Dora Amador
Ya la luna ha salido y la fragancia del galán de noche se me adentra tan pronto abro la puerta. Hemos terminado de comer y de fregar, salgo y atravieso el patio para botar la basura. A veces no regreso en seguida a la casa, me quedo caminando por allí, mirando las plantas que he sembrado y que ya han crecido: flamboyanes enanos, una mata de limones –siempre queriendo recrear el limonero de mi casa infantil, que iluminaba también la luna–, jazmines, uvas caletas, flores de distintos tipos, mantos, malangas, enredaderas, las hierbas–nada como regarlas al anochecer y oler el romerillo, la albahaca, la tierra mojada. Alzar los ojos para ver si capturamos algunas estrellas. Pero la luna no se hace buscar, allí está: plena. Oigo ciertos ruidos de la noche que extraño de veras en esta vida nuestra de aire acondicionado y encierro: el misterioso sonido del viento que mueve las ramas, a veces parece agua cayendo en cascada; oigo voces o música lejana, y chicharras. Aseguro que a veces he sentido el aroma del campo cubano.
El día reciente en que sucedió lo que aquí voy a contar había visto por la tarde la película Volver, de Pedro Almodóvar. Y todavía repetía en mi mente el inolvidable tango, magistralmente aflamencado por Estrella Morente con rostro de Penélope Cruz.
A mi madre la fascinaban los tangos, lamento no haber puesto en su velorio el tango Uno, su favorito, cantado por Gardel. Uno de los recuerdos más vivos y queridos que tengo de ella es verla y escucharla cantar tangos: Volver, Uno, Caminito, El día que me quieras, Cuesta abajo, Madre selva, siempre pensando en mi padre, a quien nunca dejó de amar.
¿Y él? Creo que en el fondo tampoco, aunque la dejó por otra mujer, y a ésa la dejó por otras. Qué relación la de mis padres. Se casaron tres veces, yo fui fruto del tercer matrimonio, que también acabó en divorcio. Cuando salí de Cuba viví con él y mi madrasta casi dos años. En la fiesta de mis quince mi padre quiso que bailáramos Petit Fleur, que era la canción favorita de ellos. Yolo sabía porque ella la ponía y cerraba los ojos, seguro que recondándolo. Descubrí ese día que él también la recordaba, y fue significativo que la pusiera ese día.
A los pocos meses de haber cumplido los quince llegó ella en el último barco que zarpó de Cuba, aquel de la Cruz Roja repleto de cubanos cambiados por medicinas, era julio de 1963. Por supuesto tn pronto llegó me fui a vivir con ella y dejé a mi padre. Ya ambos están muertos, enterrados en diferentes cementerios de Miami.
Yo adivino el parpadeo / de las luces que a lo lejos / van marcando mi retorno… / Son las mismas que alumbraron / con sus pálidos reflejos / hondas horas de dolor. / Y aunque no quise el regreso, / siempre se vuelve al primer amor. // La vieja calle donde el eco dijo / tuya es su vida, tuyo es su querer, / bajo el burlón mirar de las estrellas / que con indiferencia hoy me ven volver… / Volver… con la frente marchita, las nieves del tiempo platearon mi sien… / Sentir… que es un soplo la vida, / que veinte años no es nada, que febril la mirada, / errante en las sombras, / te busca y te nombra. // Vivir… con el alma aferrada / a un dulce recuerdo / que lloro otra vez… / Tengo miedo del encuentro / con el pasado que vuelve / a enfrentarse con mi vida… / Tengo miedo de las noches / que pobladas de recuerdos / encadenan mi soñar… / Pero el viajero que huye / tarde o temprano detiene su andar… / Y aunque el olvido, que todo destruye, / haya matado mi vieja ilusión, / guardo escondida una esperanza humilde / que es toda la fortuna de mi corazón.
Así, tarareando el tango una de esas noches de rutina, pero marcadamente vulnerada por el filme de Almodóvar, la brisa, la noche, entré a la casa y me senté a ver el documental El arte nuevo de hacer ruinas, del alemán Florian Borchmeyer, sobre la ciudad de La Habana.
Estática ante la pantalla, pensé que este filme es a la ciudad de La Habana lo que a la psiquis nacional cubana el ensayo del escritor Dagoberto Valdés, El daño antropológico en Cuba.
Soy parte de esa nación dañada, rota, ruinosa. Pensarán que estoy de atar. Pero algo, lo mismo de siempre, que permanece, me mueve al regreso a ese país, que es el mío. Sí, tan pronto pueda me voy a vivir a Cuba. Es lo que he estado esperando hace 46 años: Volver.
Publicado en El Nuevo Herald el 24 de febrero de 2007.