Fiesta: La Ascensión del Señor

La Ascensión del Señor
La Ascensión del Señor

Ayer en la tarde fui a mi iglesia, en la que me inscribí esta semana que pasó, donde cuando muera celebrarán la misa de mi resurrección, de cuerpo presente, para inmediatamente después me cremen y pongan mis cenizas en el nicho que tengo en la capilla del cementerio Mercy. La iglesia es St. Dominic, de los frailes dominicos, que está a tres cuadras de donde vivo y espero no mudarme. Ahí voy a misa mucho, casi a diario por las mañana o por la tarde.

Qué feliz me sentí cuando vi por primera vez que en esta parroquia se da la comunión en ambas especies: el cuerpo y la sangre del Señor. Pan y vino que consumo y me va transformando en él, me voy convirtiendo, espero, en él. Muy pocas iglesias de Miami o Broward ofrecen este servicio. Solo dan la comunión con la hostia. Y eso está bien, ahí está contenida la sangre de  Dios. Pero a mí me apasiona beberla del cáliz y comer su cuerpo, ambos.

Tengo un compañero espiritual, maravilloso, uno de los frailes dominicos que me he tenido la oportunidad de escuchar y observar por meses en sus misas. El padre Eduardo, haitiano, habla perfectamente el español y el inglés. Ya tuvimos nuestro primer encuentro el jueves, fue muy importante, me hallaba sin dirección espiritual hacía mucho tiempo. Y sé que elegí muy bien. Es un hombre muy alegre, de mucho conocimiento bíblico y espiritual, tiene un gran fervor que contagia, me encanta asistir a sus misas.

Ayer, dije, fui a St. Dominic a la misa de la Ascensión del Señor. La ofreció el P. Alberto, otro gran predicador, es el párroco. Brillante hombre, muy serio en comparación con Eduardo, que es todo risas y carcajadas. Ambos, cada uno a su estilo saben muy bien cómo tocar nuestro corazón con la Palabra.

Carta de San Pablo a los Efesios 1,17-23. Hermanos: Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, les conceda un espíritu de sabiduría y de revelación que les permita conocerlo verdaderamente. Que él ilumine sus corazones, para que ustedes puedan valorar la esperanza a la que han sido llamados, los tesoros de gloria que encierra su herencia entre los santos, y la extraordinaria grandeza del poder con que él obra en nosotros, los creyentes, por la eficacia de su fuerza. Este es el mismo poder que Dios manifestó en Cristo, cuando lo resucitó de entre los muertos y lo hizo sentar a su derecha en el cielo, elevándolo por encima de todo Principado, Potestad, Poder y Dominación, y de cualquier otra dignidad que pueda mencionarse tanto en este mundo como en el futuro. El puso todas las cosas bajo sus pies y lo constituyó, por encima de todo, Cabeza de la Iglesia, que es su Cuerpo y la Plenitud de aquel que llena completamente todas las cosas.

Evangelio según San Mateo 28,16-20. En aquel tiempo, los once discípulos fueron a Galilea, a la montaña donde Jesús los había citado. Al verlo, se postraron delante de el; sin embargo, algunos todavía dudaron. Acercándose, Jesús les dijo: «Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo».

Fui anoche a la Misa de Vigilia para poder compartir con mi comunidad de Residential Plaza, asilo donde resido, al servicio religioso que ofrecen los domingos a las 9:30. Ahí escuchamos también las lecturas del día y comulgamos y compartimos las oraciones y nuestras peticiones. Y nos despedimos en espera de la Fiesta de Pentecostés que es el domingo que viene.

Jesús, queridos amigos, está con nosotros «todos los días, hasta el fin del mundo», nos dijo en el evangelio de hoy, en las buenas y en las malas, en aplastante desolación, cuando la noche oscura se apodera de nosotros y creemos morir, y le pedimos en un grito ahogado: «¡Dios ayúdame!» entre lágrimas y ahogo, como me sucedió hace poco, una noche de espanto y soledad terrible que tuve, recién mudada para este lugar. Noche como no había pasado en muchos años, aunque la conozco, y le temo.

Pero, ¡como no creer en Dios!, si ha pasado el tiempo y su paz me llena. Él me dio la fuerza para seguir viviendo, respirando. Hoy, domingo 1 de junio en la tarde, aguardo el lunes que ya llega llena de alegría, porque Dios sabe hacer las cosas tan delicadamente: ha llenado inesperadamente mi corazón de esperanza, de gozo.

Ahora voy a meditar en esta hora. Mi mantra sagrado, mi silencio interior, con su gracia y su Presencia.

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