
Este un blog escandaloso, pero necesario, al que le había llegado la hora hace demasiado tiempo. Ahora lo voy escribiendo, hurgando en mi memoria lo que todavía vive y duele y supura pero tiene que ser contado para que sane mi ser. Dios me impulsa y lo lograré. Seré condenada por algunas cosas que digo y no me refiero sólo a lo sexual. Es una existencia que no pedí, que nadie quiso, incluso que quisieron evitar por todos los medios. Pero los intentos de aborto fallaron y nací. Nací porque Cristo lo quiso y tengo una misión: creo que le he ido cumpliendo desde que lo encontré en mi camino, que hasta ese momento estaba lleno de pecado e inconsciencia, pero que cambió radicalmente cuando sentí la Presencia incomparable, misteriosa, maravillosa de Jesús en mi vida. Poco a poco comprendí que debía dar mi testimonio de vida, algo que en mi caso, conlleva una inmensa valentía ante la sociedad, sobre todo siendo yo quien he sido: una periodista relativamente conocida y muy repudiada por mi postura política demócrata en este Miami que era ultraconservador, pero que gracias a Dios cambió para bien a medida que fueron llegando otros cubanos de nuevas generaciones.
Aquí lo cuento todo, ha sido mi vida y mi verdad. Y, como dijo el papa Francisco en su homilía por la Jornada de Evangeliun Vitae el 13 de junio de 2013:
En la Biblia se habla mucho de que Dios no sólo perdona sino que olvida nuestros pecados. «Pero soy yo, sólo yo, el que borro tus crímenes por consideración a mí, y ya no me acordaré de tus pecados.»(Isaías 45,23)
«Porque yo perdonaré sus iniquidades y no me acordaré más de sus pecados» (Hebreos 8,12).
«Yo pondré mis leyes en su corazón y las grabaré en su conciencia, y no me acordaré más de sus pecados ni de sus iniquidades». (Hebreos 10,17)
El beato Juan Pablo II, decía: «La inmensa alegría del perdón, ofrecido y acogido, sana heridas aparentemente incurables, restablece nuevamente las relaciones y tiene sus raíces en el inagotable amor de Dios».
«¡Feliz el que ha sido absuelto de su pecado
y liberado de su falta!
¡Feliz el hombre a quien el Señor
no le tiene en cuenta las culpas,
y en cuyo espíritu no hay doblez!»
(Salmo 32, 1-2)
Yo soy esa mujer, pero es necesario para mí narrar esto. En el camino descubriré por qué.