El ícono roto

Dora Amador

Mayo de 2008

El 17 de mayo cumplo 60 años, y hay en mí una necesidad misteriosa, pero muy apremiante de contar mi vida a trozos. Lo impensable se cumple hoy. Jamás hubiera imaginado que desearía contarle a nadie esto que aquí van a leer. Se trata de la carta que le escribí a una psicóloga chilena que, siendo yo novicia de la Sociedad del Sagrado Corazón de Jesús en Santiago de Chile, me dijo que yo padecía de un trastorno en mi personalidad y que al ser homosexual no podía entrar en la congregación.  El veredicto fue el resultado de apenas unas horas de conversación que tuvimos ambas después que me hizo el test Rorschach, que se basa en la interpretación que el paciente hace de unas planchas de figuras extrañas, pero muy sugerentes, algunas de las cuales reproduzco al final de este texto. La decisión de hacer pública esta experiencia se la debo en parte al estudiante cubano de psiquiatría Carlos Lafuente, cuyo blog, Cubano sobre el diván (http://cubanosobreeldivan.blogspot.com), me resultó sumamente interesante. A fin de cuentas, ¿qué cubano, en la isla prisión o en la diáspora no necesita alguna vez de un psiquiatra?

He realizado investigaciones y he consultado con especialistas sobre el test Rorschach y para mi sorpresa no se le considera en lo absoluto serio, está hace mucho tiempo desacreditado por carecer de rigor científico para el estudio de la personalidad. Con quien conversé sobre esto en detalle fue con mi psiquiatra, que sonriendo descartó de inmediato el resultado arrojado por mi interpretación de las manchas del test. Sí padezco de ansiedad, enfermedad que se hereda por línea materna.

Uno de los libros que han marcado mi vida es Life of the Beloved. Spiritual Living in a Secular World, de Henri Nouwen. Este escritor maravilloso, autor de unos 25 libros traducidos a muchos idiomas  fue por muchos años un prestigioso profesor de espiritualidad en las universidades de Notre Dame, Yale y Harvard; pero renunció a su prestigiosa y muy bien remunerada carrera para irse a vivir con discapacitados mentales en la comunidad del Arca, en Toronto. Gestos así, tan radicales, en los cuales uno se despoja de todo par irse a compartirla vida con pobres, enfermos, gente solitaria y sentirse feliz de estar haciendo ese trabajo en lugar de otro de prestigio y dinero no lo entiende casi nadie. Mi acto de dejar mi carrera periodística en Miami para saltar al vacío de la fe en tierras latinoamericanas y regresar a Cuba fue incomprensible y condenado por mi familia y amigos.

Las dos razones más poderosas que me mueven a publicar esta carta, que advierto es fuerte y muy reveladora, es mi fe y agradecimiento a Dios, que sanó la herida de tener que abandonar la maravillosa aventura de vivir la vida consagrada de misión en una congregación que amaba. “Todo conspira para el bien de los que aman a Dios”, dice la Biblia. Fue una gran enseñanza en humildad, en sabiduría y, sobre todo, en mi fidelidad a Dios, que de eso es de lo único que se trata.

Mi transformación comenzó cuando tenía unos 40 años. El zénit de la vida, de acuerdo a Jung. Ha de ser porque a partir de esa edad, más o menos, el individuo atraviesa una especie de crisis existencial en la cual su mirada se dirige hacia adentro de sí y se busca casi a nivel inconsciente, pero por medio de un proceso muy sano y necesario, la integración. 

Me adentro en terreno sagrado. Esta necesidad de contar mi vida no es vana, ni en vano, es un llamado que poco a poco ha ido alumbrando un camino por el que necesito andar.

Cuba

Hoy no puedo dejar de ver una “coincidencia” en todo lo que sucedió súbitamente, con una sincronía asombrosa: la visita a Chile, a finales de noviembre de 2000, de la superiora provincial de las Religiosas del Sagrado Corazón de Jesús de Cuba para verme y conversar conmigo e informarme que se había hecho todo lo posible, pero que se me negaba el permiso de entrada a Cuba. Me dijo que incluso había ido a conversar personalmente con Caridad Diego, encargada del Departamento de Asuntos Religiosos del Partido Comunista Cubano, pero la visita no dio frutos; la apresurada decisión de que se me hiciera el test Roschach, justo unos días antes de que llegara la superiora. Me resultó curioso que este test no se lo hicieran a otras novicias, el mío fue asombrosamente rápido, parecería que para que el resultado “patológico” de mi personalidad estuviera listo cuando llegara la mandamás religiosa cubana.

No hay duda, las religiosas temieron mucho, incluso que me convirtiera en un “problema”, como los son algunos católicos allá que, sabemos, han caído en desgracia no sólo gubernamental sino eclesiástica.

Fueron muy dolorosos esos días, lloré mucho. Tan pronto supe que no podría entrar a Cuba decidí abandonar Chile y regresar como laica a Miami, para rehacer mi vida. Sin duda, ella tenía razón: no se puede entrar en una orden religiosa con condiciones, y mi condición era ir a servir en Cuba. Todo quedó claro en el corto tiempo de discernimiento que tuve: mi vocación no era ser monja.

La casualidad no existe. Yo no pude ir a Cuba para vivir inculturada en mi pueblo, sufrir lo que sufrían, carecer de lo que carecían, pero darles, junto a las religiosas, una esperanza, propagar el Reino de Dios entre nosotros, que es el reino del amor. No pude. El 8 de diciembre de 2000 llegué a Miami. Y recomencé mi vida. Me venía mucho a la mente en aquellos días lo que me dijo un jesuita maltés radicado en Santiago de Chile –que yo era un icono roto– cuando le conté mi experiencia con la psicóloga, con las religiosas cubanas, con mi decisión de regresar a la vida laica y a mi patria cubanoamericana, Miami, que tan lejana había sentido desde Chile. Chile, país maravilloso, pero donde el exilio, el desarraigo se siente con creces. Y pensar que yo pensaba que Miami no era parte de Cuba, cuán equivocada estaba. Pero no puedo terminar sin agradecer a las chilenas que me acogieron y con las cuales conviví por todo un año.  Cómo olvidar su cercanía todo ese tiempo, su generosidad, las experiencias compartidas, la enseñanza. Cómo admiré el compromiso político de su sociedad civil, su tránsito pacífico de la dictadura a la democracia, su fe, su conciencia, su cultura. Me alegro mucho de haber vivido allá. No lo olvido, forma parte importante de mi peregrinaje.

Carta a la sicóloga:

21 de enero de 2001

(He omitido los nombres de las religiosas y de la psicóloga).

Primero que nada recibe un abrazo y mis felicitaciones por este nuevo año que empieza, que el Señor de la misericordia te acompañe en tu caminar. ¿Qué mejor cosa te puedo desear? Eres creyente, me dijiste con el bisturí de la sicología clínica en la mano, por tanto sé que valoras y acoges este deseo sincero de alguien que, como tú, quiso ser monja un día, tan intenso fue el deseo de ambas de consagrar nuestra vida a Dios. Pero descubrimos que ese deseo no cesa ni mengua al ser laicas: estamos llamadas a la santidad por el bautizo, y de eso se trata: la vida como vocación.

Te escribo porque necesito compartir contigo algunas cosas que considero importantes. Ha pasado ya algún tiempo de mi regreso a Miami, y he tenido oportunidad de reflexionar con paz y cierta perspectiva que da el tiempo y la distancia, sobre nuestro último encuentro, tan perturbador para mí. Por favor ten en cuenta que lo que sigue es una expresión de dolor, una búsqueda de respuesta que no hallo, una queja profunda que va dirigida fraternalmente a ti como sicóloga hermana en la fe. En realidad creo que la carta va dirigida a la vida misma, acaso al mismo Dios. La relectura de Job me va ayudando en estos días.

Sé que un elemento clave de tu diagnóstico acerca mi personalidad fue el resultado del test Rorschach. Dos cosas noté que te llamaron la atención: que haya visto en el último dibujo en colores lo que me pareció ser una honda de esas que los niños usan para tirar piedras (así te la describí) y yo, algo divertida, le puse «la honda de David». También vi allí, en esa última tarjeta de la serie de manchas, un mar azul con pequeños peces y otros animalitos acuáticos en el fondo, como los que se ven en la tele en un programa de viaje submarino. Veía también las costas de Miami a un lado y las de Cuba al otro. Pues bien, hojeando el otro día un libro de arte cubano de reciente publicación, hallé estas pinturas, esculturas e instalaciones artísticas que me asombraron por la similitud conceptual que tiene con lo que yo vi en ese último dibujo del Rorschach. Así pues, decidí enviarte estas reproducciones de artistas cubanos jóvenes, porque tienen una significativa relación con lo que vi ese día.

Como ves, hay mucho mar en nuestro arte, mucha agua, muchas balsas, olas, botes, remos y ahogados, mucha cosa que flota ilógicamente: como el tren que viaja sobre el mar, o la muchacha que tiene mar en sus pupilas y de ahí sale una lágrima, o el hombre que por brazos tiene remos, etc. Todo esto tiene una explicación dolorosamente histórica, y el arte sabemos que en más de un sentido es precisamente un símbolo o una interpretación de la historia y la realidad de un pueblo: el pueblo cubano lleva más de 40 años huyendo de su país. Si vivieras en Miami o Cuba sabrías de la presencia constante del mar Caribe en nuestro imaginario mental, puerta anhelada de salida para los de allá; y para los que vivimos en Miami, una angustiosa e incesante llegada de balsas que arriban con seres humanos deshidratados, quemados, cuando no llegan las balsas vacías, porque los navegantes han sido devorados por las aguas o los tiburones. Las imágenes son ineludiblemente cotidianas en los noticieros televisivos.

Te estoy enviando también una estampita de la Virgen de la Caridad del Cobre. ¿Conoces otro país cuya patrona lo sea por haberse aparecido en el mar a tres náufragos? Ya ves lo profundas que son las raíces histórico-culturales y religiosas que se hunden en nuestra memoria nacional, y que tiene que ver con mar, naufragio, salvación. Entonces, ¿es tan extraño que haya visto el Mar Caribe en el Rorschach? Es cierto que también vi algún órgano sexual, pero parece, por lo que he leído que eso es normal, algo común en las interpretaciones de otras personas. Debo confesarte que sentí un alivio agradable cuando me vi reconocida, reafirmada, en tanto artista que pintó y pinta lo que yo, más o menos, vi en un test sicológico que se me hacía para evaluar mi sanidad mental.

Te envío también dos breves textos, uno de José Marti, nuestro héroe de la independencia patria, y el otro de un autor joven, de cuyo libro se hace la reseña en la revista literaria Encuentro de la red que son las páginas que te mando. En ambos escritos, uno del siglo pasado y otro actual, se menciona la honda de David, una metáfora muy recurrente en la literatura cubana; quien primero la usó fue Martí para referirse al Goliat que para él era Estados Unidos en aquellos cruentos años de lucha emancipadora. Pero esa imagen sigue viva, muy viva hoy en nuestra cultura, ahora para referirse a otro Goliat. Te pregunto: ¿es tan sicológicamente sospechoso que yo haya visto una honda en ese dibujo Rorschach, y que me viniera a la mente la honda de David? Podría enviarte muchos otros textos donde se hace referencia a esa metáfora, pero no quiero cansarte.

Todo esto me lleva a hacer otras preguntas: ¿Qué papel desempeña el inconsciente colectivo de una nación en la psiquis de alguien que interpreta el Rorschach? Si la sicóloga es de otra cultura, y por supuesto es la que emite el juicio sobre esa interpretación de la paciente, ¿cuán válido es ese juicio? Hablamos aquí de lo que Unamuno llamó «la intrahistoria» de un pueblo. ¿Tienes algún paciente mapuche, le has hecho el test del muy alemán señor Rorschach a un indígena de la Araucanía, a ver qué ve él o ella en esas tarjetas? Esto de las culturas me cuestiona ante un test de esta naturaleza, tan radical y aparentemente infalible al emitir un diagnóstico.

Pero tengo otras preguntas acaso más importantes, importantes para mí, claro, después de intentar imaginarme varias veces qué debe ver una persona normal en esas manchas grises que culminan con un dibujo a colores. Es para mí una gran incógnita, te confieso.

¿Es alguien que quiere entrar en la vida religiosa normal? ¿Qué dice la psiquis de alguien que quiere estar en el mundo sin ser del mundo (evangelios)? ¿Cómo debe ser examinado alguien que opta radicalmente por la pobreza, la castidad, la obediencia en un mundo como el que vivimos? ¿No debe padecer ya de entrada algún trastorno serio? ¿Qué resultados habría arrojado el test Rorschach de Juana de Arco? ¿No sería histriónica la chiquilla que empuñó la espada y derrotó al ejército inglés para salvar a Francia? ¿Y el resultado de un test hecho a Margarita María Alacoque, que vio en llamas el Corazón de Jesús y conversaba con el Señor amorosamente? ¿Cuál sería el diagnóstico sicológico de un Francisco de Asís, desnudo en medio de una plaza pública, tirando por la borda la riqueza de su padre? ¿Y cuál el de Teresa de Jesús volando levitando en estado de éxtasis, o San Juan de la Cruz en sus poesías donde se mezclan el erotismo y el misticismo, como en el Cantar de los Cantares, o Ignacio de Loyola en La Storta? ¿Qué habría visto en las tarjetas el voluptuoso San Agustín?

Mucho me temo que no habrían santos ni místicos en la Iglesia Católica si hubiesen sido examinados con el implacable y nada espiritual Rorschach, y de ello hubiese dependido su entrada o no en la vida religiosa. Pienso ahora en Santa Rosa Filipina Duchesne, rscj que siendo de la aristocracia lo dejó todo en Francia para atravesar el Atlántico rumbo a Estados Unidos a los 48 años. Quería evangelizar indios. Le dio por eso. ¿Qué vería ella en el Rorschach? No logro imaginarme a Santa Magdalena Sofía Barat sometiendo a Rosa Filipina o cualquier otra religiosa a exámenes sicológicos, quizá es una de las razones por las que habían más vocaciones: se daba por sentado la llamada de Dios a esa vida, que se comprobaba con la convivencia, en la comunidad, en la vida de oración, de apostolado, etc.

Si eres creyente y yo creo que lo eres, ¿crees o no en la conversión? En ese cambio radical del corazón que te mueve a hacer locuras, maravillosas locuras, como dejarlo todo para seguir al Señor. ¿O es que eso se debe leer solo en los evangelios, pero a la hora de hacerlo de verdad, la persona es juzgada «demasiado apasionada”, que «no mide las consecuencias de sus actos». ¿Midió las consecuencias de sus actos la pecadora que vertió el frasco de perfume sobre los pies de Jesús, se los secaba con sus cabellos y lo besaba apasionadamente delante de fariseos y letrados? ¿Midió sus actos Pedro, Juan, Pablo? ¿Por qué entonces me preguntabas asombrada si no tenía «un plan B»? No, te dije, no tengo plan B.

Pero hasta el despojo de mi deseo de ser religiosa ha sido bueno. ¿Sabes? Las primeras semanas de mi salida de la congregación me sentía en mi desgracia (la palabra es clara: des-gracia) como despojada del amor de Dios, y es que en mi dolor grande y hondo, llegué a confundir ese amor infinito y misericordioso del Corazón de Jesús con la Sociedad del Sagrado Corazón. La relectura de las bienaventuranzas, la convicción profunda que renace como una luz o una brisa en mi corazón de que por algo Jesús prefiere a los excluidos, a los rechazados, a los que sufren, eso, la Eucaristía diaria me devuelven la alegría y la certeza del amor de Dios que por un momento terrible sentí vacilar. Es tan grande el desencanto, la caída tan súbita. Dos años y medio de convicción de una vocación, de un caminar en acompañamiento espiritual fecundo, de una vida comunitaria y apostólica que confirmaba ese llamado, fueron tirados al piso de un manotazo en menos de 24 horas. No fuiste tú la que dio el manotazo, tampoco fue la superiora cubana, fue Dios, que tiene sus formas de acercarnos a su Hijo, de hacernos crecer en la fe, y para eso nada tan sabio, en su inmensa sabiduría, como experimentar el dolor, la humillación, la injusticia.

Respecto a las cosas de mi vida pasada [relaciones amorosas y sexuales] que compartí en nuestras dos conversaciones y que también fueron importantes en tu opinión de que no debería entrar en la congregación, ¿qué puedo decir? Fue un error de mi parte no precisamente contarlo con honestidad, como lo hice, sin ocultar nada, sino creer que no sería obstáculo. Nunca lo fue, eso me lo dejaron saber muy claramente mi primera directora espiritual, Religiosa del Sagrado Corazón aquí en Miami ni mi directora chilena. Pero súbitamente, sí lo era. Pero ante esto también pregunto ¿Habría rechazado Jesús a la samaritana; o a María Magdalena? ¿Habríamos sido educados en la Iglesia Católica por el maravilloso San Agustín si se le hubiese juzgado por su pasado cargado de erotismo y turbulentos devaneos, tan vivamente narrado en Las Confesiones?

Pero todo es providencia divina; todo, obra de Dios, así asumo lo que ha sucedido. Eso no impide, sin embargo, que sienta la necesidad de compartir contigo estos pensamientos. Me niego a aceptar el método Rorschach, tan poco seguro y desacreditado entre muchos sicólogos. He hecho investigaciones. Pero además, quiero preguntar: ¿por qué a algunas novicias se les hace ese test y a otras no? Por supuesto que no tienes que responder a ninguna de estas preguntas, sólo, repito, necesito conversar contigo, la sicóloga que quiso un día ser monja. Y ahora analiza a monjas.

Te agradezco tu escucha atenta, tus palabras, tu honestidad. Comparaste mi padecimiento sicológico con el de grandes escritores, gracias, pero no lo soy. Soy, o era, una periodista de relativo éxito que se enamoró de Jesús, y como el hombre que halla un tesoro y lo vende todo para obtener el terreno donde enterró ese tesoro, corrí enamorada tras el Señor, sin plan B, como hicieron los discípulos. Ahora recompongo las piezas de todo esto tan extraño que ha sucedido, reubicándome en el mundo laico, que sin duda disfruto y valoro como nunca antes, completamente abandonada en las manos de Dios.

Hasta hace poco me asombraba que no hubieran vocaciones, que hubiera la crisis que hay en la vida religiosa. Ya no. Hay buenas razones. El Espíritu sabe donde sopla, nosotros no.

Recibe mi agradecimiento grande: estoy donde debo estar, bendito sea Dios, que Él te bendiga.

Test Rorschach

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Hermann Rorschach, psiquiatra suizo, 1921.
Hermann Rorschach, psiquiatra suizo, 1921.
                                          Hermann Rorschach,                                            psiquiatra suizo, 1921.