bella de todas.

El dilema no es grave. Porque la política ha dejado de importarme, en ese aspecto me da igual vivir aquí o allá. Dejé de ser solidaria con el sufrimiento y la lucha de los opositores al comunismo? A la plutocracia y la enorme desigualdad que es la otra cara de la moneda materialista: comunismo-neoliberalismo? No dejé de serlo, me siento hermanada con los que sufren el abuso despiadado de ambos sistemas, pero ahí me quedo. Rezo por ellos y por la justicia y la paz. La oración tiene fuerza, mucha fuerza, yo sola no, yo no puedo hacer nada para cambiar el mundo. Ay!, dirán alarmados algunos. Sí, cada uno de nosotros puede hacer algo para cambiar este mundo en política, el calentamiento global, la pobreza, el abuso de menores, de mujeres, racismo, corrupción, etcétera. Cierto, cada uno puede y debe hacer algo y si todos lo hacemos se cambia. Pero para mí, ya es tarde, no por edad, sino por cansancio y decepción. Digamos que en ese campo existencial estoy casi vencida. Estudiemos un poco la historia de la humanidad. Hemos adelantado en el sentido plenamente humano? Somos mejores? Más generosos, solidarios, servidores, ayudamos a los viejos solos, a los niños abandonados, a los que sufren, los presos, los rechazados por la sociedad? En todo caso, somos peores que antes, pero no es el tema de hoy, es tema de otro artículo.

Durante décadas viví entregada en cuerpo y alma al periodismo serio, con un compromiso ético con la verdad y mis principios inviolable, aunque me costara el puesto de trabajo, y estuve en peligro varias veces de perderlo en documentales que sacudieron por su cruda verdad al exilio retrógrado en su tiempo y en El Nuevo Herald, el diario donde más tiempo trabajé y más audaz fui, sobran los ejemplos que no daré aquí de más de 25 años escribiendo columnas de opinión semanales.

Le di demasiada energía y tiempo, sueños y horas a una lucha inútil, creyendo que escribir, denunciar, acusar, condenar, defender, difundir, solidarizarse ayudarían a cambiar las cosas, y pasó el tiempo. La democracia murió, no existe. El comunismo murió, no existe. Las dictaduras de las plutocracias, el repugnante neoliberalismo, la corrupción y la mentira son las que dominan ambos universos, el de Cuba y el de Estados Unidos.

Algo pasó. Vi con toda claridad que el amor está por encima de la política, el amor a Dios y a la familia, el amor dado y recibido en una relación romántica, el amor a la vida, que está hecha de tiempo y este se va como agua entre los dedos.

Dije que el dilema no era grave, porque no me detendría en mi decisión de mudarme a La Habana para siempre vivir bajo el gobierno actual, puedo hacerlo con tranquilidad, aunque carezca, viva en relativa pobreza (económicamente nunca más que en Miami, por cierto, aunque tenga mi retiro de Seguro Social y una buena pensión del periódico, porque Miami se ha convertido en una de las ciudades más caras de Estados Unidos), no exista la democracia como la creemos conocer aquí o en Francia, o España, Suiza, Finlandia etc. Aunque no se respeten los derechos humanos tal como están plasmados magníficamente en la Declaración Universal de los Derechos Humanos firmada por Naciones Unidas en 1948. Aunque prácticamente no tenga familia en Cuba, porque han muerto muchos y los primos y primas que quedan son de mi edad, más o menos. Ya varios han muerto también. Me mudaría para La Habana sin pensarlo, porque mucho lo he pensado y he viajado por cinco años seguidos a Cuba. Nunca fui con la idea de explorar terreno, con mi sentir bastaba, pero inevitablemente se vive en el terreno, sin duda minado. Y qué?

En cuando a Miami, qué decir? Mi residencia ha sido esta por 38 años, mi tiempo en la diáspora, 57, ha sido en varias ciudades de Puerto Rico, Nueva York, Boston, Madrid, Santiago de Chile. Si me preguntan dónde he sido más feliz fuera de Cuba respondo que en Puerto Rico y Nueva York. En Miami es otra historia, es la vida amorosa también, la plenamente profesional, de viajes y peregrinaciones, de conversión religiosa, de lucha sin tregua por un ideal, una utopía, de alejarme de la institución y la estructura religiosa y los dogmas, aunque siga siendo católica. La política de Estados Unidos me es casi indiferente, pero vivo aquí, y voto por derecho y deber ciudadanos. Es decir, todavía creo que es posible de alguna lejana manera algún cambio a favor del bien común.

Miami o La Habana? me preguntaba. Pero es que no había decidido y estaba logrando vivir el momento presente, que solo es el ahora? No existe semejante dilema. Y me siento enteramente feliz, como una pluma en el aire llevada suavemente por el viento, que sopla dónde quiere, pero no sabemos ni adónde va ni de donde viene. Pero, Oh, misterio! Ha surgido algo imprevisto que ha abierto de par en par la posibilidad de que se cumpla en el momento presente un deseo que ha ido cobrando fuerza con los años, y que no está ni en Miami ni en La Habana.