En las manos de Dios

Dora Amador

En el 2008 se cumplen 10 años que lo dejé todo para unirme a las Religiosas del Sagrado Corazón de Jesús y regresar a Cuba. La aventura fue un fracaso, a los tres años de vida religiosa estaba de regreso a Miami. Llegué nada más que a terminar el primer año de noviciado, precedido por año y medio de postulante, período en el cual la comunidad religiosa y la aspirante deciden de mutuo acuerdo, que se puede proseguir al noviciado, la fuerte prueba en la que se discierne si en verdad ser “monja” es la vocación de la novicia. No era la mía.

Mi decisión de salir fue devastadora, pero también una gracia de Dios, que me hizo experimentar la desolación más honda. Fue cuando más cerca estuve de Jesucristo en el Huerto de los Olivos y en la cruz. Mi deseo eran tan sencillo: ser el Corazón de Dios en el corazón de Cuba, pobre entre los pobres de mi país, sufrir lo que allí se sufre, todo por dar a conocer el amor de Cristo unida a las hermanas, a quienes admiraba mucho, porque son de las pocas religiosas que salieron al principio de la revolución, como todas, pero regresaron poco a poco a partir de finales de los años 70 para refundar la congregación allá a pesar de las carencias, el arduo trabajo que les esperaba y evangelizar en un país regido por el ateísmo de Estado, donde se reprimía, por no decir se perseguía los cristianos.

Hago mía esta vivencia vital de Dag Hammarskjold, secretario general de Naciones Unidas, que poco antes de morir en la frontera del Congo, donde llevaba a cabo una misión de paz, escribió estas palabras, que he citado ya en otra ocasión: “No sé Quién –o Qué– planteó la pregunta; no sé cuándo fue planteada. Ni siquiera recuerdo haber contestado. Pero en algún momento le respondí Sí a Alguien -o a Algo-, y a partir de ese instante estuve convencido de que la existencia tiene un sentido y de que, por tanto, mi vida, como entrega, tenía una meta.

“Desde ese momento he sabido lo que significa ‘no mirar atrás’ y ‘no pensar en el mañana’. Conducido por el hilo de Ariadna de mi respuesta en el laberinto de la Vida, llegué a un tiempo y a un lugar donde comprendí que el Camino lleva al triunfo, que es una catástrofe, y a una catástrofe que es un triunfo; pero que el precio de comprometer la vida sería el reproche, y que la única elevación posible al hombre radica en las profundidades de la humillación. Después de eso, la palabra ‘valor’ perdió su significado, porque nada me podían quitar”.

A mí nadie me podrá quitar la gran enseñanza que me dio Jesús cuando me vi fuera de la congregación que tanto amaba y que tan profundamente había marcado mi vida: qué es verdaderamente abandonarse en las manos de Dios y confiar. La humildad y el arrojo de este acto de fe es la prueba de amor y confianza mayores que le podemos dar a Dios. Él siempre responde, tomándonos amorosamente en sus brazos y dándonos la fuerza que necesitamos para sobrevivir. Nos demuestra su amor, su misericordia divina que nos colma. Se consuma su voluntad sobre la nuestra. Se completa la entrega.

Han pasado siete años que regresé a Miami. Lo menos que pude imaginar era que un día, en diciembre del 2000, esas religiosas cubanas, atemorizadas por el régimen, me dirían que “mi compromiso político previo tendría repercusiones para la Sociedad del Sagrado Corazón y la Iglesia en Cuba”. Entiéndase por compromiso político previo haber escrito en El Nuevo Herald por años en contra de la dictadura castrista.

Ratifico la buena voluntad de las religiosas, que siempre me escribieron desde Cuba cartas llenas de cariño y ánimo e hicieron todo lo posible por conseguir el permiso de entrada. Ante mi súbita decisión de irme de la congregación las seis hermanas con las que vivía en Santiago trataron de que no me fuera, recuerdo la reunión comunitaria que tuvimos, y las frases de ellas: “nosotros somos también voz de Dios, no te vayas”; me conmovió enormemente. La superiora provincial de Cuba en aquel momento juzgó apresurada mi decisión. Pero yo sólo quería ir a servir en Cuba, y a una orden religiosa, como me dijo, no se puede entrar con condiciones. Debía purificar mi deseo, eliminar ese afecto desordenado por Cuba.

Qué insondables los caminos de Dios. Las religiosas, Caridad Diego, encargada de Asuntos Religiosos del Partido Comunista cubano, y yo, fuimos solo instrumentos en las manos de Dios para que se cumpliera su proyecto, que no era el mío. Bendito sea el Señor.

Los signos están claros. Estoy convencida de que Dios, en sus planes y caminos muy superiores a los nuestros, lo planeó maravillosamente: mi despojo de todo, mis tres años de vida de formación religiosa,  de  misión e intensa vida de oración, lejos de Miami.