Teología feminista

Mujeres campesinas. Kasimir Malevich (1878-1914)
Mujeres campesinas. Kasimir Malevich (1878-1914)

Una de las cosas que lamento en mi vida es no haber estudiado teología,  espiritualidad y obtener un doctorado en Sagradas Escrituras. Por tanto, después de graduarme amando mis estudios superiores en Literatura Comparada, me he convertido en una autodidacta a tiempo completo y leo lo más que puedo sobre esas materias. El único curso que tomé de la Biblia caía dentro de mis clases de literatura: los diferentes géneros –poético, narrativa, historia, epistolar, sapiensal o sabiduría, profético– , la enorme influencia que ha ejercido en cientos de escritores: Thomas Mann, Dostoyevsky, Kafka, un largo etc.

Entre las variadas formas que voy rellenando las lagunas del saber en esta disciplina, además de libros, conferencias, retiros, me he suscrito a una revista: Selecciones de teología, que elige y condensa los mejores artículos de teología publicados en las revistas de todo el mundo. Su administración y redacción radican en Barcelona y tiene delegaciones en Argentina, Brasil, Colombia, Chile y México.

Este último número que acabo de recibir, como todos, es de no perderse. Hay un ensayo en particular que considero vital en el estudio actual de esta materia, titulado La teología feminista: Dios ya no habla sólo en masculino, de Carme Soto VarelaEl texto apareció originalmente en la revista Encrucillada, XXXIII (2009) 246-263, con el título A teoloxia feminsita: Cando Deus deixa de falar só en masculino.

Por supuesto, ya a estas alturas he leído a algunas de las teólogas feministas más reconocidas en Estados Unidos, entre ellas Elizabeth Johnson y Elisabeth Schüssler Fiorenza, las españolas y alemanas, obras fascinantes de las que otro día hablaré. Pero me hallo con lagunas enormes, entre tantas cosas que a una le ocupan el día, cada vez más corto y con tanto que leer y hacer. Por ejemplo, el fenómeno histórico que se da en Alemania en este campo, en España, en America Latina y Francia, conozco poco de eso, se imaginarán mi ignorancia. Es una de mis tareas pendientes, ahora que me retiro dentro de poco. 

He aquí un texto censurado y recientemente descubierto que aparecía en Camino de perfección de Santa Teresa de Jesús:

«No aborrecisteis, Señor, de mi alma, cuando andabais por el mundo, a las mujeres, antes las favorecisteis siempre con mucha piedad y hallasteis tanto amor y más fe que en los hombres… No basta, Señor, que nos tiene el mundo acorraladas… que no hagamos cosa que valga nada por Vos en público, ni que osemos hablar algunas verdades que lloramos en secreto, sino que no nos habías de oír petición tan justa. No lo creo yo, Señor, de vuestra bondad y  justicia, que sois justo juez y no como los jueces del mundo, que –como son hijos de Adán, y en fin, todos varones– no hay virtud de mujer que no tengan por sospechosa. Sí, que algún día ha de haber, Rey mío, que se conozcan todos. No hablo por mí, que ya tiene conocido el mundo mi ruindad y yo holgado que sea pública; sino porque veo los tiempos de manera que no es razón desechar ánimos virtuosos y fuertes, aunque sean de mujeres».

Ya sabíamos que la Biblia fue escrita por hombres, con una visión masculina, sin duda inspirados por Dios, pero no podemos ignorar el contexto histórico en el que fue escrito, y eso es precisamente en lo que han estado diligentemente trabajando estas teólogas que hoy ya tienen obras clásicas que se estudian en seminarios. Recapturar la perspectiva de género, releer a las mujeres de la Biblia. Contextualizar, como dice la autora, la revelación del discurso creyente, las maneras de percibir a Dios y qué decir de cambiar el orden simbólico y las formulaciones sexistas.

Hace mucho tiempo que me interesa, pero debo decir que marginalmente, este tema. Me recurre, y para que vean, estos son algunos párrafos de un artículo mío publicado en 1997 en El Nuevo Herald:  Jesús y las mujeres:

El Liberador

«Jesús, el gran liberador, vino también a liberar a las mujeres del yugo patriarcal y deshumanizante. Los Evangelios no dejan lugar a dudas, pero los intérpretes oficiales de las Sagradas Escrituras y los que han ostentado el poder en la Iglesia desde que se fundó, se encargaron muy bien de que la actitud y el mensaje de Cristo en lo tocante a las mujeres se ocultara.

Tres discípulas

«Propongo releer y meditar los pasajes de los Evangelios donde aparecen tres mujeres claves: la samaritana, María Magdalena, y María, la hermana de Lázaro. Propongo que nos hagamos estas preguntas: ¿No fue la samaritana en el pozo la primera persona en reconocer a Jesús como el Mesías y la primera persona encargada por él de proclamar la buena nueva al pueblo entero de Samaria? ¿No fue entonces la samaritana una apóstol?

«Cuando Jesús llega a casa de Marta y María, ¿no le reprocha a Marta su queja de que su hermana no la ayuda en la cocina, y elogia la actitud de María, que optó «por la mejor parte», al sentarse a los pies del Maestro y escucharlo atentamente como uno de sus discípulos? ¿No fue María una discípula de Jesús? ¿No fue a una mujer, María Magdalena, a quien primero se le aparece Cristo resucitado, y no es a ella a quien le pide que vaya a decirle a los apóstoles lo que ha visto? Ella fue, corriendo y se los dijo «He visto al Señor, ha resucitado» Pero los hombre «no le creyeron».

María Magdalena, «la apóstol de los apóstoles'», identificada siempre con una prostituta. ¿Por qué? ¿Por qué si son dos mujeres distintas las que aparecen en Lucas 7 –una mujer «de la calle», a quien el evangelista no llama por su nombre– y Lucas 8 –María Magdalena, de quien sí nos da su nombre y detalles de su persona– ha perdurado la visión de que es la misma? ¿No es ella quien estuvo junto a la Virgen al pie de la cruz, cuando todos los hombres menos Juan, habían huido?»

Mucho se ha escrito sobre esto. Y ya al fin, después de un rechazo visceral por parte del clero oficial, se impuso en las universidades del mundo el estudio de la teología feminista, ya el lenguaje bíblico es inclusivo y leemos en otra clave lo que sabemos se escribió en un contexto histórico ya superado.

Aunque sin duda la hermenéutica bíblica ha quedado liberada, queda mucho por hacer en nuestra Iglesia. Cada vez que se celebra un cónclave o un concilio en la Capilla Sixtina u otro lugar del Vaticano, solo formado por hombres, me espanto. Ni una sola mujer. La mitad de la humanidad no está representada en esas reuniones vaticanas. ¿No es inhumano, un fallo enorme a corregir?

Considero desde hace tiempo que ha llegado la hora de que la Iglesia católica ordene a mujeres sacerdotes, y que el celibato sea opcional. ¡Cómo cambiarían las cosas para el bien común de la Iglesia!

Pero ya llegará el día. Los cambios, aunque lentos, llegan. Miren el ejemplo de la inmortal Teresa de Jesús, a quien casi condenan en la Inquisición española: hace mucho tiempo ya fue declarada doctora de la Iglesia, título que no se le ha dado a cualquiera en estos más de 2,000 años de tinieblas e iluminaciones. Ella sufrió, pero logró lo que quiso, por lo que rezaba, y en su lecho de muerte lo repitió feliz: «Morí en La Iglesia».

Dios quiera que yo también.