El exilio como Pasión

Dora Amador

Poco antes de morir en la frontera del Congo, donde llevaba a cabo una misión de paz, Dag Hammarskjold, secretario general de Naciones Unidas, escribió estas palabras: »No sé Quién -o Qué- planteó la pregunta; no sé cuándo fue planteada. Ni siquiera recuerdo haber contestado. Pero en algún momento le respondí Sí a Alguien –o a Algo–, y a partir de ese instante estuve convencido de que la existencia tiene un sentido y de que, por tanto, mi vida, como entrega, tenía una meta. Desde ese momento he sabido lo que significa ‘no mirar atrás’ y ‘no pensar en el mañana’.
»Conducido por el hilo de Ariadna de mi respuesta en el laberinto de la Vida, llegué a un tiempo y a un lugar donde comprendí que el Camino lleva al triunfo, que es una catástrofe, y a una catástrofe que es un triunfo; pero que el precio de comprometer la vida sería el reproche, y que la única elevación posible al hombre radica en las profundidades de la humillación. Después de eso, la palabra ‘valor’ perdió su significado, porque nada me podían quitar».

Dios, ese Alguien a quien yo también dije Sí, puso la reflexión de Hammarskjold a mi alcance para que me acompañara en estos tiempos. Pero a medida que nos adentramos en ese misterio profundo y estremecedor que es la Pasión, me pregunto: ¿Catástrofe? ¿Humillación? ¿Quién se atreve a dolerse de haberlos vivido si mira la Cruz? Hace dos años y medio, en estas mismas páginas, me despedí de Miami. Dejaba todo y me iba con el corazón contento, abierto y desarmado, convencida de que pronto estaría en Cuba. En mi país de dolores quería vivir, sufrir con el pueblo cubano la pobreza y la carencia, y en medio de esa realidad deshumanizante y opresora anunciar la certeza liberadora del Amor de Dios. Sembrar junto a mis hermanas y hermanos católicos semillas de esperanza y compasión, que es el reto mayor. Ayudar a tejer la fibra frágil de la reconciliación y el perdón. Dar la vida día a día en esta misión, ¿era tal locura?

No soy la única, que conste, hay una lista larga de sacerdotes, religiosas y laicos misioneros que esperan desde hace años el permiso de entrada a Cuba. La inmensa mayoría son extranjeros, pero los hay cubanas y cubanos. Las posibilidades de entrada son casi nulas. Pero si Cuba otorga alguna visa siempre es para un extranjero. Resulta fácil expulsar del país o no renovarle el permiso de estancia a un cura o una religiosa extranjera que haya dicho algo inapropiado. Salvo casos excepcionales el gobierno, en otra violación de derechos humanos, les prohíbe a los religiosos cubanos servir en Cuba. En este tiempo de espera del permiso de entrada a mi país, que por fin me negaron, no morí en ninguna frontera, como Hammarskjold. Pero sí creo haber llevado en mi corazón una misión de paz. Y Dios, que nos conduce por caminos insondables, quiso enseñarme algunas cosas del corazón humano y otras del Corazón de Dios.

En el desierto del norte chileno o en un barrio pobre de Santiago, rezando a solas o en comunidad; ayudando en una parroquia, aprendiendo a ser Iglesia, que es misión, misterio, comunión; leyendo los Evangelios, dándole de comer a un niño abandonado o a una anciana moribunda, muriendo a mi cultura, intentando vivir la desarraigada identidad misionera, meditando al alba ante la cimas nevada de los Andes, en la capilla ante el Santísimo queriendo vaciarme de mí, seguir a Cristo, que se despojó de todo. Pero había algo en mi corazón de lo cual no me podía despojar: Cuba. En mi cuarto, junto al crucifijo y un icono de María tenía un cuadrito de Félix Varela. Yo lo miraba: piedra fundante de la nacionalidad cubana. En aquel lugar del mundo tan apartado de Cuba, a donde me condujo Dios, yo le hablaba a Varela. Pero siempre me respondía el silencio humilde de aquel cura pobre y peregrino que hizo de su vida una ofrenda y murió en el exilio. O me parecía escuchar sus últimas palabras ante la hostia elevada: »Ven, Señor Jesús».

El exilio es uno de los acontecimientos centrales en la historia de salvación del pueblo cubano. Es o debe ser un espacio y tiempo sagrados de aprendizaje y humildad. En él está Dios, que quiere dirigir nuestra mirada al Corazón traspasado de su Hijo. Corazón que se dejó romper por amor apasionado a nosotros. Fuente de fuerza liberadora, manantial de misericordia. El exilio es una Pasión. El Corazón de Jesús es la patria.

Publicado en El Nuevo Herald el 13 de abril de 2001.