Mi amado Jesús, llego a ti hoy ansiando tu presencia. Deseo amarte como tú me amas. Que nada me separe jamás de ti. Señor, concédeme la gracia de tener libertad de espíritu. Limpia mi corazón y mi alma para que viva contenta en tu amor.
Ayúdame a recordar que tú me diste la vida. Te doy gracias por el regalo de mi vida. Enséñame a ir más despacio, a estar tranquila y disfrutar los placeres que creaste para mí, a estar consciente de la belleza que me rodea. Maravillarme ante los valles y los árboles, la calma de los lagos, la fragilidad de una flor. Necesito recordar que todas estas cosas vinieron de ti.
Dios está conmigo, más aún, Dios está dentro de mí. Quiero permanecer por un momento, quizá por todo este día en la presencia del Dios de la vida, en mi cuerpo, en mi mente, en mi corazón, mientras permanezco sentada aquí, ahora mismo. Porque en ti vivimos, nos movemos y somos.
Este tiempo Pascual poderoso en que hacemos memoria viva de la resurrección de Jesús; por las lecturas bíblicas diarias que me han fortalecido y colmado de la esperanza que tanto necesito; por las experiencias eucarísticas en las que he comido el cuerpo de Cristo y he bebido dichosa su sangre por mi fe sabiendo con plena certeza que es su presencia real la que me posee y transforma en él, afirmo lo mismo de Pablo: ya no soy yo, es Cristo quien vive en mí. De estos días comparto dos lecturas maravillosas, para leer varias veces, meditando cada palabra dicha por Dios.
La Palabra de Pascua: Juan 14, 23-29. Jesús le respondió: “Si alguien me ama, guardará mis palabras, y mi Padre lo amará. Entonces vendremos a él para poner nuestra morada en él. El que no me ama no guarda mis palabras; pero el mensaje que escuchan no es mío, sino del Padre que me ha enviado.
Les he dicho todo esto mientras estaba con ustedes. En adelante el Espíritu Santo, el Intérprete que el Padre les va a enviar en mi Nombre, les enseñará todas las cosas y les recordará todo lo que yo les he dicho.
Les dejo la paz, les doy mi paz. La paz que yo les doy no es como la que da el mundo. Que no haya en ustedes angustia ni miedo. Saben que les dije: Me voy, pero volveré a ustedes. Si me amaran, se alegrarían de que me vaya al Padre, pues el Padre es más grande que yo.
Les he dicho estas cosas ahora, antes de que sucedan, para que cuando sucedan ustedes crean. Ya no hablaré mucho más con ustedes, pues se está acercando el príncipe de este mundo. En mí no encontrará nada suyo, pero con esto sabrá el mundo que yo amo al Padre y que hago lo que el Padre me ha encomendado hacer. Ahora levántense y vayámonos de aquí”.
Juan 16, 12-15. Jesús les dijo: “Aún tengo muchas cosas que decirles, pero es demasiado para ustedes por ahora. Y cuando venga él, el Espíritu de la Verdad, los guiará en todos los caminos de la verdad.
El no viene con un mensaje propio, sino que les dirá lo que escuchó y les anunciará lo que ha de venir. El tomará de lo mío para revelárselo a ustedes, y yo seré glorificado por él. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso les he dicho que tomará de lo mío para revelárselo a ustedes”.
Hemos estado viviendo los 50 días de la Pascua, que comenzó el Domingo de la Resurrección del Señor, y ahora llega a su fin pasado mañana. Jesús se va, después de estar entre nosotros manifestándose resucitado ante los apóstoles y cientos de discípulos y el pueblo por toda Galilea, Jerusalén y otros lugares de lo que hoy llamamos Tierra Santa. Lo vieron, lo tocaron, comieron con él sus discípulos, Cristo les preparó la comida, ellos dieron testimonio de todo ello. Ahora nos toca esperar su segunda venida, que nos ha anunciado. Pero mientras llega el anhelado Reino de Dios, el fin de este mundo deshecho y sufrido, Él nos enviará el Espíritu Santo. Vendrá un día que se llama Pentecostés, del cual hacemos memoria en toda la Iglesia celebrándolo por todo lo alto, con razón y fe, este domingo 15 de mayo.
Hermanos, esta es la gran noticia que no da la prensa.
“Ven, Espíritu Santo, sin ti no hay vida que valga la pena, por eso, desde mis dudas, temores, cansancios y debilidades quiero invocarte. Ven, Espíritu Santo, a regar lo que está seco, ven a fortalecer lo que está débil, ven a sanar lo que está enfermo. Transfórmame, restáurame, renuévame con tu acción íntima y fecunda”.