El sábado una mujer iba para su trabajo alrededor de las 7 de la mañana cuando al cruzar una intersección, otro carro se llevó la roja y se estrelló contra el SUV que ella manejaba. El carro dio varias vueltas hasta que se detuvo. De milagro la mujer se salvó. Al ver al culpable del choque que se acercaba a ella apuntándole con un rifle automático, levantó los brazos para que no le disparara. En vano. El veterano de guerra de Irak, como después se supo, la mató de una ráfaga de balas y empezó a caminar por la calle con el rifle en las manos hasta que llegó la policía. Él es blanco, ella era negra, se llamaba Deborah Pearl, de 53 años, y tenía tres hijos y un marido; el accidente sucedió en Cleveland, Ohio. Sin embargo, creo que la raza no tiene nada que ver en esta ocasión con el asesinato. La causa radica en dos de los mayores problemas que tiene Estados Unidos: la salud mental y la fácil adquisición de armas de fuego. Creo que el veterano padecía de estrés post traumático y no recibía tratamiento.
Sobre la urgente necesidad de controlar la venta de armas de fuego he escrito en varias ocasiones; es imposible no reaccionar ante las matanzas con una de las armas que poseo: denunciar la situación a través de la prensa. Pero tengo un arma más poderosa: el voto.
He leído las plataformas políticas de los dos candidatos a la presidencia. Sobre el tema de las armas de fuego, Donald Trump recurre a la trillada y mal o astutamente interpretada Segunda Enmienda. “No permitiré que nos quiten nuestras armas”, dice el candidato republicano en donaldjtrump.com.
La de Hillary Clinton, traducida al español –no así la de Trump, por supuesto– explica que, entre otras medidas, le hará frente el lobby de la National Rifle Association. “Creo que las armas de guerra no tienen cabida en nuestras calles”, dice la candidata demócrata en hillaryclinton.com.
Clinton ha estado en contra de la venta de armas de fuego hace tiempo, ahora que tiene la probabilidad de llegar a la presidencia el asunto ocupa un lugar importante en su magnífica plataforma política.
La que ha sido una sorpresa fue su abarcadora estrategia para reformar el servicio de salud mental que dio a conocer el lunes. “Tenemos que hacerle frente a la crisis de salud mental en Estados Unidos y acabar con el estigma y la vergüenza asociada con el tratamiento”, dijo Clinton.
“Más de 40 millones de adultos y 17 millones de niños en Estados Unidos tienen enfermedades mentales. Demasiados individuos se encuentran solos a la hora de enfrentar este problema y muchos se hallan en circunstancias que complican su situación, como adicción a drogas y al alcohol, indigencia, encarcelamiento u otras enfermedades crónicas”, explica la propuesta.
Son más de 35 proyectos integrales los que forman esta visión muy humana y transformadora de Clinton para Estados Unidos.
En el que se refiere a salud mental, lo primero que se planea es promover la detección e intervención temprana de la enfermedad. La mayoría de las personas que padecen de un trastorno muestra señales a una edad temprana y sin embargo pocas reciben tratamiento. ¿Por qué no? Me he hecho esa pregunta asombrada de que, en realidad, la sociedad no ha considerado las enfermedades mentales como las demás, digamos, diabetes, presión alta, artritis, cardíacas, etc. El cerebro, ¿no es un órgano del cuerpo que se puede enfermar y por lo tanto hay que curarlo o tratarlo con medicamentos y/o terapia?
Para comprender a cabalidad la importancia de que se llegue a implementar este plan solo hay que tener algún familiar o amigo con una de esas enfermedades o padecerla uno mismo: ansiedad, ataques de pánico, estrés postraumático, obsesivo-compulsivo, fobias, ansiedad generalizada, bipolar, depresión, anorexia, bulimia, psicopatía, esquizofrenia, de personalidad y de límite de la personalidad (borderline), paranoia, delirante, etc. Son males crónicos que hacen sufrir mucho, pero con tratamiento puede funcionar normalmente, como lo haría un hipertenso o cardiaco tomando sus medicamentos.
La idea es integrar los servicios de salud mental al plan de salud de la nación. Algunas de las medidas son la prevención del suicidio, pagos más altos para los proveedores del programa de Medicaid, darle prioridad al tratamiento de la enfermedad antes que al encarcelamiento si la persona no ha cometido un delito grave y crearles oportunidades de empleo. Que los planes de salud provean los mismos beneficios para la salud mental que para otras enfermedades. Y se invertirá lo que sea necesario en la investigación científica del cerebro y en estudios del comportamiento humano.
La campaña política que vivimos a diario nos da una muestra de la necesidad que tenemos de esta brillante iniciativa de Hillary Clinton.