Dora Amador

Isla cada vez más lejana de mi ser. Después de cincuenta años de añoranza comenzó un extraño viaje de lejanía, ya el alma no es la misma, anhela otras cosas, Cuba, te olvido. Pero no fue de añoranza solamente, fue de lucha incansable por lograr tu libertad, es decir, la verdad, porque ambas están unidas, la una sin la otra no existe, no puede. Y ¿cuál es tu verdad, Isla? Eres preciosa y terrible. Y vales la pena, la desdicha, y el siempre experimentado fracaso a través de los años de que flotes libre, amando a tus hijos. Respetando la dignidad gloriosa con que nacieron, sencillamente porque son hijos de Dios, que les otorgó esa dignidad desde que fueron concebidos, porque él los quiso. Isla miseria, isla desgracia, isla bella. Cómo soñé recorrerte toda como si fueras un cuerpo que amo apasionadamente, Isla de mis entrañas. Pero la vida o Dios o el Mal, no lo sé quiso y logró que, hasta ahora, cuando ya entro en la debilidad de la vejez que no vuelva a ti para siempre. Este exilio, Isla que sigues en mi corazón extrañamente, aunque siento que te vas alejando, que tu luz ahí se va apagando, por todas partes me duele desde mi infancia. No he sido feliz, Isla, porque te amé de lejos, de idealicé acaso demasiado, aunque probablemente eres más, mucho más de lo que me pude haber soñado. Y ahora, el tiempo me hace aceptar e incluso amar lo que me rodea, lo que creo que me espera. Poco, mis días los paso en meditación, en la paz que sólo, únicamente Jesús nos da, y se me hace claro que eso fue lo que él quiso para mí: el abandono de todo, y he abandonado mucho, pero me faltabas tú, decirte adiós sin amargura, sabiendo que Dios ocupa todo mi ser, toda mi alma, y tú eres eras el único obstáculo para la entrega total a mi creador y a tu creador. Amé lo bello, ahora amo con todo mi ser al hacedor de la belleza. Y él es misericordioso, algo me dice que aunque te diga adiós, algún día te recorreré completa como haría un amante con el cuerpo amado. Mucho más que eso, Isla amada, Isla muerta. Déjame ya.