Sánala, Madre

 

Madre
Madre

Ella, que no era mariana, se lanzó a correr casi sin poder cuando te vio aparecer en una calle céntrica de Sevilla. Llegaba  la Virgen de la Macarena. En ese momento te amó, te descubrió en su corazón, todos estábamos esperando a la Virgen emocionados, porque no habíamos presenciado el fervor de los sevillanos ante las procesiones en Semana Santa. Y nos contagiamos. Pero en ella fue mayor, fue único, yo lo vi, lo vi en su rostro. Allá después le compramos una medalla de la Macarena en oro que no se ha quitado nunca. Eso fue hace años.

Pero la Virgen de la Macarena es una advocación mariana como muchas otras, la de la Caridad cubana, la Inmaculada, patrona de Estados Unidos, la de Luján argentina, la Virgen de Czestochowa polaca, la de Guadalupe mexicana y así, tantas otras. Se te reza a ti, única madre de Dios, la Virgen María.

Llevo años rezándote todas las mañanas el Memorare para que la sanes, le quites las enfermedades que vienen una tras otra debido a su padecimiento fatal de artritis reumática y a los más de 20 años tomando cortisona para poder funcionar en la vida sin una silla de ruedas ni dolores tan intensos, insoportables. Cómo ha sufrido, nadie sabe, Madre, sólo tú. Por qué si su entrega a Dios es total, verdadera, entera, ha tenido que padecer semejante calvario toda la vida a base de medicinas, aliviada solo por esa medicina de doble filo que ahora llega como con venganza a cobrarse los años que la dejó vivir con menos dolor. El sufrimiento es un misterio, como lo es el mal. Yo no pretendo, ni quiero entenderlo, aparto mis ojos de él y los alzo hacia ti: cúrala. Te lo pido de nuevo.

Recuerdo con qué ardor te lo pedí con esta oración hace dos años durante aquella crisis tremenda de salud, cuando todo comenzó a venirse abajo, su vida se acababa, debilitándose más y más. La he visto sufrir tanto, yo no sé cómo he podido. Por eso ahora solo quiere tratamiento paliativo, está agotada de luchar, porque cuando se acaba un padecimiento comienza otro, más fuerte.

Dejé de rezarte «Acuérdate’ «Acordaos», «Memorare», cuando confiada y feliz vi que habías de nuevo, después de siglos de hacer milagros, como dice la oración, me habías escuchado y habías hecho otro, porque sé que aquella curación fue un milagro. Cómo, si todos los médicos habían coincidido en que lo que tenía era cáncer, bajó tanto de peso con una anemia feroz, de pronto una doctora hindú de Cleveland Clinic dijo no. No tenía cáncer y aquel horror del estómago desapareció cuando le extirparon los extraños nódulos que habían aparecido. Sí, estoy convencida que fue un milagro tuyo, Madre mía. Y viví de nuevo.

No puedo olvidar los meses que pasamos. Las noches largas sin dormir, escuchándola quejarse a mi lado, con la voz bajita, y sin embargo, aceptándolo todo con paz. Me asombró de nuevo su acogida a la voluntad de Dios, pero es humana, de carne y huesos. Y ahora, después de la fractura de dos vértebras, que le arreglaron inyectándole cemento líquido, que al secarse las separó y cesó el dolor, súbitamente aparece otro dolor esta vez en la lumbar, las placas muestran que está hecha añicos, en cualquier momento se puede partir, y no importa ya si tiene que seguir entonces viviendo sentada en una silla de ruedas, es el dolor que padecerá. ¿Cómo se le va a quitar, si ya la morfina que toma 24 horas al día, sin cesar, la ha vuelto otra? ¿Más morfina, hasta que le dé un paro cardíaco? , Cada vez le falta más el aire y verla me mata. Tengo que disimular las lágrimas que me salen sin poder contenerlas porque sé que el final se acerca. Es otra: los brazos llenos de manchas oscuras, color vino, por los dos potentes medicamentos que le licúan la sangre, y sin los cuales muere en cualquier momento. Su rostro ha cambiado, pero sigue su misma sonrisa inocente, buena, generosa. Cómo la quiero, Madre, tú lo sabes. Es mi madre aquí en la tierra, es la hermana que no he tenido, la amiga del alma más íntima y conocedora de mí que yo he tenido en la vida. Cuando se vaya, Madre, que me vaya yo también. Llévame a mí junto a ti, antes mejor que después que ella, para no sufrir su pérdida.

No sé bien lo que te pido, tú lo sabes, yo no. Quiero que viva, que vuelva a caminar de nuevo, a sonreír de nuevo, a manejar su auto y volver a ser el ser que yo conocí hace 13 años, cuando me mudé a su lado, y mi vida, que ya había cambiado radicalmente por mi encuentro con Cristo, tu hijo, cambió aún más para bien, porque me integré a la comunidad franciscana que ella fundó hace más de 25 años. Porque conocí a su familia y me integré también a ella y conocí muy de cerca a un matrimonio cristiano feliz, con hijos y ahora nietos. Navidades compartidas inolvidables, cenas de Thanksgiving juntos en la casa y ella, dichosa porque a todos les fascinaba el pavo que ella hacía. Qué ilusión en sus ojos, qué presta a sazonar y a preparar. Y todos sentados a la mesa, como una gran familia, la de ella que ella me regaló, porque yo no tengo, cenábamos contentos dando gracias a Dios por muchas cosas. El año pasado fue la primera vez que se rompió la tradición por otra enfermedad que tenía y no se pudo celebrar en la casa. Pero su hermano, un hombre que admiro profundamente, por su bondad, sus valores cristianos que vive a plenitud, su amor por ella –cuánto he querido yo que mi única hermana me quisiera así, o un poco, pero no, ella no me ha querido nunca, desde que nací, pero esa es otra historia que no haré ahora– su hermanos, guiándose por la receta que ella le dictaba por teléfono, hizo el pavo y lo llevó a la casa y allí todos comimos. Ella llena de felicidad decía que le había quedado igualito al que ella hacía, o mejor. Cosas sencillas de la vida, momentos aparentemente tontos, pero que no lo son, perduran entonces en nuestro corazón cuando todo cambia y se va y no vuelve, no vuelve.

Madre, en ti confio, sánala otra vez más. Mañana va con su hermano a ver a los médicos, de 2 a 3 de la tarde son las placas, los rayos X, los estudios. Y a partir de ahí la conversación que tendrán sobre qué hacer, porque nadie sabe qué es lo que tiene, otro misterio del sufrimiento, otro estado en suspensión, mañana.

En ti confío, dulce corazón de María, sánala, que viva, que no sufra más. Pero si ha llegado la hora en que Cristo la quiere junto a sí allá en el cielo, algo que ella acepta plenamente, me lo ha dicho, hágase su voluntad.

Adel se ha ganado la gloria. ¿Quién soy yo para intervenir en lo que Dios quiere para ella? Que se acaba el sufrir, los dolores, y que me dé la fuerza, si es que vivo, para seguir en esta tierra hasta que él, tu Hijo amado quiera.

Dentro de una hora estaré en mi parroquia, Santo Domingo –Saint Dominic– a unas tres cuadras de donde vivo, para comenzar la semana mariana este final de mayo, mes de María. Rezaremos un rosario y después meditaremos sobre algunas lecturas bíblicas. Es una noche bella, que Dios me regala. Y te pediré de rodillas con todo el corazón que Adel viva, que la cures, que me cures a mí también, que tú bien conoces mi corazón.

 

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