Martes, 31 de mayo de 2011
Vivo a diario mi vocación de servicio, eso es un regalo de Dios, lo sé, y le doy gracias porque puedo hacerlo con ánimo e intentando animar a mis hermanas, que mucho lo necesitan. Desde el 30 de abril estoy viviendo en casa de ellas, aquí en Hollywood. Un nuevo capítulo en el padecer sin término de mi gran amiga del alma, Adelaida. El día 4 de mayo la operaron del pie para reconstruírselo porque de lo contrario ya no podría caminar, tan deforme estaba, tendría que limitarse a una silla de ruedas. En octubre pasado se operó la rodilla, y quedó muy bien: fue un reemplazo total de la rodilla, se la pusieron de titanio. Y se sentía como una nueva mujer: iba a hacer los ejercicios de terapia después de pasar las semanas requeridas inmovilizada. Fueron duras, porque le dolió mucho, en el interín, Zoila que iba a ayudar en todo el proceso de recuperación tuvo grave problemas del corazón y tuve que hacerme cargo yo de todo lo que conlleva hacerse cargo de una operada de rodilla a tiempo completo y alguien que padece del corazón, pero al final valió la pena tanta preocupación y trabajo. Pero quién se iba a imaginar que a los pocos meses el médico ortopédico le diría que necesitaba operarse el pie de inmediato. Lo que habíamos vivido era el preludio de una desesperante recuperación de la reconstrucción de un pie que duraría dos años.

Mi amiga tiene una enfermedad autoinmune –el sistema inmunológico ataca las células del propio organismo– que se llama artritis reumática o reumatoide, que provoca la inflamación crónica de las articulaciones y su degeneración progresiva. Este padecimiento da mucho dolor, que solo se alivia con fuertes medicamentos. Durante más de 20 años estuvo tomando cortisona, pero cuando a finales de los años 90 comenzaron a aparecer pastillas fuertes para este tipo de dolor intenso al fin pudo dejar la cortisona –medicamento de terribles daños colaterales– y empezó a tomar, por ejemplo, Darvocet, una pastilla que ahora, súbitamente, han prohibido vender, porque se ha descubierto que afecta el corazón. Pues en efecto, en ella se dio el caso. Ahora padece de arritmia cardíaca, una llamada fibrilación atrial y la otra «fluttering», que quiere decir «aleteo», que aplicado al corazón significa que el órgano empieza a aletear descontroladamente, si no se trata de inmediato puede venir el paro cardíaco. La fibrilación atrial o auricular es un desorden en el ritmo cardiaco que produce latidos irregulares y rápidos. Las cámaras superiores del corazón se contraen en forma rápida y desorganizada. Esto no es como el fluttering o aleteo, en el que todo el corazón se mueve como las alas de un pájaro que no está volando, sino tratando de emprender o detener el vuelo. Como metáfora espiritual o romántica es hermosa, pero como enfermedad no lo es. Sobre todo cuando ambas suceden a la vez, y eso fue lo que le sucedió a Adelaida en el hospital en la sala de recuperación después de la cirugía. Ahora que está en la casa todo está controlado con pastillas nuevas para el corazón, mientras permanece con la pierna en alto –tiene que estar así por tres meses– y le cambian el yeso cada tres semanas.
Los días pasan lentos, y se desespera, porque no puede hacer nada, tampoco concentrarse en la lectura, mucho menos escribir.
Resulta que Adel no sospechaba que tenía el don de la escritura, yo vi su talento y la animé mucho, pidiéndole primero que colaborara con una columna mensual para el periódico que dirigí por unos años, La Voz Católica. Y así es que hoy, nueve años después es una de las mejores escritoras católicas y teólogas con que cuenta Orbis, una editorial católica excelente, que le publica su obra. Tiene varios que han sido muy bien acogidos, sobre la espiritualidad comunitaria, sobre la Biblia, el perdón, etc. Este último, La vida es dura, pero Dios es bueno. Una indagación sobre el sufrimiento, es el mejor libro de ella: no se trata de desentrañar el misterio del mal, en este caso el sufrimiento personal, se trata de algo distinto, superior. Es un libro lleno de dolor y a la vez de una gran esperanza, la que ella misma vive. Cristo la acompaña, se le revela.
Le estoy muy agradecida, fue quien me introdujo a la comunidad franciscana a la que desde hace 10 años pertenezco, ya eso lo dije en alguna parte de este diario. ¡Que momento tan inspirado el que me condujo a ella en aquel entonces, enero de 2001! Acababa de llegar de Chile, después de tres años de intensa vida religiosa en ese país y Puerto Rico. Experiencia que me cambió para siempre, para mi bien, si la tuviera que repetir mil veces lo haría, a pesar del dolor que significó para mí dejar la congregación que tanto amé, la Sociedad del Sagrado Corazón de Jesús.
Miércoles 1 de junio de 2011
Conocí a Adel el 8 de enero de 2001. Iba recomendada por una amiga mutua. Fui a su oficina con una cita previa y después de una conversación larga, en la que me contó sobre ella, y muy interesantemente que había sido monja por siete años, algo que desconocía –perteneció a las Hermanas de San Felipe Neri– accedió a ser mi directora espiritual. Pienso que fue Dios, qué duda cabe, fue el que la impulsó a salir del convento para una vida distinta, pero más rica, nada más hay que ver su obra en la Arquidiócesis de Miami, su reconocimiento a nivel nacional, ahora sus libros, que es a lo que se dedica, ya que no puede viajar más a dictar conferencias ni hacer retiros en otros estados.
Vi los cielos abiertos. Alguien que entendía perfectamente cómo me sentía al salir del convento y reincorporarme a la vida social, del mundo «sin ser del mundo» laica sin protección alguna de una estructura. Menuda tarea para comprender y compartir. Yo no concebía mi trabajo sino dentro de la Iglesia, mi sentido o vocación misionera no había cambiado, sentía la misma necesidad de entrega por completo a seguir a Jesús todo el tiempo de mi vida, cumpliendo su voluntad, pero, ¿cuál era la voluntad de Dios para mí? Yo estaba convencida que era entrar en la vida religiosa e irme a Cuba para siempre para allá ser el corazón de Cristo en el corazón de Cuba. Y resulta que no, no era esa la voluntad de Dios, obviamente, estaba de nuevo en Miami, sin trabajo, sin casa, sin nada. Qué aventura. Mi hermana y mis primas no me conocían, se miraban unas a otras, como si yo estuviera loca, a nadie se le ocurre hacer lo que yo había hecho, y ahora, ¿qué iba a ser de mí?»
«… Mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dice Yahvé. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos». (Isaías 55, 8-9)
Amén. Qué pequeños mis pensamientos, qué limitada mi mente, pero que profunda mi fe. Yo sé que Dios no abandona jamás, y a él me confié por completo. Mi vida se enriqueció de manera inesperada y extraordinaria al conocer a Adelaida. En febrero de 2001, al mes de estar compartiendo con ella mis experiencias, fui a un retiro de espiritualidad franciscana que estaba dando en el SEPI, y esa fue la puerta que se abrió. ¡Francisco me esperaba revelándome un camino nuevo, laical!
1. «A aquel que (…) ha hecho de nosotros un reino de sacerdotes para su Dios y Padre, a él la gloria y el poder por los siglos de los siglos» (Apocalipsis 1, 5-6).
«Ha hecho de nosotros un reino de sacerdotes». Entendemos esta expresión en dos niveles. El primero, como recuerda también el concilio Vaticano II, con referencia a todos los bautizados, que «son consagrados como casa espiritual y sacerdocio santo para que ofrezcan, a través de las obras propias del cristiano, sacrificios espirituales» (Lumen gentium, 10). Todo cristiano es sacerdote. Se trata aquí del sacerdocio llamado «común», que compromete a los bautizados a vivir su oblación a Dios mediante la participación en la Eucaristía y en los sacramentos, en el testimonio de una vida santa, en la abnegación y en la caridad activa.
(Juan Pablo II, Homilía de la Misa Crismal de Jueves Santo, 20 de abril 2000)
Los bautizados, en efecto, son consagrados por la regeneración y la unción del Espíritu Santo como casa espiritual y sacerdocio santo. Vaticano II, Lumen Gentium, Nº 10
Me uní a la comunidad franciscana y así empezamos este caminar juntas que ya va para 11 años de una amistad entrañable. Fue uno de los regalos que me tenía Dios en Miami. Hoy me pregunto qué hubiera sido de mí si no la hubiera encontrado a ella, que me guió por el nuevo camino, me invitó a vivir en Peace House, su casa, donde compartí techo también con Sister Ann, la religiosa franciscana que vive entre nosotras. (El convento de las demás monjas, llamado Santa Slara, está cerca y compartimos todas a menudo). Ann se tiene que ir para Nueva York, a la casa madre, en Stella Niagara. Después de casi 20 años de misión aquí vuelve a su lugar de origen. Todo cambia. Presiento transformaciones inminentes en mi entorno.
Mañana continuaré. Ahora voy a descansar, ha sido un día de mucho ajetreo, tuvimos que ir al cardiólogo, que le informó en detalle lo que había pasado en el hospital. El episodio de su corazón. Tiene miedo por primera vez, me lo ha dicho y yo lo sé, es alguien que ha pasado mucho físicamente. Una vez me comentó que ella había sentido mucho dolor siempre, pero que no había sufrido. Cierto, hay diferencia entre dolor y sufrimiento. Ha sido una persona feliz en mucho otros aspectos de la vida: familiar, profesional, de relaciones humanas, espiritual, pero físicamente ha sido atroz el padecimiento, sin embargo nada la detuvo en su andadura interior de crecimiento en su relación con Dios. Pero ahora sé que se siente muy frágil. En el hospital sucedió algo también que no hemos podido descifrar. Se siente rodeada de sus seres queridos que han muerto: su mamá, su tía, su abuela. Y hoy me habló de su exnovio, que murió en Cuba y a quien dejó enamorado. Adel sintió que Jesús la llamaba, y quería ser solo de él. Me dijo que sentía la necesidad de pedirle perdón, de eso hace tantos años. A mí no me cabe duda alguna que Jesús la llamó, y de que ella lo siguió fielmente.
Jueves 2 de junio de 2011
En esta casa, que llamamos Peace House, vive también Zoila, otra amiga. A ella la conozco antes que a Adel. La vi por primera vez en un retiro de Oración Centrante (Contemplativa Outreach) que dio en la Casa Manresa por cuatro días, creo que fue a mediados de los 90. Zoila fue también religiosa por nueve años en la misma congregación, Hermanas de San Felipe Neri. Salió del convento porque debía ocuparte de sus padres que estaban ya mayores, pero además se dio cuenta de que la vida consagrada –con votos canónicos, porque vida consagrada y religiosa la tenemos todas las que así optamos siendo laicas– no era para ella. Se dedicó a estudiar y fue profesora por años, incluso de los dos seminarios de la Florida, el St. John Viannney y el Mayor en Boynton Beach. Ella y Adel fueron las fundadoras de la comunidad religiosa franciscana de Peace House, en Hollywood, hace más de 20 años. Y sigue creciendo, ahora acabo de saber que hay cinco personas de la parroquia que quieren unirse a nosotras. Se lo dijeron a Sister María Elena, la única cubana religiosa de la congregación a la que estamos asociadas: Sisters of St. Francis of Penance and Christian Charity. María Elena vive cerca, con otras dos monjas: Claudia y Caroline. La casa se llama Santa Clara y tienen varios grupos de oración y formación con los asociados.
Zoila tiene una atracción especial por la narrativa de San Francisco y el lobo de Gubbio. Y la santa con quien más se identifica, a quien siente más cerca de sí es a Santa Clara de Asís.


Y aquí estoy, acompañando a mis hermanas mientras dure este hoy. Es un tiempo difícil, como dije, pero lleno de la presencia de Dios. Por la mañana a las 8 siempre vemos la misa en vivo por televisión y comulgamos. Las hostias las trae todos los domingos Sister Ann cuando sale de la iglesia. Para estar junto a ellas no he ido a la parroquia, sino que ahondo la comunión en que vivimos compartiendo la eucaristía diaria.


