
Regresé a Miami el 20 de octubre, vuelvo a La Habana dentro de unos meses cuando me recupere de una operación de la rodilla programada para enero de 2020, no puede ser antes. Tenía muy pocos deseos de venir. La Habana me secuestró el corazón, me enamoré de ella. Algo que nunca he sentido por Miami, aunque me gusta la ciudad y la he llegado a querer. Qué dos situaciones existenciales tan diferentes. Me he estado preguntando en cuál de las dos me quedaría a vivir para siempre, es decir, hasta mi muerte. El tiempo se acaba, estoy vieja. Pero me siento bien a pesar de los dolores y cierta fragilidad normales de mi edad. Sin embargo, cuento con energías internas, salud, ánimo y deseos fuertes de vivir los años que me queden dándome a la experiencia de cada día prestándole atención, conciencia del valor del momento presente. Los momentos son todo lo que tengo, el futuro es ahora y estoy implicada (a estas alturas todavía) en una tarea fuerte pero fecunda, porque voy viendo resultados: que el pasado interfiera lo menos posible en el presente. Bastante daño me ha hecho. El pasado hay que dejarlo ir y seguir el camino día a día sin mirar atrás. Es muy peligroso, se corre el riesto de morir convertida en una estatua de sal, como le pasó a la mujer de Lot, o perder el Reino de Dios, como nos advirtió Jesús: «Quien toma el arado y mira hacia atrás no es digno del Reino de los Cielos».
Tan grave y peligroso es vivir aferrada a un pasado, lejano por nostalgia o cercano por algo que ha terminado, se ha ido, ha muerto, digamos una relación amorosa. Dejar ir las horas como si no tuvieran fin, como si esta corta vida fuera eterna, malgastando el ahora en recuerdos dolorosos o hermosos, que no vuelven por más que queramos. Nada vuelve. Todo pasa. Lo descubrí tarde, ha sido una desgracia vivir de nostalgia en nostalgia, se achicaba una se agrandaba otra, la evocación, la angustia casi perennes. Cierto, la muerte de los familiares y amigos más amados, que tu existencia sea la de una desterrada, lo digo con el peso de la palabra, fuera de tu tierra, que no hayas crecido, estudiado, hecho tu vida, vivir dentro de tu cultura, tu patria, en la que te sientes a plenitud con tu identidad; un amor no correspondido, otra relación que termina, las decepciones en la vida profesional, los momentos felices que se terminan y lo sabes mientras los estás viviendo, y ahora darle la cara y el alma a la vejez, a la disminución, a la invisibilidad. Todo esto es ineludible, acuden a la memoria súbitos flashbacks o un recuerdo que nace espontáneamente por algo que lo trae a la mente, una melodía, una fragancia, tantas cosas. Cómo borrarlo? No se puede, pero sí se puede con voluntad, disciplina y sobre todo la oración, irlos dejando atrás, hasta dejarlos ir. Let go.
Nunca es del todo tarde si contamos con la gracia de Dios. Compruebo que voy logrando vivir el aquí y el ahora sin mirar atrás por largas horas y aun días. En lograr esa victoria contra lo que fue es también vital lo poderosas que pueden ser las experiencias que se van teniendo. Como por ejemplo, mi descubrimiento de La Habana en estos meses de septiembre y octubre. Fue una epifanía que no acababa, un milagro que me hizo renacer porque todo me hablala de mi pertenencia identitaria a esa ciudad, que me sedujo de tal manera que no hubo espacio ni tiempo en mi corazón, mis ojos, mis sentimientos para recuerdos ni nostalgias. Nostalgia de qué, si estaba allí? De pronto el entorno completo se volvió presente en una maravillosa sensación de identidad y ser recuperados. Un renacer a la verdadera persona que soy, que fui, que seré. No hay vuelta atrás. Y no voy a hablar ahora de la belleza de la ciudad. He viajado, he visto muchas, La Habana es la más bella de todas.
El dilema no es grave. Porque la política ha dejado de importarme, en ese aspecto me da igual vivir aquí o allá. Dejé de ser solidaria con el sufrimiento y la lucha de los opositores al comunismo? A la plutocracia y la enorme desigualdad que es la otra cara de la moneda materialista: comunismo-neoliberalismo? No dejé de serlo, me siento hermanada con los que sufren el abuso despiadado de ambos sistemas, pero ahí me quedo. Rezo por ellos y por la justicia y la paz. La oración tiene fuerza, mucha fuerza, yo sola no, yo no puedo hacer nada para cambiar el mundo. Ay!, dirán alarmados algunos. Sí, cada uno de nosotros puede hacer algo para cambiar este mundo en política, el calentamiento global, la pobreza, el abuso de menores, de mujeres, racismo, corrupción, etcétera. Cierto, cada uno puede y debe hacer algo y si todos lo hacemos se cambia. Pero para mí, ya es tarde, no por edad, sino por cansancio y decepción. Digamos que en ese campo existencial estoy casi vencida. Estudiemos un poco la historia de la humanidad. Hemos adelantado en el sentido plenamente humano? Somos mejores? Más generosos, solidarios, servidores, ayudamos a los viejos solos, a los niños abandonados, a los que sufren, los presos, los rechazados por la sociedad? En todo caso, somos peores que antes, pero no es el tema de hoy, es tema de otro artículo.
Durante décadas viví entregada en cuerpo y alma al periodismo serio, con un compromiso ético con la verdad y mis principios inviolable, aunque me costara el puesto de trabajo, y estuve en peligro varias veces de perderlo en documentales que sacudieron por su cruda verdad al exilio retrógrado en su tiempo y en El Nuevo Herald, el diario donde más tiempo trabajé y más audaz fui, sobran los ejemplos que no daré aquí de más de 25 años escribiendo columnas de opinión semanales.
Le di demasiada energía y tiempo, sueños y horas a una lucha inútil, creyendo que escribir, denunciar, acusar, condenar, defender, difundir, solidarizarse ayudarían a cambiar las cosas, y pasó el tiempo. La democracia murió, no existe. El comunismo murió, no existe. Las dictaduras de las plutocracias, el repugnante neoliberalismo, la corrupción y la mentira son las que dominan ambos universos, el de Cuba y el de Estados Unidos.
Algo pasó. Vi con toda claridad que el amor está por encima de la política, el amor a Dios y a la familia, el amor dado y recibido en una relación romántica, el amor a la vida, que está hecha de tiempo y este se va como agua entre los dedos.
Dije que el dilema no era grave, porque no me detendría en mi decisión de mudarme a La Habana para siempre vivir bajo el gobierno actual, puedo hacerlo con tranquilidad, aunque carezca, viva en relativa pobreza (económicamente nunca más que en Miami, por cierto, aunque tenga mi retiro de Seguro Social y una buena pensión del periódico, porque Miami se ha convertido en una de las ciudades más caras de Estados Unidos), no exista la democracia como la creemos conocer aquí o en Francia, o España, Suiza, Finlandia etc. Aunque no se respeten los derechos humanos tal como están plasmados magníficamente en la Declaración Universal de los Derechos Humanos firmada por Naciones Unidas en 1948. Aunque prácticamente no tenga familia en Cuba, porque han muerto muchos y los primos y primas que quedan son de mi edad, más o menos. Ya varios han muerto también. Me mudaría para La Habana sin pensarlo, porque mucho lo he pensado y he viajado por cinco años seguidos a Cuba. Nunca fui con la idea de explorar terreno, con mi sentir bastaba, pero inevitablemente se vive en el terreno, sin duda minado. Y qué?
En cuando a Miami, qué decir? Mi residencia ha sido esta por 38 años, mi tiempo en la diáspora, 57, ha sido en varias ciudades de Puerto Rico, Nueva York, Boston, Madrid, Santiago de Chile. Si me preguntan dónde he sido más feliz fuera de Cuba respondo que en Puerto Rico y Nueva York. En Miami es otra historia, es la vida amorosa también, la plenamente profesional, de viajes y peregrinaciones, de conversión religiosa, de lucha sin tregua por un ideal, una utopía, de alejarme de la institución y la estructura religiosa y los dogmas, aunque siga siendo católica. La política de Estados Unidos me es casi indiferente, pero vivo aquí, y voto por derecho y deber ciudadanos. Es decir, todavía creo que es posible de alguna lejana manera algún cambio a favor del bien común.
Miami o La Habana? me preguntaba. Pero es que no había decidido y estaba logrando vivir el momento presente, que solo es el ahora? No existe semejante dilema. Y me siento enteramente feliz, como una pluma en el aire llevada suavemente por el viento, que sopla dónde quiere, pero no sabemos ni adónde va ni de donde viene. Pero, Oh, misterio! Ha surgido algo imprevisto que ha abierto de par en par la posibilidad de que se cumpla en el momento presente un deseo que ha ido cobrando fuerza con los años, y que no está ni en Miami ni en La Habana.