
The Women and the Skeleton
Hace tiempo escribí sobre lo mal que me sentía por mi gordura, que había logrado la espantosa calificación de «obesidad mórbida». Sé que tuve razones irracionales para llegar a eso y es por mi ansiedad, que a veces se extrema cuando la existencia se carga de tensiones, el estrés insoportable o preocupaciones que hacen crisis. A mí me dio por comer dulces. Otra persona puede caer en una enfermedad diferente cuando le atacan las mismas vicisitudes existenciales: anorexia nervosa.
Decidí hacerme la cirugía bariátrica. Hoy, al cabo de seis meses, he bajado 50 libras, me falta muy poco para llegar a mi peso deseado.
Lo cierto es que, en los últimos tres o cuatro años he pasado por indecibles altibajos. Un psiquiatra me diagnósticó bipolar, algo que me sorprendió, pues jamás he estado hospitalizada por problemas mentales ni he sufrido de depresión profunda, ni varias otras cosas que caracizan a los que sufren ese terrible trastorno, y con quienes me solidarizo; sé que muchos son sumamente inteligentes y creativos –la lista de artistas que padecen esta enfermedad es numerosa y fascinante–; hago todo lo que puedo por ayudar a la creciente cantidad de personas que se tartan de eliminar el estigma que acompaña –y tanto hace sufrir– a los bipolares, esquizofrénicos, autistas, etc. y sus familiares.
No quiero hablar más de la experiencia que pasé habiendo sido diagnosticada bipolar sin serlo, conocí la discriminación y el miedo que provoca cuando una lo dice, y yo no lo oculté. Eso sin contar con que dos de los medicamentos que me dieron durante el periodo interminable de probar pastillas para ver cuál era la que me iba, que ninguna me fue, por poco me matan.
Escribí no hace mucho un artículo, El loco estado de la psiquiatría, título que tomé de un brillante ensayo de 2013 de Marcia Angell, extraordinaria psiquiatra, por el cual ganó el premio a uno de los mejores ensayos estadounidenses de ese año, publicado en la antología anual que se hace de ellos. The New York Review of Books publicó también un compendio de estudios muy buenos sobre este tema, titulado The Epidemic of Mental Illness.
En asunto que planteo es que la profesión psiquiátrica está siendo analizada muy severamente por la cantidad de errores que se cometen en los diagnósticos. La crisis hizo explosión el año pasado cuando la Asociación Americana de Psiquiatría presentó su Manual Diagnóstico y Estadístico de Enfermedades Mentales, DSM-5 durante su Congreso Anual que se celebró en San Francisco del 3 al 7 de mayo de 2014. Para qué decir, unas 900 páginas, más de 300 enfermedades mentales que provoca un exceso de diagnósticos, y a veces equivocados el tratamiento farmacológico de conductas normales y el abuso de la prescripción de medicamentos.
Creo que un magnífico ejemplo de lo que digo es que tuve que dejar al psiquiatra que me había tratado, Fernando Matta, cuando caí en el hueco negro de los que carecen de seguro médico en este país. En ese hueco negro apareció súbitamente mi supuesta bipolaridad, determinada por un pseudopsiquiatra que tiene una página en Face Book en la cual jamás habla de psiquiatría, sino de obras narrativas y poesía, críticas literarias y la promoción de su libro de cuentos, el único que ha escrito. Obviamente equivocó su carrera, le hubiera ido mejor y sería más feliz de narrador de ficción. No tiene consulta personal sino que está empleado en una inmensa coyuntura gubernamental que trata a los pobres desajustados de esta tierra.
Bien, pues pues al llegar el Medicare, tuve la opción de elegir un buen psiquiatra. Lo hice de inmediato. Fue la descripción que la doctora da de su profesión, en su página web, con un concepto integrador (holistic) del paciente, lo que me hizo elegirla. No me equivoque. La psiquiatra Diane Glaccum, coincidió con mi primer médico, Matta: padezco de ansiedad generalizada.
Ahora, después del sospechoso resultado de un MRI ordenado por mi médico del dolor (pain manager), Ramón Chao, mi doctora primaria, Barbara Muina, ordenó una serie de exámenes –más MRI, un CT Scan, varios análisis de sangre y de orina, la visita a un urólogo y un hematólogo–, estoy a la espera de otro diagnóstico. “Podría ser cancer”, me dijo mi doctora, en quien tengo gran confianza y seguridad.
La semana que viene les contaré. No creo que habrá equivocación esta vez.
Siento a Dios a mi lado, lo que el Señor quiera, será. El me dio la vida, mi gratitud por ella, por lo vivido, por la hermosura de la creación y el cosmos, que está dentro de Cristo, infinito. Con él me iré.
Mis oraciones están contigo, Dora. El Señor una vez más no te fallará.
Félix