El que viene

La gran tentación es la desesperanza, concluir que todo está perdido, nada qué hacer. Y no hacer nada. Ya cedí a ella en el caso de Cuba, la di por ahogada, triturada y tragada por los tiburones totalitarios, y se me fue apagando la hoguera que siempre estuvo ardiendo en mi corazón. Estas páginas son testigos de ese amor inexplicable por un país del que salí hace muchos años, depositario de denuncias apasionadas e inútiles por más de 20 años con el ilusorio fin de ayudar a difundir las injusticias, la miseria y el crimen que el comunismo había llevado al país donde nací. En vano todo.

Y ahora el hielo insiste en esparcirse dentro de mi alma al ver con ojos llenos de tristeza y desengaño en lo que se ha convertido Estados Unidos. Mi segundo país se ha convertido en una cloaca capitalista, oligarquía del obsceno 0.1 por ciento de la población, que domina el Congreso, Wall Street, la venta industrial de armas, la esclavitud de millones de hombres y mujeres que trabajan para las compañías americanas establecidas en sus países. ¿Cómo no ceder a la desolación y la amarga corroboración diaria del triunfo de la codicia, la apetencia de poder y el cinismo?

Dice San Ignacio de Loyola –maestro en desolaciones y consolaciones–, fundador de la Compañía de Jesús –los jesuitas– en el siglo XVI, en lo que se conoce como el Principio y Fundamento, base para practicar los Ejercicios Espirituales:

“1. El hombre es creado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor, consistiendo en esto la realización de su persona.

2. Y las otras cosas que están sobre la tierra, son creadas para el hombre, para que le ayuden a conseguir el fin para el que es creado.

3. De donde se sigue que el hombre tanto ha de usar de ellas cuando le ayuden para su fin, y tanto las ha de dejar cuanto para ese fin le impiden.

4. Por lo tanto, es necesario hacernos libres (indiferentes) ante todo, de tal manera que no queramos, de nuestra parte, más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta, y así en todo lo demás.

5. Solamente deseando y eligiendo lo que más me conduce para llegar al fin para el que somos creados” (lo que Dios quiere de mí).

Son muy fuertes estos fundamentos, difíciles de vivirlos fielmente, porque exigen un cambio radical de vida, una conversión tan profunda que no me cabe duda: solo la gracia de Dios la puede impulsar y sostener. Los hombres y mujeres de fe somos seres elegidos –nos llamó Dios desde el vientre materno, nuestro nombre está escrito allá arriba, en el Libro de la Vida (Apocalipsis 20; 12,15. Ap. 21; 27. Daniel 12;1-2. Filipenses 4; 2-3. Lucas; 10, 20)–, lo que no impide el sufrimiento y las lágrimas, es una de los grandes enigmas con que Dios nos envuelve la vida.

Así fue con María, la joven judía de la ciudad de Nazaret, en Galilea, a quien un día se le apareció el ángel Gabriel y le dijo aquello: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» y le anunció que tendría un hijo a quien le pondría por nombre Jesús. “¿Cómo será eso, si no he conocido varón?”, preguntó ella. «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra”. Ya el ángel le había dicho, cuando María se asustó con su llegada y sus primeras palabras, “No temas, María”. Y así fue como llena de gracia y de fe, María asintió al gran misterio: “Sí”, dijo, “que se haga en mí según la Palabra del Señor”. Y así aconteció la Encarnación.

Así, como con María, debe ser con nosotros, los cristianos, la fe y la gracia nos deben llevar a no ceder a la tentación de la desesperanza, la depresión paralizante de no hacer nada por cambiar este mundo, para lo mejor, siguiendo a Jesús.

¿Era mejor la situación social, política, económica que les tocó vivir a María y a Jesús? ¿Había paz, justicia, no existían dictadores ni asesinos, no se mentían y mataban los hombres? ¿No había ambición de poder y dinero? Era, igual que ahora, un mundo podrido.

Entonces, ¿cómo no prepararnos para la llegada de Cristo? Porque eso es lo que estamos anticipando, la celebración del nacimiento de Jesús. Es Adviento. Y el que viene nos da la fortaleza.

Ayúdanos, Dios nuestro, a enseñar el mensaje de la Encarnación para que nosotros, los portadores de la imagen de Dios hagamos más visible el amor en la tierra.

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