Mi maestra, mi hermana, mi amiga del alma. Lo más trascendente en mí de nuestra honda relación espiritual, fue mi transformación al conocerla, al comprobar fuera de toda duda que existía un ser así, de una sabiduría extraordinaria a la vez que de una inocencia inaudita, pero veraz. Es la inocencia que nos pide Jesús, cuando nos exige ser como los niños para poder entrar en su Reino. Su mirada limpia, su pensamiento siempre exento de juicio condenatorio hacia alguien; en ella siempre prevalecía la caridad inherente a su personalidad; la misericordia de la que hoy tanto nos habla el Papa que debe primar sobre todo juicio. Me asombraba su generosidad, una generosidad espontánea: nunca antes había conocido a una persona que lo fuera con todos, o casi todos (excepto a los que sabía no eran buenos, y tuve que creer que era verdad cuando decía que tenía un olfato especial para la gente poseída por el Mal. Era generosa con sus amigos, su familia, los compañeros de trabajo, los inmigrantes, con los que trabajó muchos años en su ministerio laical.
Lo fue también conmigo, tan necesitada de sentirme querida en unos de los peores momentos de mi vida, a la llegada de Chile, en diciembre 8 de 2000, tras el fracaso de mi intento de entrar en la vida religiosa y regresar a Cuba. Llegué a Miami muy mal. Lo he contado en otros de los fragmentos autobiográficos en detalle. En abril de 2002, ya ejerciendo como directora de La Voz Católica, viviendo en un apartamento agradable, amueblado, en fin, levantándome económica y materialmente de nuevo, Adel vio que, por dentro seguía mal, no sé exactamente en qué consistía mi mal: me subía mucho la presión, me sentía agotada, falta de vida. Solo la fe no flaqueaba, milagrosamente. La experiencia de convivencia por tres años con las Religiosas del Sagrado Corazón fue muy fuerte, entrañable. Y después el precipicio.
Fue una tarde inolvidable, que llegó a mi casa Adel y me dijo que me fuera a vivir con ella. Así, como era ella. Yo no lo podia creer. Me dijo que yo estaba muy sola, necesitaba vida comunitaria y la tendría en su casa, en la que había un cuarto vacío. ¿Como olvidar su generosidad? Ella vivía entonces con la Hna. Ann McDermont, franciscana.
Vi los cielos abiertos inesperadamente. Alguien que entendía perfectamente cómo me sentía al salir del convento y reincorporarme a la vida secular, nihilista que prima en esta sociedad. Vivir en el mundo “sin ser del mundo”, laica sin protección alguna de una estructura. Menuda tarea para comprender y compartir. Yo no concebía mi trabajo sino dentro de la Iglesia, mi sentido o vocación misionera no había cambiado, sentía la misma necesidad de entrega por completo a seguir a Jesús todo el tiempo de mi vida, cumpliendo su voluntad, pero, ¿cuál era la voluntad de Dios para mí? Yo estaba convencida que era entrar en la vida religiosa e irme a Cuba para siempre, allá ser el corazón de Cristo en el corazón de Cuba. Y resulta que no, no era esa la voluntad de Dios, obviamente, estaba de nuevo en Miami, había regresado sin trabajo, sin casa, sin nada. Qué aventura. Mi hermana y mi prima no me conocían, se miraban como si yo estuviera loca, a nadie se le ocurre hacer lo que yo había hecho, y ahora, ¿qué iba a ser de mí?
“… Mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dice Yahvé. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos”. (Isaías 55, 8-9)
Amén. Qué pequeños mis pensamientos, qué limitada mi mente, pero que profunda mi fe, que no me había abandonado ante tanta decepción. Yo sé que Dios no abandona jamás, y a él me confié por completo. Mi vida se enriqueció de manera inesperada y extraordinaria al conocer a Adel, que no está muerta, vive y con quien espero con gran esperanza volverme a reunir en la vida futura, para siempre, para toda la eternidad.
En muchos sentidos me salvo la vida. Con ella conviví 14 años. Y estuve junto a ella hasta su muerte. Mujer de corazón puro, que como dice el salmo, veía a Dios
Nunca tendré cómo agradecerle su amor. Ella me enseñó lo que es amar de verdad. Amor que colma el alma y el ser, la sed de Cristo, la sed de amor. Se llama agape:
Agápē (en griego ἀγάπη) es el término griego para describir un tipo de amor incondicional y reflexivo, en el que el amante tiene en cuenta sólo el bien del ser amado. Algunos filósofos griegos del tiempo de Platón emplearon el término para designar, por contraposición al amor personal. Es amor universal, entendido como amor a la verdad o a la humanidad. Aunque el término no tiene necesariamente una connotación religiosa, éste ha sido usado por una variedad de fuentes antiguas y contemporáneas incluidas la Biblia cristiana. Filósofos griegos contemporáneos de Platón y otros autores clásicos han usado en diferentes formas la palabra «ágape» para denotar amor por la esposa/o o por la familia, o vocación por una actividad en particular. En contraste con philos (amistad, amor amical, hermandad o amor no sexual) y eros, una afección de naturaleza sexual.
En el cristianismo:
Los primeros cristianos lo emplearon para referirse al amor especial por Dios, al amor de Dios para con el hombre, e incluso a un amor «autosacrificante» que cada ser humano debía sentir hacia los demás. Una cita del evangelio es: «De tal manera amó Dios al mundo, que envió a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en Él no se pierda, sino que tenga vida eterna» (Juan, 3:16).
En los primeros tiempos del cristianismo, ágape también significaba una comida en común, que es el significado que conserva en la actualidad: comida, banquete. En este sentido, también significa el amor que devora al amante, por ser este capaz de entregar todo sin esperar nada a cambio. El amor agape es el amor divino de Dios.

Conocí a Adel el 8 de enero de 2001. Iba recomendada por una amiga mutua. Fui a su oficina con una cita previa y después de una conversación larga, en la que me contó sobre ella, que había sido monja por siete años algo que desconocía –las Hermanas de San Felipe Neri– accedió a ser mi directora espiritual. Pienso que fue Dios el que la impulsó a salir del convento para una vida más rica y enriquecedora. Fue directora asociada de la Oficina del Ministerio Laicos de la Arquidiócesis Católica de Miami, donde trabajó en las áreas de Formación de Adultos y Formación Pastoral cristiana de los laicos por 33 años. Fue profesora adjunta de Teología en la Universidad Barry. Fue guía y directora de retiros espirituales y una reconocida oradora a nivel nacional sobre temas de espiritualidad y ministerio de laicos en entornos multiculturales. Vivió en comunidad como una asociada franciscana laica.

Me uní a la comunidad de asociados a las Hermanas Franciscanas de la Penitencia y la Caridad Cristianas de que Adel había sido la primera asociada (estoy convencida de que fue ella quien fundó la sociedad, que después creció mucho entre los hispanos del Sur de la Florida, otra de sus memorables obras), y así empezamos este caminar juntas. Fue uno de los regalos que me tenía Dios en Miami. Hoy me pregunto qué hubiera sido de mí si no la hubiera encontrado a ella, que me guió por el nuevo camino, me invitó a vivir en Peace House, su casa, donde compartí techo también con Sister Ann. (El convento de las demás monjas, llamado Santa Slara, está cerca y compartíamos todas a menudo).

Dejé de ser miembro de esa sociedad franciscana cuando Adel empezó su gravedad. M dediqué por entero a cuidarla, y verdaderamente, me había ido decepcionando –al igual que Adel– del giro que había tomado la administración de esa congregación, con cambios en la jerarquía, visiones distintas, etc. Pero sigue dando frutos y está muy viva aquí en Miami. Sigo siendo amiga de ellas, por supuesto, pero ya no pertenezco.
Siendo directora de La Voz Católica a partir de diciembre de 2001, le pedí a Adel que colaborara con el periódico con una columna, lo cual hizo, aquí va una muestra de ellas, excelente. Lamentablemente la Universidad de St. Thomas, que se encarga de los archivos de La Voz, no ha puesto en línea varios años, 2001 y 2003, por ejemplo, que contienen muchos escritos más de ella. Fue varias veces premiada por la Asociación de Periodistas Católicos de Estados Unidos y Canadá. Cuando se retiró de la Arquidiócesis en 2004, asqueada de la jerarquía dirigida por el arzobispo Juan Clemente Favalora, uno de esos hombres a quien el papa Francisco llama «obispos trepadores» y critica severamente sus estilos de vida, Favalora decepcionante y una vergüenza en la Iglesia Católica. Cuando Adel al fin se retiró de ese antro despreciable en lo que se había convertido el Centro Pastoral de Miami, se dedicó a viajar por el país para dar conferencias. Y después la contrató Orbis Books, una de las mejores casas editoras católicas de Estados Unidos para que escribiera para ellos.
He puesto algunos links donde se pueden ver los libros de ella. Los recomiendo todos, pero muy especialmente Life is Hard but God is Good. An Inquiry into Suffering y The Spirituality of Community.
Adel sufrió mucho. Pero nunca dejó de sonreír y vivir y mostrar su sentido del humor, algo que fascinaba a todos de su personalidad. Pero fui testigo cotidiano de ese inmenso dolor que la aquejaba y después, varios años de un sufrimiento inenarrable. Quería morir y lo preparó todo a la perfección, sin olvidar un detalle. La misa, con el padre Paul Vuturo, hoy párroco de St. Louis, las lecturas bíblicas, etc.

Morir sin dolor, cuidado paliativo, y así se fue yendo entre la morfina y la metadona y los sedantes. No sufrió al morir. Pero sí supo desde antes, mucho antes, cuando había comenzado el proceso de su muerte. Yo nunca había presenciado una voluntad y una fe tan profundas.
Gracias Dios mío, que me has dado fuerzas hasta ahora para aceptar su partida, confiando plenamente en que está a tu lado, como tanto lo deseó. Es tiempo de Adviento, que ella celebraba inmensamente feliz, porque se acercaba la Navidad, es decir, la Encarnación. Cristo fue su amor.
Gracias Adel querida. Hasta pronto.
ARTÍCULOS DE ADEL
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Obituario escrito en The Florida Catholic