
Hoy se celebran los 110 años del nacimiento de Pablo Neruda, uno de los más grandes poetas de América Latina. En Chile hay fiesta por todas partes, y yo, que estuve en su casa de Isla Negra, imponente, misteriosa, que sentí como un lugar donde no se podría vivir tranquila jamás por su decoración extrema, sobrecogedoras colecciones de múltiples objetos tan abrumadoramente masculinos, lo celebro también. Era un hombre siempre enamorado, pura pasión. Perdonen, qué casa aquella, no la percibí como un hogar, sino como el ego del autor-macho desplazado, aplastante, apabullante. Pero cuando salí de ella, amé la costa brava de un mar herido y salvaje que golpeaba las enormes y elevadas rocas que impedían que ese océano arrastrara la casa. Todo era pasión en aquel lugar, me dio algo de miedo, lo recuerdo.
Ayer escribí aquí Cae la tarde, y lo ilustré con una pintura titulada Precipicio. Hoy me doy cuenta de que aunque inconsciente –la ilustración la elegí por su belleza, es arte abstracto, no le presté atención a su título– la elección fue un sobreaviso que no vi. Ahora sí, cuando elegí de entre muchos, este poema muy popular de Neruda para recordarlo en su aniversario.
“ Soneto XLIX “ – (De Cien Sonetos de Amor)
Es hoy: todo el ayer se fue cayendo
entre dedos de luz y ojos de sueño,
mañana llegará con pasos verdes:
nadie detiene el río de la aurora.
Nadie detiene el río de tus manos,
los ojos de tu sueño, bienamada,
eres temblor del tiempo que transcurre
entre luz vertical y sol sombrío,
y el cielo cierra sobre ti sus alas
llevándote y trayéndote a mis brazos
con puntual, misteriosa cortesía:
Por eso canto al día y a la luna,
al mar, al tiempo, a todos los planetas,
a tu voz diurna y a tu piel nocturna.
Pablo Neruda